Por: Ernesto Zuluaga
Nada me parece más repugnante que descubrir en algún suramericano —y en especial en un colombiano— coqueteos ideológicos con el señor Donald Trump. Me trae a la memoria al escarabajo pelotero (reconocido en nuestra tierra como cucarrón mierdero) que necesita vivir entre el estiércol para reproducirse y prolongar su especie y también me recuerda el denominado “Síndrome de Estocolmo” o aquella aberración en la que el secuestrado se enamora de su agresor. Es incomprensible que un poblador de un país tercermundista que ostenta el mayor índice de inequidad del planeta y que tiene casi la mitad de sus habitantes en situación de extrema pobreza —como Colombia— perciba en el “mono” del norte al redentor que habrá de invertir ese caos.
Los EEUU son desde su nacimiento una sociedad polarizada en la que una élite de origen británico, costumbres inglesas y europeas y un racismo exacerbado se contrapone con otra plebe de negros, asiáticos, latinos y de otras minorías que llegaron en el último siglo para satisfacer las necesidades de mano de obra de la revolución industrial y deslumbrados por el “sueño americano” que los mismos gringos le vendieron al mundo después de la segunda guerra mundial.
A través de los años los linderos de estos dos universos se han mimetizado con los de los partidos que dominan la vida política de ese país: el republicano y el demócrata y en esa confrontación ideológica se ha perdido el sentido de lo fundamental y pareciera no existir algún acuerdo entre las partes —ni frente al coronavirus— que permita que algunas metas sociales vayan más allá de la contienda electoral. Producto de esta realidad surge un personaje que parece sacado del oscurantismo medieval: Donald Trump. Nadie interpreta mejor que él el concepto de “capitalismo salvaje”. Ostenta su riqueza en busca de admiración. Su edificio en Manhattan, su hotel con dos campos de golf en la mitad de Miami, todas sus propiedades y su libro “Cómo hacerse rico” denotan un profundo narcisismo y un desbordado culto por el dinero. Es un individuo megalómano, machista y carente de sensibilidad hacia las minorías, un racista sin rubor con atributos de dictador. Con él el mundo ha pasado a tener solamente dos territorios: el suyo (los EEUU) y el resto.
Y ha sido enfático en “Américan first”: su política económica que gira en torno a obtener el mayor beneficio posible sin consideración alguna con los más pobres. Incluso logró arraigar la idea de que todos los demás países y los inmigrantes son enemigos que invaden la identidad estadounidense, concepto que él ha estereotipado con la idea de ciudadano blanco y cristiano. En cada negociación y en cada circunstancia Trump trata a las personas como si fuesen seres inferiores y advierte amenazante y de manera manipuladora que el uso de la fuerza es algo que solo responde a los intereses de su país.
Es en ese marco de codicia y voracidad en el que es inadmisible descubrir la más monstruosa transformación que puede producir el capitalismo desmedido, aquella en la que algún integrante de las minorías, oriundo de sociedades desvalidas y casi miserables, alcanza el éxito y adquiere una riqueza económica destacable y cambia entonces de bando para terminar aborreciendo a sus pobres congéneres creyéndose de mejor familia.
Con todos los atributos mencionados del señor Trump, ¿cómo puede un ciudadano del “resto del mundo” verlo con buenos ojos? Solo un egoísmo visceral, de esos que asoma con fiereza en esta pandemia, o un ridículo e incomprensible sentido de pertenencia con la sociedad gringa puede justificar tal extravío. Mi madre decía que “el mono, aunque se vista de seda, mono se queda”.
Publicada originalmente en El Diario y reproducida con autorización expresa del autor en www.elopinadero.com.co
Las gusaneras cubana y colombiana en Miami adoran a Trump.
Muy buena columna 100 % de acuerdo. No logro entender como ciudadanos de este lado lo ven como el salvador, cuando para él valen lo mismo que el insecto que ahí mencionas