Estos son algunos principios de comportamiento que me ha enseñado la vida. Aunque suelo incumplirlos por culpa de mi perverso ego, sigo esforzándome por hacer de su práctica una rutina. Cada error cuesta demasiado y carece de reversa:
CONTINUACIÓN:
Nada me pertenece; ni siquiera “mi” vida.
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El dinero, como la vida, se pierde en un segundo. Desaparece con el pago de las obligaciones rutinarias y las deudas, al atender los requerimientos de la supervivencia y al adquirir bienes materiales y placeres. Lo roban, lo embargan, lo escamotean los oportunistas. Es consumible y tan perecedero como un tomate.
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Jamás reprocharé. Es inútil. El destinatario de mis reclamos encontrará un pretexto o una justificación. Aún sabiéndose culpable quedará resentido. El reproche solo sirve para ganar adversarios y engendrar rencores; hiere a los demás. Cuando es inoportuno o injusto, el daño se torna irreparable y quedan el enemigo y el remordimiento. Presentar excusas nunca es suficiente. Aun obteniendo un aparente «perdón» sobrevienen consecuencias negativas en la relación interpersonal y profesional, aunque se materialicen muchos años después y sin que uno se percate de ello.
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Dudaré de la lealtad y eficiencia de los alcohólicos, aduladores, apostadores consuetudinarios, codiciosos de dudosos principios, ostentosos, viciosos y «rumberos compulsivos». Por lo común sus conciencias son negociables y hablan y deciden con ligereza.
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Apoyaré y acataré a mi jefe porque mi Jefe depende de mí tanto como yo dependo de él. Además, tiene acceso a información oculta a mi vista.
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Consultaré con frecuencia al jefe, incluso en asuntos triviales. Al jefe le gusta sentir que dice la última palabra.
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A pesar de todo, mi jefe, mientras es mi jefe, no es mi amigo. Mi subalterno, mientras es mi subalterno, tampoco es mi amigo.
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No criticaré a los demás, pero admito que muchas veces causé perjuicios irreparables al renegar de mis prójimos. Recibiré con humildad y resignación el severo castigo de nunca recuperar las amistades que alejé con mi imprudencia.
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Soy menos humano cada vez que alguien me borra de su directorio personal.
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La vida siempre me ubicará en el sendero correcto.
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Me cuidaré de mis semejantes pero no temeré a la vida.
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Hablaré en tono suave y amable, aunque mi interlocutor me saque de casillas o me parezca estúpido. Lo miraré a los ojos.
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Atenderé y escucharé a quien me necesite, aún a costa de mi tiempo libre. Por regla general diré «sí» a cualquier favor que me pidan.
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No inventaré ni utilizaré atajos al adoptar mis decisiones; encierran peligros insospechados.
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No esperaré ayuda de nadie. Sin embargo, siempre, alguien me ayudará.
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Confiaré en Dios, sea quien sea o lo que sea; el universo, una divinidad superior e incomprensible, un viejo barbado y superpoderoso, mi propia conciencia… no lo se, pero ahí está. Me consta porque nunca me ha desamparado.
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Al final del camino solo me quedará mi familia; mi esposa, mi hija y mis herman@s. Son mi único patrimonio.
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Sacaré provecho de las oportunidades para disfrutar los placeres de la vida. Viajaré, comeré manjares, beberé con prudencia… Me trataré tan bien como mis recursos me lo permitan, pues todo es temporal.
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Ahorraré lo necesario para conservar la estabilidad económica. Destinaré lo demás a procurar una existencia placentera.
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Desconfiaré de quien me mire de reojo, sobre todo si agacha o inclina la cabeza. Si tuerce la boca daré por entendido que ya hizo el daño. Lo he comprobado muchas veces.
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La apariencia, tanto en la presentación personal como en el comportamiento, es fundamental conforme al momento y lugar. Somos lo que parecemos. Así ha sido y será hasta el fin de los tiempos.
CONTINUARÁ…