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PolíticaCreer o no creer en lo que somos

Creer o no creer en lo que somos

Por: Luis García Quiroga

Siempre digo que Pereira como capital de Risaralda y los 13 municipios restantes con sus atrasos históricos, despoblamiento en varios de ellos o abusos y corrupción reiterada, como en las pasadas alcaldías de Dosquebradas y Santa Rosa, tienen no obstante, un potencial enorme para hacer grandes cosas y devolvernos la fe.

Creer o no creer en lo que somos como sociedad. El dilema moderno, es ese.

El problema parecería reducirse a creer por parte de no pocos de nuestros dirigentes que, tenemos tanto, que nadie se va a dar cuenta si se desperdicia, se derrocha, se deja de hacer algo y en el peor de los casos, se roban los recursos, porque como alguna vez hace varios años le escuché con su invariable humor cáustico a Carlos Cardona Gutiérrez: “Son tan hábiles que son capaces de robarle la leche a un pintadito”.

Cosas como esas desaniman, hacen perder la fe y lo peor: la confianza. Ésta vale un potosí, pero a los bandidos, a los ineptos, a los derrochadores y a indiferentes y perezosos, no les importa.

Si se pierden la fe y la confianza, llega el despiadado pesimismo y en el mejor de los casos, el escepticismo que de nuevo nos hace creer en los buenos anuncios, nos alegramos y hasta celebramos.

Pero luego, sin tantos cuentos, nos damos cuenta que son puros cuentos.  Que detrás hay una intención de perverso cálculo político o comercial. Y así pasamos rápido del optimismo al escepticismo y luego al túnel del pesimismo de donde, al salir, vemos una gran valla que dice: imbécil, eso te pasa por creer.

Es así como en estos días de cuarentena vemos el esfuerzo de las autoridades para pedirnos a todos que la cosa es en serio y que nos quedemos en casa.

Pero basta revisar redes sociales para ver multitudes en las calles, colas enormes sin distancias entre personas, buses con pasajeros como sardinas enlatadas y fotos que nos mandan vecinos del Parque del Café varios días con funcionarios públicos celebrando algo.

Claro, a falta de sobriedad y de irrespetar la regla de predicar con el ejemplo, siempre habrá pretextos para celebrar cualquier cosa por significativa o insignificante que sea. El mal ejemplo conduce a ser imitado porque ajá, todos hacemos esfuerzos y también podemos celebrar.

Entre la ficción y la realidad, entre creer y no creer, y entre las buenas intenciones de cambio que nacen de las tragedias como esta del Covid-19, siempre terminamos como la matáfora de cierta parroquia de creyentes muy devotos de cierto barrio, que no tiene cura.

Nos puede la violencia inmutable de que habló Hobbes hace 250 años; nos puede la codicia de que habló Obama en su discurso de posesión luego del derrumbe moral y financiero del 2008; y nos puede el importaculismo de toda la p… vida.

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