Las manifestaciones del 6 de marzo en Colombia son un indicativo claro del malestar generalizado y la desconfianza en el liderazgo político de Gustavo Petro. La presencia masiva de ciudadanos en las calles de diferentes ciudades del país muestra una insatisfacción profunda con las políticas implementadas por el Gobierno y la percepción de falta de representatividad en las decisiones gubernamentales.
Este malestar se ha gestado a lo largo del tiempo debido a diversos factores, entre los cuales se encuentran el deterioro de las condiciones económicas de amplios sectores de la población, la percepción de corrupción en las altas esferas del poder, y la sensación de que las políticas públicas no están abordando de manera efectiva los problemas sociales y económicos que enfrenta el país.
El presidente ha optado por desestimar y descalificar las protestas, antes que abordar las legítimas preocupaciones del pueblo, minimizando su importancia al calificar a los manifestantes como una minoría privilegiada que se aferra a sus beneficios. Esta respuesta revela una alarmante desconexión con la realidad colombiana porque, en lugar de reconocer los problemas reales del país, Petro parece centrarse en mantener su posición política y desacreditar a quienes discrepan de su gobierno.
Además, la comparación constante con la administración anterior de Iván Duque parece más un intento de desviar la atención de sus propias fallas que un análisis genuino de la situación, pero, en vez de asumir la responsabilidad y buscar soluciones efectivas, el presidente prefiere buscar chivos expiatorios y eludir sus propias fallas.
Es preocupante ver cómo Petro desestima las preocupaciones legítimas de la ciudadanía y busca desacreditar a aquellos que se atreven a cuestionar su gobierno. En tiempos de crisis como este, es esencial que los líderes políticos escuchen atentamente a la población y trabajen en conjunto para encontrar soluciones que beneficien a todos los ciudadanos, evitando profundizar en la división y la polarización arraigada en la sociedad colombiana, y optando por fomentar el diálogo y la cooperación para comenzar a construir.
La gestión de Petro ha evidenciado una profunda crisis de representatividad en Colombia y los ciudadanos se sienten abandonados por un gobierno más preocupado por mantener su posición política que por abordar los problemas reales del país. Es hora de que el gobierno escuche las demandas del pueblo y tome medidas concretas para abordarlas, de lo contrario, la brecha entre el gobierno y la ciudadanía seguirá ampliándose, lo que conducirá a mayor inestabilidad y conflicto en el país.
Natalia López Arboleda. Politóloga UAM. Especialista en Contratación Pública UM