Enrique Santos Discépolo escribió «Cambalache» en 1934, una obra maestra del tango argentino que, a pesar del paso del tiempo, sigue siendo un espejo fiel de las complejidades políticas, económicas y sociales actuales.
La letra de esta canción se adapta perfectamente a la situación de muchos países latinoamericanos, especialmente Colombia:
“Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé
En el quinientos seis y en el dos mil también.
Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos,
Contentos y amargaos, valores y dublé.
Pero que el siglo veinte es un despliegue
De maldad insolente, ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos en un merengue
Y en el mismo lodo todo manoseaos…
Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor,
Ignorante, sabio, chorro, generoso o estafador.
¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!
No hay aplazaos ni escalafón,
los inmorales nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura, colchonero, rey de bastos, caradura o polizón…
¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky van Don Bosco y La Mignón,
Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín.
Igual que en la vidriera irrespetuosa
De los cambalaches se ha mezclao la vida,
Y herida por un sable sin remaches
Ves llorar la Biblia contra un calefón.”
Siglo veinte, cambalache, problemático y febril.
El que no llora no mama y el que no afana es un gil.
Dale nomás, dale que va,
Que allá en el horno nos vamo’ a encontrar.
No pienses más, sentate a un lao,
Que a nadie importa si naciste honrao.
Es lo mismo el que labura noche y día como un buey,
Que el que vive de los otros, que el que mata, que el que cura
O está fuera de la ley…
Discépolo inicia su crítica con una contundente afirmación:
«Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé…
En el quinientos seis y en el dos mil también.
Que siempre ha habido chorros, maquiavelos y estafaos,
Contentos y amargaos, valores y dublé…»
El autor nos recuerda que la corrupción y la inmoralidad han sido constantes a lo largo de la historia.
Los «chorros» y «maquiavelos» mencionados no son más que reflejos de los políticos deshonestos y astutos que dominan el escenario político.
Particularmente en Colombia, estos términos resuenan con fuerza. Los escándalos de corrupción y otros actos ilícitos dentro de las instituciones gubernamentales demuestran que la corrupción es una lacra persistente.
La sensación de que el cambio en el liderazgo no trae consigo mejoras significativas sigue presente en la mente de los ciudadanos.
En Colombia, esta visión se hace más palpable en momentos de crisis política.
La desconfianza en las instituciones y la percepción de que la corrupción es omnipresente se han visto exacerbadas por diversos escándalos recientes.
Desde el mal manejo de recursos públicos hasta la influencia indebida en procesos judiciales, la corrupción ha manchado la credibilidad del sistema político, provocando un sentimiento de impotencia y frustración en la población.
La letra de «Cambalache» continúa con una crítica a la lucha por la supervivencia en una economía implacable:
«Siglo veinte, cambalache, problemático y febril,
El que no llora no mama y el que no afana es un gil.
Dale nomás, dale que va,
Que allá en el horno nos vamo’ a encontrar.»
Discépolo destaca la desesperación y la competencia feroz que caracteriza a una economía donde solo los más agresivos parecen prosperar.
En Colombia, la disparidad en la distribución de la riqueza ha llevado a una lucha constante por la supervivencia. La informalidad laboral y la precariedad económica son realidades diarias para muchos colombianos, lo que refuerza la percepción de que solo aquellos que adoptan tácticas cuestionables pueden salir adelante. La brecha entre ricos y pobres se ha ampliado, y las oportunidades económicas se concentran en manos de unos pocos.
La pandemia de COVID-19 exacerbó estas desigualdades, dejando a muchos sin empleo y aumentando la informalidad laboral.
La crisis económica resultante ha obligado a muchos a recurrir a la economía informal y a prácticas poco éticas para sobrevivir, reflejando la amarga realidad que Discépolo describió en su canción.
Discépolo critica la pérdida de valores y la igualdad surgida de la inmoralidad compartida:
«Todo es igual, nada es mejor,
Lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón,
Los inmorales nos han igualao.»
Este verso refleja una sociedad donde el mérito y la moralidad han perdido su valor. La desilusión con las instituciones y la sensación de que el esfuerzo y la honestidad no garantizan el éxito son sentimientos comunes en Colombia.
Las tensiones sociales, exacerbadas por la violencia, la corrupción y la falta de oportunidades, han llevado a un desencanto generalizado.
La desigualdad social y la percepción de injusticia han permeado la vida cotidiana, haciendo eco de la afirmación de que «los inmorales nos han igualao».
Este desencanto se manifiesta en Colombia en desconfianza generalizada hacia las instituciones y en un sentido de injusticia social.
La falta de acceso a una educación de calidad y a oportunidades laborales equitativas ha llevado a muchos a cuestionar el valor del mérito.
La violencia y la inseguridad también han contribuido a este sentimiento de desesperanza, con muchos colombianos sintiendo que el esfuerzo y la honestidad no son suficientes para mejorar sus circunstancias.
Discépolo aborda la mezcla indiscriminada de figuras y valores en la sociedad:
«¡Qué falta de respeto, qué atropello a la razón!
¡Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón!
Mezclao con Stavisky van Don Bosco y La Mignón,
Don Chicho y Napoleón, Carnera y San Martín.»
Aquí Discépolo destaca la confusión y falta de respeto por las diferencias fundamentales entre los individuos, algo que puede observarse en la sociedad colombiana actual, donde la justicia a menudo parece ciega ante la verdadera naturaleza de las personas y sus acciones.
«Cambalache» es una canción que, a pesar de haber sido escrita hace casi un siglo, sigue resonando profundamente en la realidad actual de muchos países latinoamericanos y de nuestra amada Colombia.
Las críticas de Discépolo a la corrupción, la desigualdad económica y el desencanto social son tan relevantes hoy como lo fueron en 1934.
Esta atemporalidad es un testimonio del agudo entendimiento del autor sobre las constantes humanas y los problemas estructurales que enfrentan nuestras sociedades.
En un mundo donde los desafíos políticos, económicos y sociales persisten, «Cambalache» nos invita a reflexionar sobre nuestra realidad y a cuestionar las estructuras que perpetúan estas problemáticas.
La canción de Discépolo no solo es una obra de arte musical, sino también una poderosa herramienta de crítica social que nos recuerda la importancia de luchar por un mundo más justo y equitativo.
**Javier Ríos Gómez** es economista con especialización en alta Gerencia y Administración financiera, amante del arte y la cultura, y columnista de opinión en temas de economía y asuntos culturales. Vive en Pereira, Colombia, y dedica su tiempo a la consejería financiera y a la escritura de artículos y relatos.
Al igual que lo que nos relata la melodia las culturas y religiones son iguales al tratar de manipularlas por quienes manejan el poder
Es muy cierto,aunque las comparaciones son odiosas,llegamos al 2.000 y seguimos derecho en las mismas.
Buen escrito Javier.
Vivimos en la cultura de la corrupción.