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SociedadBarbas y pelmazos colombo-cubanizados

Barbas y pelmazos colombo-cubanizados

Por GABRIEL ÁNGEL ARDILA

En esos días que resultaba más que aceptable, obligatorio, posar con Fidel barbudo y eran tan proclives Gabo, algún Santos y los famosos de la época, ni siquiera era corriente que recitaran los versos de Martí «sin patria, pero sin amo…» Pero no nos sedujo el papel de periodistas militantes con guarda-rabos.

Ahora que todo eso se diluye, justo analizar cómo los expertos en estrategias de invasión enmascarados de personal médico; adiestradores de rabiosos espíritus «juveniles» y demás engaños doctrineros, comenzaran a pagar la cuota, o beber su propia colada, con letalidad de cicuta.

Es lo que surge de todo el cuadro de la contra revolución cubana cacareada hasta por Piedad, con las mismas corralejas que armaron por aquí y hasta vecindades de la Patagonia, avivando inconformes y animando cambios radicales de regímenes vulnerables.

En Caracas y otras ciudades de ese vecindario hay estrategas de la sicología urbana, para atizar hogueras y desencadenar todo lo que condujo al país con las mayores reservas petroleras del mundo, a la extrema pobreza de su población hoy forzada a calmar hambres con pan de los colombianos.

Pero curioso: el más distraído de los observadores que escucha arengas anti gobiernistas porque «nos tienen en la pobreza», no encuentra en ninguno de los cuadros repetidos hasta el cansancio en todos los noticieros, que solo aparecen muchachos muy bien dotados y señoras jóvenes o mayores robustas (de sobrepeso) y ni un solo flaquito por ahí… ¡Quejándose de hambre!

Arde esa verdad de que la solidaridad y la caridad cristiana nos condena y somete a todos los abusos de los avenidos y delincuentes de esa zaga.

El Estado Colombiano incomprensiblemente arrodilla a los ciudadanos de aquí, para que los de allá tengan la salud que no nos dan, los alimentos que nos quitan y el abrigo de la autoridad que se debilita.

Esa revolución es caldo de cultivo de todas las animosidades y perturbaciones de esta calleja desamparada. Y contra esa peste, no hay vacunas: solo resignación de imbéciles.

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