Por GEROSS
Una película que deseaba ver desde hace rato y la pillo ahora en el catálogo de Netflix. Un biopic (biografía de un gran hombre, contada ahora por actores que imitan, para refrescarnos la memoria), que bien vale la pena, en estos tiempos de rabia.
Me acojo en gran medida a lo que este crítico español (Pedro kalil) dijo de ella.
Karl Marx es un joven brillante nacido en la antigua Prusia en 1818, hijo de un judío converso. A falta de recursos y por cuestiones ideológicas Marx es deportado a París, viajando luego a Bélgica junto a su esposa e hijos, sin trabajo y pasando necesidades materiales acuciantes. En la época de 1844 conoce a Friedrich Engels, pensador y revolucionario de rica ascendencia dedicado a analizar el nacimiento de la clase obrera británica; con él su carrera se verá apoyada a todo nivel.
El director Raoul Peck, que fuera ministro de cultura de Haití, no es marxista; en todo caso anti-imperialista como otros países caribeños. Pero no quita para que Peck considere que Marx construyó un paradigma teórico y de ideas que revolucionaron el mundo en un momento ebullescente y vital de la Historia. Sin embargo, siendo un ‘biopic’ lo que construye Peck, lo hace con un tratamiento tan convencional que, aplicado a tan egregio y revolucionario personaje, lo que resulta es un Marx carente casi por completo de espíritu rebelde.
El guion de Pascal Bonitzer junto a Pierre Hodgson y Peck, colabora poco a que se pueda resumir la extensa producción ideológica de los protagonistas Marx y Engels, y aunque se mantiene en los cánones tradicionales y el contexto es descrito con precisión y verismo, con un devenir narrativo plausible, lo que ocurre es que el libreto refleja un ‘biopic’ de un Marx burgués. La trama busca al hombre tras sus ideas, lo cual deviene serial; o sea, la cosa es que ésta no es una película sobre sobre Marx y su obra tan Capital. La cinta se queda en una especie de novelita sobre el filósofo que puede tener un valor pedagógico para jóvenes, que dibuja a sus personajes con rasgos limpios y libres y da un punto de vista en el que cobra un peso especial la vitalidad juvenil, más que la filosofía y la economía.
Hay una aceptable música de Aleksey Aygi junto a una fotografía amarillenta de Kolja Brandt enmarca bien el relato.
En el reparto August Diehl hace una interpretación pasable de tan significado pensador materialista deslizándose hacia un rol que traslada naturalidad al espectador, lo que incluye un punto de escepticismo e ironía en el personaje; además, Diehl tiene los rasgos físicos y el gesto impetuoso y arrogante del pensador alemán Marx. Stefan Konarse está bien como un Friedrich Engels entusiasta que no esconde su admiración por la superioridad intelectual de Marx. Acompaña meritoriamente Vicky Krieps, una bella versión de Jenny, la esposa.
Se me ocurre que del mismo modo que hay películas de acción física, persecuciones y cacharrería, si tomamos las ideas de la Psicología contemporánea (Piaget o Wallon), podríamos afirmar acertadamente que el pensamiento es acción interiorizada, de modo que esta cinta sería algo más parecido a esa otra manera de acción que son los intercambios de pareceres y cierto combate dialéctico que a su forma, es también acción y quizá para alguno, una manera de imaginar futuros colectivos y de reivindicar lo privado como zona de experimentación de nuevas maneras de amar, de vivir e imaginar.
El filósofo Gabriel Albiac Lópiz ha escrito, en relación a una reciente biografía sobre el gigante alemán cuyo autor es Gareth Stedman Jones: “Karl Marx. Ilusión y grandeza” (2018), que Marx, “cuando muere, el 14 de marzo de 1883, Marx ni siquiera es un nombre internacionalmente muy conocido. Lo es sólo en el círculo muy restringido de la «Internacional Obrera», con la cual no siempre mantuvo las mejores relaciones. La boutade que en esos años lanza a amigos y enemigos, «yo lo único que sé es que yo no soy marxista», no podría ser leída aún como rechazo de movimiento constituido alguno. Es sólo la cautela de un hombre inteligente, que sabe hasta qué punto el sujeto que se toma demasiado en serio su propia identidad está a un paso de la idiotez o del manicomio”.
Y finalmente, quiero destacar una nota musical que tiene su punto de acierto y sus notas entrañables de otros tiempos no tan lejanos. Me refiero al “Like a Rolling Stone” de Bob Dylan, que acompaña en los créditos finales, mientras una especie de montaje parece indicar la imperecedera utilidad del pensamiento marxista. Esta canción en el final de la obra tiene un propósito de insurrección. Algunos versículos de esta balada de Dylan dicen: “Hubo una época en la cual te vestías muy bien / arrojabas una moneda a los vagos, en tu plenitud. / ¿No es verdad? / La gente te advertía: ‘Ten cuidado, muñeca, puedes caer’ / pero tu pensabas que todos ellos estaban bromeando. […] Ahora ya no hablas tan alto / ahora no pareces tan orgullosa / de tener que mendigar tu siguiente comida. / ¿Cómo se siente? / Estar sin hogar como una completa desconocida / como una piedra que rueda”.
Siguiendo el tenor de estas estrofas nadie va a negar que vivimos en un sistema socio-económico que alimenta la opulencia de bancos, multinacionales despiadadas, asociaciones industriales a lomos de monopolios (trust) y una casta política corrupta, todo ello a base de arrojar a la miseria a millones de personas.
Pero no hay que olvidar los gruesos errores genocidas de la Historia, para que los remedios que se implementen contra la injusticia, se hagan con inteligencia y ética. Recientemente ha afirmado John Gray en su obra Misa negra, que el origen de la complacencia con Marx reside en que la relación entre Ilustración y terror sigue siendo un punto ciego en la autopercepción de Occidente. Marx no fue el responsable del Gulag, de los crímenes maoístas o del exterminio de Pol-Pot, pero sí fue Marx quien incorporó el terror como parte integral de la revolución que debía llevar al fin de la Historia y de los padecimientos humanos. Y con ello, más allá de la fraseología científica sobre la lucha de clases, vistió de ideología una religión política que llamaba a sacrificar todo ante el altar del comunismo. Ojito con no volver a estos escenarios. El marxismo tiene elementos aprovechables, pero nadie quiere repetir capítulos sangrientos del pasado.
Excelente columna. Felicitaciones