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CulturaAdiós al trabajo de enterrador y bienvenida la crema-unción

Adiós al trabajo de enterrador y bienvenida la crema-unción

Por GABRIEL ÁNGEL ARDILA

«Y llorando como niño / del cementerio salió /con la barra en una mano /y en el hombro el azadón… ¡Soy enterrador y vengo, de enterrar mi corazón!…» gime Oscar Chávez, cobrando lágrimas como tributo a sus bellos versos.

Solo era esperable que ese trabajo terminara cuando dejaran de morir humanos, o ya fuésemos tantos, que entonces no tendría sentido esa labor… ¿Estamos?

No dudo que algunos nombres acaso familiares o quizá no tanto, podrían pasar del anonimato como enterradores míos: don Guillermo Cano sería uno… Pero también cierta suegra con cara de pepitas que condenaba los años de su hija en pecado, por no querer casarse conmigo, porque ella no podía. Yo sí, pero mejor… ¡no! … solo eran veniales de esos amores que se acaban.

Y un profe de esos que añoran algunos con regla en mano y talegadas de maíz u otros granos, para tirarlos debajo de mis rodillas, cuando íbamos a la primaria con pantalón cortito… O la sargento Sarmiento, que con voz marcial fuera la guarda de disciplina en la Escuela Gran Colombia y por primera vez un mocoso se las cantó ante el director… ¡que si era una buena papa!

Pero la Sarmiento dejó de romper las regla (el palo) contra las costillas de los estudiantes traviesos… y nunca me alcanzó con sus bofetadas.

Aclarando un poco, lo de don Guillermo no digo por mera bronca: el viejo permitió mi paseo de becario por Washington (tiempos del embajador Álvaro Gómez Hurtado), Missouri (Universidad de Columbia), Utah (Logan University), Genosvill (Universidad de Florida) y pasantías en Davis California, Wisconsin, Iowa y Nueva York, con todos los viáticos y mis ganas de aprender. Pero cuando volví (nada pro yanqui ni enajenado), especializado en Agro de la Escuela de eso en Columbia University Of Missouri donde dejé una novia de ojitos dormilones y ese me puso la tarea de cubrir los zafarranchos de la crisis financiera de su amigo Jaime Michelsen Uribe o el clan del Águila (Grupo Grancolombiano), para probar mi inglés.

Y lo quisieron también cierto ingeniero de una corporación forestal que no aguantaba la delegación y la jefatura de uno verdaderamente jefazo, al que su pequeñez nunca alcanzó: fue un Moreno, pero no era Cantinflas, ni tampoco chistoso… que pasó de enterrador (de postes a sueldo) a enterrado. Y áulicos de Sonia Vargas cuando nos mandó al archivo de CAB Dosquebradas, para acallar con esa polvareda, enfundado en bata de médico y con salario de médico, pero lejos de gerencia mordiendo polvo en Santa Mónica suavizando reclamos de Pedro Luis contra el intruso (yo).

Y también cierta obesa Nancy del arbitraje judicial familiar; por lo que concluiré que el oficio de enterrador no es que se diluya en la nada. Desaparecerá por su propio peso, en esta agudeza de la pandemia que está archivando ese cargo por el de fogonero, pues todos los candidatos pasan es hacia ceniceros… Por los hornos que tampoco dan abasto con los de Covid y la pandemia de los opioides aún no declarada, pero bien descrita por el investigador periodista Patrick Radden Keete en «El imperio del dolor» que ya comentamos. Bienvenida la Crema-unción.

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