“NI TAN CERCA QUE QUEME AL SANTO, NI TAN LEJOS QUE NO LO ALUMBRE”
En mi anterior columna: “Amor que invade, cuáles son sus límites?” pretendí cerrar el tema de los padres, abuelos, nietos, hijos mayores, nido vacío, nido perpetuo, relaciones de convivencia en las familias, cambio de roles de padres a abuelos, viceversa, etc. Pero no lo pude conseguir, porque cada persona mayor con la que me encontraba, en algunas de esas salidas deliciosas a caminar por la ciudad, me iban a aportar algo más de su situación, relacionada con estos temas en particular.
Lucía me abordó y me dijo, sabes que olvidaste tratar el tema desde el punto de vista de los abuelos que terminan por “apoderarse” de sus nietos? Uff, ya fue un baldado de agua fría porque en esta mamá había algo de reclamo serio y profundo. Cerca había una cafetería de esas exquisitas que tenemos en la ciudad. Un buen café y una queja qué escuchar, acompañada de tiempo disponible, me hicieron la tarde y me dieron la motivación para investigar sobre este asuntico que se veía muy serio.
Me contaba ella, yo tuve dos hijos, varones, con muy poca diferencia de edad, mi padre nos abandonó y mi madre llenó el vacío que le dejó su esposo, a quien amaba entrañablemente, cuidando de sus nietos para no sentirse tan solita, decía que para entretenerse mientras yo trabajaba. En efecto, fue de gran ayuda, ella estaba pendiente de su ropa, alimentación, actividades, tareas, actividades extracurriculares, amigas, compañeros y todo lo que giraba alrededor de mis muchachos. Sin darme cuenta me sustituyó completamente. Poco a poco mis hijos se convirtieron en unos desconocidos para mí. Yo, la mamá que se había dedicado a su trabajo de tiempo completo, de alguna forma me sentía agradecida con mi madre porque por la ayuda de mi madre, ellos no me molestaban a ninguna hora. Caí en la comodidad, pues mi esposo había dejado el hogar desde que el mayor tenía dos años y el menor menos de un año. Eran realmente pequeños.
Muchas veces salí temprano de la empresa para hacerles la comida u orientarlos con sus tareas y la respuesta era la misma, ya hicimos las tareas, ya mi abuelita nos hizo la comida. La realidad es que mi madre me desplazó, me excluyó de la crianza de mis chinos.
¿Cuántos lectores se identifican con esta narración?
Otro día escuché a una abuela decir: “Yo no dejo que Patricia castigue a “mis niños”, yo fui con ella muy dura, ¿qué tal que les dé un mal golpe? Además, ella es muy exigente y los niños no se merecen eso. Por eso cada que puedo, yo me quedo con ellos”
Esta sí es mundial: “Mejor le ayudo con la crianza, ella está muy joven y no tiene experiencia, además mi yerno no sabe en dónde está parado”.
Tengamos en cuenta, que también existen madres y padres cabeza de hogar, que han decidido tener hijos solteros, desconociendo que para el hijo, una pareja equilibrada para su crianza, da mejores resultados y que en algunos casos que aumentan cada día más, al igual que las mascotas, terminan en casa de los abuelos.
Es innegable que el papel de los abuelos en la crianza de los nietos ha sido objeto de debate durante generaciones. Tradicionalmente, han desempeñado un papel importante en la vida de sus nietos brindando un gran apoyo emocional, transmitiendo valores familiares y compartiendo su sabiduría y experiencia. Diría que son los portadores de un amor incondicional, de toda la ternura y compañía de excelente calidad. Quienes hemos tenido abuelos cariñosos, tiernos y presentes en nuestros momentos, sabemos de qué estoy hablando.
