Por GERMÁN A. OSSA E.
Qué bueno que esa gente que inventa tantas cosas, pudiera un día inventarse la manera de permitirle a un lector, que teniendo sus cinco sentidos activos en el momento que sus ojos observa con meticulosidad las letras tatuadas en una página de un libro, impresas en un periódico o reproducidas en la pantalla de un teléfono o de un computador, percibir de alguna manera, esa música que escuchaba la persona que en otro lugar, distante o cercano de él, percibía en los momentos que escribía su texto. Lo digo sencillamente porque me gustaría que el lector que tiene ahora frente a sus ojos esta nota mía, qué bueno que pudiera escuchar esas notas de jazz que se pasean por los aires de mi habitación mientras ponía (pongo) mis impresiones sobre esta maravillosa, difícil, dolorosa, sensata y noble película.
La magia de esa música de origen negro, o mejor, negra, es indescifrable. La pintura que inspira, las novelas, las obras de teatro, las películas y las historias todas, que propicia, tienen una fascinación incalculable. Esa mezcla de alegría y tristeza es indescriptible, como la vida misma.
Hace días quería repetir la película (ya la había visto azarado por Chucho Navarro que me motivó a verla hace cerca de cinco o seis meses), para animarme, o mejor, re-animarme a escribir unas palabras sobre ella, pues tiene muchas aristas para ser tenidas en cuenta, que ayudan a descifrarla, a comprenderla, a sentirla y a quererla y hasta a odiarla, si es preciso.
Y empiezo: “Me gustaría entrar en tu cabeza siquiera 5 minutos para saber qué piensas”, le dice un hombre de jazz, de blues, de música negra hermosa, a un músico negro repleto de ideas en una pequeña parte de una de tantas discusiones, con un enorme blues que suena al fondo y que hace parte del alma de esta película que tiene sabor a vida, así en ella, haya muerte.
Extraordinaria cinta que tiene todas las estrellas que uno pudiera ponerle. Simbología que apropio para premiarla, más no para calificarla como hacen los críticos de cine faranduleros que quieren medir un valor con figuritas.
Llega al alma porque es como la vida misma, pues como dice un músico a otro, de la misma Banda que acompaña a la mamá del blues, «La música hace eso, llena los vacíos».
LOS ACTORES PRINCIPALES
Chadwick Aaron Boseman, fue un actor, guionista y dramaturgo estadounidense que inició su carrera como actor, haciendo apariciones breves en series de televisión. Interpretó a T’Challa en Capitán América: Civil War (2016), Black Panther (2018), Avengers: Infinity War (2018) y Avengers: Endgame (2019). Gracias a su interpretación del personaje, fue reconocido en los MTV Movie & TV Awards y los Premios de la Crítica Cinematográfica. De igual forma protagonizó películas referentes a la comunidad afroamericana, como 42 (2013), Get on Up (2014) y Ma Rainey’s Black Bottom (“La madre del blues”) (2020). En 2018, la revista Time lo nombró una de las 100 personas más influyentes del mundo por «sus interpretaciones de héroes afroamericanos».
Falleció el 28 de agosto de 2020 en su residencia en Los Ángeles, por complicaciones de un cáncer colorrectal que le había sido diagnosticado en 2016 y que había mantenido en secreto al público.
La muerte de Chadwick Boseman nos cogió a todos por sorpresa, incluido a él mismo, quien esperaba recuperarse para volver a dar vida a esa pantera negra. Por desgracia, no fue el caso y tras su fallecimiento solamente quedaba por estrenar una película en la que hubiese participado. La cinta en cuestión es esta, ‘La madre del blues’, que nos llega gracias a Netflix.
Viola Davis, es una actriz y productora estadounidense. Ganadora de un Premio Óscar, un Globo de Oro, un BAFTA, cinco Premios del Sindicato de Actores, un Premio Emmy y dos Premios Tony.
Conocida por sus intervenciones en películas como Antwone Fisher (2002), Solaris (2002), La duda (2008), Knight and Day (2009), Eat Pray Love (2009) y The Help, entre otras. Se ha destacado tanto en cine y televisión como en teatro, y es una de las pocas actrices que ha conseguido ganar la triple corona de la actuación: El Óscar, el Emmy y el Tomy.
