La muerte, la ruptura de una relación, la reclusión en una prisión, una enfermedad degenerativa o terminal, la pérdida de un empleo, la jubilación, el secuestro o desaparición de un ser querido, la salida del país por motivos de trabajo son algunas de las realidades que requieren de un acompañamiento, un apoyo, un tratamiento y nuestra solidaridad.
Por definición, la pérdida de cualquier objeto de apego provoca un duelo; su intensidad y características de este variaran en gran medida en función del grado de vinculación emocional con el objeto. Los estudiosos del comportamiento humanos hablan de cinco estadios que tienen lugar, en mayor o en menor grado cuando sufrimos una perdida.
Viene un primer momento que es la negación, esa reacción que se produce de forma muy habitual, inmediatamente después de una pérdida; esa sensación de irrealidad o de incredulidad, acompañada por la congelación de las emociones. Luego vine la activación del sentimiento de frustración y de impotencia, en forma de ira, que nos lleva a atribuir responsabilidades a terceros. A medida que avanza el proceso de duelo y al contactar lo que implica emocionalmente la ausencia, empezamos a tener pena, nostalgia, tendencias al aislamiento, perdida de interés por lo cotidiano, caemos en una fase que se denomina “depresión”, que podría denominarse mejor pena o tristeza. Ese dolor de la perdida es lo que nos lleva a reanudar el camino para seguir viviendo a pesar de ella, y llega un estado de calma asociado a la comprensión, no solo racional sino también emocional, aceptando y comprendiendo que la muerte y otras pérdidas son fenómenos inherentes con la vida humana.
Todas las culturas han ido desarrollando formas de canalizar ese dolor con elaboraciones simbólicas que a menudo dan un sentido trascendente a la pérdida. Muchos quedan atrapados en ese dolor manifestando cuadros depresivos intensos, conductas de huidas de las emociones, presencia de fantasías de reunirse con el ser querido. ¿Qué hacer para que una persona no quede atrapada en ese dolor?
Una terapeuta creyente invitaba a vivir cuatro momentos: el primero agradecer por el ser que ya no está; pedir perdón por aquellas situaciones con las que pudimos causar dolor; declarar inocente al que ya no está, y elevar una oración de desprendimiento, dejando partir a quien ya ha cruzado el umbral, permitiéndole descansar eternamente.
Padre Pacho