No pretendo negar que existen casos especiales, a falta de los padres por diferentes razones, son los abuelos quienes pueden entrar a suplir ese vacío. Recordemos que, por crisis económica, a muchos padres les ha tocado viajar a otros países, buscando un mejor ingreso, que les asegure a sus hijos su educación y bienestar, pero que ha dejado a muchos “hijos huérfanos con padres vivos” donde ellos, deben asumir un papel más activo en su crianza, pero de forma temporal, hasta tanto los actores principales, o sea los padres, retomen la responsabilidad de la crianza de sus críos.
Aquí vamos a analizar las implicaciones de esta participación y sacaremos conclusiones si es de beneficio o perjuicio tanto para los niños como para sus progenitores. Como todo en la vida, puede tener dos caras, una positiva y una negativa.
Las positivas podrían ser:
Los abuelos pueden establecer vínculos emocionales profundos y significativos con sus nietos, proporcionando una base emocional sólida para el desarrollo de estos menores. Estos vínculos emocionales no se olvidan jamás y trascienden a través de toda la vida como esos recuerdos enriquecedores que quisiéramos repetir a cualquier edad. Ese abrazo de un abuelo o abuela se conserva por siempre en nuestros corazones.
Regularmente son los abuelos quienes les enseñan a sus nietos los valores, las tradiciones y la cultura. Son esas historias cargadas de gratos y hasta ingratos recuerdos que hacen que los cuentos familiares se multipliquen, que no se dejen morir las historias de los bisabuelos, del tío jugador, de las dificultades que debieron superar y cómo lo hicieron, del apoyo de la familia extensa para lograr objetivos. Las abuelas que saben tejer o bordar o cualquier arte manual, regularmente les enseñan a sus nietos para que este tipo de actividades tradicionales no se diluyan con el tiempo.
Son la mejor red de apoyo cuando los padres están atravesando dificultades económicas, de salud o emocionales. Son los abuelos quienes llegan a dar un poco de equilibrio a los “chiquitos” de la familia. Su disponibilidad e incondicionalidad resulta muy atractiva para llenar vacíos de forma temporal.
La situación se puede complicar cuando:
Los roles se confunden. La sobreprotección de los abuelos puede desplazar la responsabilidad de los padres, queriendo ocupar su lugar y dificultando la autoridad de los primeros.
Agotamiento y problemas de salud. Un niño genera una gran actividad, que para muchos de los abuelos por su edad, cansancio propio de los años, enfermedades, no están dispuestos a afrontar, convirtiéndose en una situación agotadora física y emocionalmente. A veces perdiendo toda autoridad, resultando peor el remedio que la enfermedad.
Presencia de discrepancia en la crianza. Esto puede causar tensiones familiares pues, frente a los nietos tanto abuelos como padres discuten por los desacuerdos cómo los progenitores están manejando la situación, interfiriendo en modo y prácticas. ¿A quién obedecen los menores? Al menos rígido, al que tiene menos reglas, al más cómplice, al más cómodo. Por lo general son los abuelos.
Cada caso debe ser estudiando con seriedad y profundidad; se debe tener claro que esta relación es muy importante para el desarrollo psicoemocional del niño, pero debe estar acompañado del diálogo, de los acuerdos, de las concertaciones para que tanto abuelos como padres hablen el mismo lenguaje con relación a sus hijos-nietos. Saber si realmente los abuelos están en disposición física y emocional de asumir la crianza temporal de sus nietos, por cuánto tiempo y bajo qué condiciones, cuáles son las reglas que deben hacer respetar, horarios, alimentación, vestuario, diversión. El diálogo debe ser abierto, claro, sincero para que los resultados sean positivos y los abuelos no terminen invadiendo el campo de los padres, desplazándolos de su verdadera responsabilidad y permitiendo que a la sociedad lleguen ciudadanos que no respeten la autoridad ni las órdenes.
Equilibrio, respeto mutuo, convivencia sana, comunicación abierta, temporalidad en este acompañamiento porque cada día los abuelos estarán más cansados y los menores exigirán más atención.
Que bien Olga Cecilia. Considero que el «Quid pro quo», esta en el tiempo, los abuelos lo tienen de sobra y por eso siempre están ahi.
Y claro lo ideal es el equilibrio.