(En memoria a Jacobito)
Hay momentos donde no solo nos duele el cuerpo. También nos duele el alma. Cambiar nuestra manera de ver, vernos en realidad como somos, no es cuestión de filosofía insulsa. Es un principio universal necesario de entender para trascender el dolor físico y avanzar en la consolidación de una vida de abundancia, felicidad, paz, plenitud y conexión con el todo o, en caso de no hacerlo, en una vida de reclamos, infelicidad y señalamientos en desconexión absoluta con nosotros mismos y el entorno, generadora de insondables sensaciones de vacío, frustración, pérdida y hasta enfermedad física, mental, emocional y espiritual.
Independientemente de las razones esbozadas, las cuales – bajo la interpretación de nuestros sentidos – justifican con creces una y otra vez el arsenal de argumentos que convalidan la frustración experimentada, el inicio del sufrimiento que como humanos por momentos experimentamos (en razón a la pérdida de un ser querido, del empleo, una enfermedad, una dolencia, una carencia, un sueño no alcanzado) tiene su origen en esa fuerza que concedemos a la interpretación de los sentidos: “Ver para creer”. Si no lo veo, si no lo olfateo, lo escucho, lo degusto o lo toco, sencillamente no existe. Esta es una mirada bastante incompleta que dista de la realidad de la que todos formamos parte.
Dar un giro a esta interpretación miope es trascender la esfera de lo mental para comenzar a explorar el plano de lo Espiritual, lo cuántico, lo infinito. Los sentidos nos proporcionan conocimiento. El plano Espiritual (que no necesariamente está relacionado con conceptos de religiosidad) nos brinda sabiduría. El Espíritu aconducta la mente racional, proveyéndole niveles de comprensión inimaginados a la luz del entendimiento convencional. La mente racional se auto protege bajo argucias que ella misma crea a partir del ego, en tanto la luz del Espíritu – que habita en cada uno de los seres vivos – se nos revela de manera extraordinaria cuando optamos por creer para ver.
Creer para ver te conecta con la energía física y no física, que en últimas es solo una. Bajo este principio, la muerte no existe. Tan solo es un cambio de conciencia del plano de los sentidos al plano del Espíritu. En ese sentido, los seres que amamos no parten. Continúan con nosotros y nosotros con ellos porque esa conciencia, energía pura en potencia, es eterna. (En memoria a Jacobito, mi fiel Buldog que me regaló 7 hermosos años de su luz en este plano de la existencia. Seguimos unidos bebé). Sitio web y YouTube infinitepowertraining