LA PELÍCULA
Dirigida por George C. Wolfe, ‘La madre del blues’ es la adaptación cinematográfica de una obra de teatro de 1982 de August Wilson, que dentro de su serie explora la experiencia afroamericana a lo largo del siglo XX. Aquí el eje es la grabación de un disco por parte de la cantante Ma Rainey y las tensiones que surgen tanto con los dueños del estudio de grabación, como con un ambicioso trompetista. La película mantiene un aroma teatral y se apoya en el gran trabajo tanto de Boseman como de Viola Davis.
Es tan evidente que ha habido avances desde 1927 como que el racismo sigue teniendo una fuerte presencia en la sociedad norteamericana, sobre todo en algunas zonas de ese país. Una sumatoria de eventos hacen esta historia. Repito, ese racismo (qué pereza, ese que se respira hasta en nuestros días), que crea conflictos gratuitos entre blancos y negros, conflictos entre ellos mismos, los músicos que conforman la banda y la disputa por el poder entre ella, la diosa, la dueña de la bella voz y los dueños del Estudio donde han de grabar sus discos. Por ello seguro que existe la tentación de extrapolar las ideas que plantea ‘La madre del blues’ a la sociedad actual, algo quizá un poco exagerado, al menos en todo lo que sucede fuera del estudio de grabación, ya que es entonces cuando la situación histórica del relato deja una huella más clara de lo que se ve en la película.
Dentro del mismo el conflicto se mantiene vinculado a lo racial, pero también en lo referente a la posición en el escalafón social. Ma Rainey, la madre del blues, la diosa, que no quiere dejar pasar ni la más mínima cosa para recordar quién es la que manda allí; el trompetista Levee, que quiere dejar claro que no está dispuesto a conformarse con las cartas que le ha dado la vida y los dueños del estudio (los blancos), maniobrando para conseguir lo que desean al menor costo posible.
El resto de personajes funcionan como complemento de los demás, en diferentes aspectos y cumplen con holgura lo que ‘La madre del blues’ demanda de ellos, algo que hasta cierto punto también se aplica a los dueños del estudio. Lo realmente jugoso de ‘La madre del blues’ está en Boseman y Davis, quienes se adueñan de todo, cuando la cámara se fija en ellos, casi saltando chispas cuando chocan entre sí.
Un contraste TENAZ
Chadwick Boseman La Madre Del Blues
Lamentablemente, la película los mantiene mucho más tiempo separados que juntos, lo cual da pie a escenas de reflexión muy potentes, en especial ese momento en el que Levee recuerda lo que le sucedió a su padre, un hecho que le dejó marcado para siempre. Para él conformarse con ser uno más no es una opción y tiene el talento para que le den una oportunidad, lo que no tiene es el color de piel adecuado para que nadie apueste realmente por él.
Siendo justos, el personaje con una evolución más marcada en la película es él pese a que todo gire en realidad alrededor de ella. En el caso de Ma, Davis tiene que ir oscilando entre la necesidad de hacerse respetar y cierto aire de diva que se sabe intocable, algo insólito en la época siendo lesbiana sin tapujos. Eso lleva a que tenga que una presencia imponente en todo momento y que desprenda una confianza absoluta en sí misma. La transformación física también ayuda lo suyo.
TEATRO VS CINE
Venir de una obra para teatro, en cierta forma le hace daño a la cinta que en un principio y por la belleza de la ambientación, las locaciones, la fotografía y la utilería, daba la esperanza de contar una magistral historia en una esplendorosa fotografía que se va convirtiendo en pastiche, en la medida en que todo se va encerrando en el interior de un viejo y mal tenido estudio de grabación, pero que hay que respetar porque de allí extrajo su realizador la idea para hacer la cinta.
Esos zapatos amarillos que estrena el trompetista Levee, y que adquieren un papel protagónico extraño y la pose de diva de la mamá del blues, que pone a la cámara a fijarse en sus dientes recubiertos en metal, fortalecen el hecho de poner a girar la historia en esos dos personajes que se sobran en talento, así tengan sus traumas.
Una película para celebrar por su imagen fotografiada, sus ambientes, la música, las actuaciones, las anécdotas, la historia, la dirección de arte y la dirección en general. Aguanta hasta para volver a verse, ya con los ojos cerrados!
Excelente columna