Por: Luis García Quiroga
En medio del periodo más violento y tenebroso de nuestro tiempo, hace 30 años el 27 de mayo fue domingo de elecciones presidenciales. Aunque toda gloria es efímera, fue un momento glorioso porque un pereirano por primera vez en la historia de esta República, fue elegido Presidente de la Nación, y posteriormente dos veces Secretario General de la OEA.
Muy joven se había graduado en la escuela de economía de la Universidad de los Andes y aún con el cabello largo y la chispa del espíritu desenfadado de los años 70 fue alcalde de Pereira, como correspondía serlo en los días de alcaldes signados por cuna y señalados con el dedo. Era el hijo mayor de doña Mélida Trujillo y el parlamentario liberal Byron Gaviria, cuyo nombre a veces olvidamos entre los fundadores del Departamento de Risaralda, destino injusto que también persigue a la ignota Gabriela Zuleta.
César lo tenía todo. Apellido, juventud, sólida formación académica, intercambio estudiantil en EE.UU, legado político y otras bondades que la vida le dio. Carecía de ambiciones públicas impúdicas, ponía el ojo sobre lo relevante y fue campeón de la conciliación de intereses políticos. Aunque tenía con qué ser cacique local, siempre respetó la jefatura del Plumón.
Me gusta la historia viva porque muerta la escribe cualquiera. En el año 81 me llamó a su apartamento de la 8ª entre 18 y 19 para preguntarme si era verdad que Zahur Zapata me había retado delante de otras personas a publicar un volante en el que se sindicaba a César y a Alcides Arévalo de estar salpicados de narcotráfico. Y que si era verdad que yo había pedido a Zapata pruebas que respaldaran su acusación. Allí me dijo que pondría denuncia penal y que si podía citarme como testigo de excepción. Algunos años después se conoció la sentencia condenando a Zapata por calumnia e injuria.
Uno puede pensar y decir lo que quiera de Gaviria, pero el tipo tiene el carácter de hombre libre, íntegro e integral de todo buen pereirano. En mi memoria todavía resuena cuando en la radio le dijo al otro lado de la línea a Álvaro Uribe: “Su gobierno es un asco”.
Fue un consentido de López Michelsen, pero muchas cosas le llegaron por astucia política y las demás por talento y añadidura. Creo que fue un acierto tempranero de César enfocar su visión política en dos frentes: Interesarse por conocer los problemas de las personas de sus afectos, a quienes sorprendía con opciones y esperanzas. Así alimentaba la gratitud. Y en desparroquializarse. Soy testigo de ambas. Recuerdo en 1982 cuando me comentó que se radicaría en Bogotá. Poco después estaba de regreso en Pereira lanzando desde aquí la candidatura presidencial de López Michelsen en plena plaza de Bolívar.
Lo volví a ver en 1985 en la campaña presidencial cuando fue a mi oficina de RCN a pedirme que fuera presentador de Virgilio Barco en su gira por Pereira. El país vivía entonces el azote brutal de Pablo Escobar y Barco habló frente al Bolívar Desnudo desde un atril blindado, el mismo desde el cual lo presenté.
Hoy César es un líder lejano, distante, inasible. Su cordón de seguridad es férreo desde el fatal atentado al avión de Avianca en 1989, en el que tenía silla reservada, la vida le dio otra oportunidad. En Bogotá en la gran marcha del No Más, contra las Farc, lo vi en el Parque Nacional. Me quedé mirándolo a unos 10 metros y al cruzar miradas, a su señal, la nube de escoltas me abrió paso.
A la celebración de los 150 años de fundación de su ciudad, vino invitado por el alcalde Vásquez. Sobrio y tranquilo dialogó con la gente en la Plaza de Bolívar. Ahora solo lo vemos en la televisión, a veces.
De su obra en lo local, solo diré que sin César como presidente, nunca habríamos conocido el viaducto que 30 años después nos queda corto con esta movilidad de taquicardia cotidiana. En lo nacional, aunque no pocos lo acusan de neoliberal, la apertura económica que para bien o para mal inició él como Ministro de Hacienda en el gobierno Barco, nos cambió la mentalidad enclaustrada que nos hacía creer que éramos el único país del mundo que tenía gaseosas de colores y que había que ir a San Andrés para poder tener un televisor.
Aún es famoso su eslogan de campaña presidencial en 1991. Conservo una calcomanía que dice: Bienvenidos al futuro. Fue tan grave la crisis del país que toda promesa de valor olía a futuro. Era lo que había por ofrecer en aquella campaña política y la política era lo que quedaba por probar.
En la Guerra contra Alemania, Churchill ofreció lágrimas, sudor y sangre. Como analogía es válido decir que en Colombia, esos días eran de terror, lágrimas y desesperanza. Éramos una democracia inviable. Nuestra única alegría era la Selección de El Pibe.
Al ser elegido Presidente aquella tarde del 27 de mayo de 1990, el país oyó en Caracol la voz pontificia de Yamit Amat “chiviando” a la Registraduría con el triunfo del pereirano. Al rato llegó a mi oficina de la dirección de Noticias RCN el ingeniero Juan Manuel Buitrago, sorpresivo y siempre sorprendente. Me dijo: te regalo esto.
Era una hoja de papel mal cortada del tamaño media carta y un estupendo cuento surrealista de tal vez seis líneas que decía más o menos: Un hombre tuvo un sueño. Y en el sueño apareció un hueco. Dentro del sueño el hombre despertó y al ver el hueco, se asomó en él. Lleno de curiosidad el soñador saltó al otro lado del hueco, y al caer, despertó a la vida real de frente a una gran valla con un hombre levantando las manos y un gran aviso que decía: Bienvenidos al futuro.
30 años después, sin discusión, por más lejano y ajeno que lo veamos desde este microcosmos, Gaviria está en el Olimpo del pereiranismo; y en la memoria de un país que merece una mejor suerte y un mejor futuro. Ciertamente.