Por ERNESTO ZULUAGA RAMÍREZ
Si algo tenemos claro los colombianos es que carecemos de una verdadera identidad nacional; son muchas las razones para tal exabrupto. Es natural que gocemos de variadas idiosincrasias como las de los costeños, los paisas, los rolos, los santandereanos, los tolimenses, los pastusos, etc.. Cada uno de ellos es orgulloso propietario de su singular acento, de sus propias jergas y vocablos y de sus costumbres también muy distintas. Igual pasa en España, en Rusia, en los EEUU y en todo el mundo. Cada país y cada sociedad tienen muchos matices diferentes pero eso no es óbice para que hayan construido una noción única de nación y una propia y sólida identidad. Incluso algunos de ellos son ejemplos para el mundo. Los argentinos, los franceses, los japoneses, los judíos y hasta los mexicanos hacen parte de esos países que han sabido fabricar un verdadero sentimiento de patria por encima de sus debilidades y de sus particularidades territoriales y se presentan ante el mundo como colectivos homogéneos dispuestos a defender «a muerte» su independencia y su carácter. Viven orgullosos de sí mismos, de sus valores y ponen siempre su estirpe por encima de cualquier otro interés.
En Colombia no tenemos identidad y lo que es peor tampoco un proyecto para construirla. El único elemento aglutinante y que intenta darle legitimidad histórica a la patria ha sido la gesta libertadora pero su minuciosa revisión nos enfrenta con una inquietante realidad: éramos entonces una sociedad resquebrajada con reductos importantes de la nación (?) partidarios de continuar siendo una colonia española y con próceres mestizos enfrentados entre sí por ansias individuales de poder. Después de 200 años es evidente que carecemos de valores sólidos y estructurales, de apreciaciones compartidas, de un «norte» común; en cambio soportamos nuestra identidad en constituciones políticas variables que imponen conceptos ambiguos de nación, en una democracia pobre con la que pretendemos enfrentar una violencia endógena que nos carcome desde que Colón llegó con sus carabelas. Así no vamos a ninguna parte.
El único vehículo para construir identidad nacional es la educación pero en Colombia caminamos en reversa. Poco nos importa qué aprenden nuestros estudiantes ni cuál es la calidad de ciudadanos que forman las instituciones. Las últimas legislaciones sobre el tema como la reforma de 1984, la Ley General de Educación de 1994 y la ley 1874 de 2017 son letra muerta y sorda a la perspectiva de construir esa identidad. Las áreas fundamentales de la Educación Básica como las ciencias sociales, la historia, la geografía, el civismo, la constitución política y la democracia, todas ellas pilares del concepto de nación, desaparecieron del currículum para volverse opcionales. Dicho de otra manera, ser «colombiano» depende del antojo de unos pocos.
No podemos seguir dependiendo del éxito de nuestros ciclistas o de la selección colombiana de fútbol para cimentar nuestro patriotismo. Urge una discusión honesta y profunda sobre la educación con dos elementos adicionales: la historia local y regional como soporte del afecto por la «patria chica» en conexión con la «patria grande» y una adecuación del plan general de estudios a los nuevos retos del cambio climático, la vida sana y el desarrollo sostenible.
Las ciencias sociales, las humanidades y la historia como asignaturas independientes no pueden ser un capricho, por el contrario deben ser una necesidad y una obligación para la construcción de un guión que produzca el orgullo y el contenido indispensables para una nacionalidad recia.
Gracias Ernesto por tus planteamientos. Creo que algo más que el sentido de patria, se necesita para cambiar y resolver los problemas en Colombia.
Hace unos años tuve la oportunidad de vivír en Korea y aprendí algo de su historia y su presente.
Korea tenía una economía más pobre que Colombia en los años 60s y hoy tiene una economía sólida y una sociedad pujante, donde se le brinda oportunidad a todos sus ciudadanos y no solamente a los privilegiados. Su lucha contra la corrupción y sus políticas de desarrollo social son un punto de referencia, pues es el trabajo disciplinado y su remuneración equitativa, les ha permitido desarrollarse y esa es la clave de su éxito.
Esa es la mejor manera de crear sentido de pertenencia e identidad propia, cuando el bienestar se le brinda a la mayoría y no solamente a unos pocos.
Un abrazo
Juan Briceño
Extraordinaria reflexión: el único camino posible para lograr cambios significativos en esta sociedad de capa caída, está en la educación, valorando el arte, las humanidades y, en general, nuestro sentido de cultura. El humanismo es un camino de salvación para nuestros valores.