Por GABRIEL ANGEL ARDILA
Mis mayores acercamientos a la Marina Naval fueron desde la niñez por cercanía con el grumete José Velandia, quien resultó ganador de una competencia familiar y barrial, para ir a prestar servicio militar en la Armada. Dos flacos y un gordo encararon los exámenes y solo resultó vistiendo el esplendoroso uniforme blanco Velandia que era el más menudo de ellos. Un navegante de muchas de las ilusiones que teníamos los chicos de la época, por abrazar la bandera y montarnos –como recordó el padre Nelson Giraldo Mejía– en el mástil de alguna embarcación, para poner a girar ahí desde el corazón todas los sueños imposibles. El presbítero lució sus afectos por la Marina y por las bregas de los navegantes, desde el púlpito de El Divino Maestro (Iglesia de Pereira) para celebrar con Eucaristía y todo, los 198 años de fundación de la Armada Nacional de Colombia. Estuvimos en ese periplo comandados por la Teniente de Navío Damaris Díaz que está a cargo del Distrito 8 en estas tierras tan lejanas de la costa.
Los ritos cumplidos con la oración al marinero y otras preciosas piezas fueron animados por una veintena de uniformados y la plana mayor de los Scouts de Colombia en este capítulo de Risaralda y un puñadito de periodistas que todavía vamos a misa.
El estudioso historiador que celebraba, se trajo un texto que recreaba desde los tiempos del almirante Padilla, las oleadas de aportes no apenas a los capítulos de la independencia de Colombia, sino del ondear de las banderas más acá de la histórica leyenda de un país como muchas milicias, pero lamentablemente sin mucha disciplina de filas para afuera. Con las oraciones a los caídos en combates y ahogados en toda suerte de aguas y tormentos, sumamos una remembranza inútil por la Flota Mercante Grancolombiana que naufragó en la historia, no obstante todas las inversiones realizadas con dineros producidos por muchísimas familias cafeteras que desde el gremio, veían en ella un emblema de sus pujanzas. ¡Fallidas!
Las narraciones de la riqueza recapituladas por el Padre Nelson y que aún resuenan en las pilatunas del grumete Velandia, realizadas en plataforma, entre arpones y brumas de amores marineros, avivan una esperanza porque todos los colombianos en verdad valoremos ese pedacito de bandera (el azul) y juntemos la fe, para rescatar tantos valores perdidos entre los mares de babas con que inundan la patria. Buen viento…