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PolíticaCuadrar caja con el hambre ajena es miserable

Cuadrar caja con el hambre ajena es miserable

Por: Juan Guillermo Ángel Mejía

La palabra más usada hoy en día, aparte de coronavirus, es solidaridad; “del comportamiento de uno depende el éxito de todos”, no te expongas ni expongas a los demás, esto hay que pararlo antes de que explote y no solo mate a millones sino que arruine lo que hemos edificado paso a paso; para que el hombre como especie no sucumba ni a la plaga ni a la destrucción total de la producción.

 Las pestes, según Yuval Noah Harare eran cosa del pasado; todo indica que el gurú más leído recientemente se equivocó; ha llegado la asesina global y tocado con fuerza a la puerta del mundo entero el cual, como una nave o se hunde para todos o sobreagua para todos.

 Los jabalí andan orondos por las calles de Roma, las aguas de Venecia otra vez son azules y trasparentes, callaron los motores; la contaminación en China ha desaparecido, ya no hay ni deportes espectáculos, ni ceremonias colectivas, ni siquiera manifestaciones de protesta, todo quedó estático como si una gran fotografía mostrara un mundo paralizado, atemorizado, impotente ante lo que no puede curar. La producción industrial, el transporte, la libre movilidad, los derechos fundamentales han quedado reducidos por la crisis a recuerdos. Otra vez dependemos del agro, de nuestras raíces: es la comida, son las medicinas, son los servicios esenciales los que valen; hoy un agricultor, un médico, un investigador valen mucho más que los que cobran miles de millones.

 Estamos en una crisis, estado de cosas que produce conductas totalmente antagónicas; de un lado la solidaridad y el sacrifico de muchos quienes luchan para que los demás puedan sobrevivir. Ellos son los voluntarios que sepultan a los muertos, las enfermeras, los médicos, los investigadores que se desvelan buscando la cura; de otro lado los egoístas acaparadores y quienes solo miran sus intereses en la esperanza inútil de que saldrán indemnes de la catástrofe gracias a sus estrujones y atropellos, y finalmente se asoman de cuerpo entero los profetas del desastre, los que escupen odio y personifican todos los males, no son  los virus o la naturaleza, son nombres y apellidos los responsables del desastre; ellos son los oportunistas que utilizan todas las formas de lucha, culpan a quien toma las decisiones, de la enfermedad y la miseria, cuando los enfermos y los miserables son los que se creen poseedores de la verdad absoluta.

 ¿Cómo van a reaccionar los generadores de empleo? Es el primer peldaño de la solidaridad, el económico; el enclaustramiento colectivo no es solidario, es supervivencia. La solidaridad la encontraremos en el comportamiento de los que disponen de la llave del ingreso, primero el gran empleador: el estado, después los conglomerados, las  multinacionales, los bancos, los periodistas, los deportistas, los artistas, todos aquellos quienes cobran cifras astronómicas, y a ellos nos Tdebemos sumar quienes tenemos así sea un poco de más. Todos tenemos la obligación de compartir, de asumir y sacrificar dinero para velar por la gente, por los empleados. No es solidario despedir a los trabajadores, como recomiendan tanto los abogados mercenarios como algunos congresistas a quienes hemos escuchado atónitos citar los códigos para justificar lo injustificable, y menos los que teniendo con qué se inventan estrategias para cortar el ingreso de quien nada tiene distinto de un contrato de trabajo que, en la mayoría de los casos, es bien miserable.

La solidaridad empieza por casa. Del ejemplo que demos, no es ni lícito ni decente cuadrar caja con el hambre y la miseria de quienes dependen de un magro ingreso.

Publicado simultáneamente en El Diario, la reproducción en El Opinadero está previamente autorizada por el autor.

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