Por ERNESTO ZULUAGA RAMÍREZ
El balance que deja hasta la fecha el COVID19 en toda la humanidad es simplemente aterrador.
Sesenta y cinco millones de personas se han contagiado y la cifra de muertos superó el millón y medio. Y todavía hay algunos incrédulos —o cínicos— que no creen en el virus e invitan a los demás a llevar una vida tranquila y sin restricciones. Lo peor de todo lo que nos sucede está en que la mayoría de gente ha suavizado los protocolos de cuidados y de aislamiento ocasionando una segunda ola de la enfermedad que en algunos países empieza a superar las afectaciones de la primera. El afán de recuperar la economía y de minimizar la devastación que la pandemia ha causado en los pequeños empresarios del planeta ha impulsado a los gobernantes a normalizar muchas de las actividades cotidianas. La industria, los restaurantes, el transporte, las tiendas y los centros comerciales entre otros operan con muy escasas restricciones. Incluso los bares, discotecas y cantinas, los estadios y otros sitios de recreación también abrieron sus puertas con algunas limitaciones. Solo las escuelas y colegios, las universidades y los centros educativos siguen totalmente restringidos sin actividades presenciales.
Hay algunos países que viven situaciones más graves que otros, especialmente aquellos en los cuales los gobernantes ignoraron la magnitud del problema y por lo tanto demoraron las decisiones de cuidado y confinamiento. La semana pasada el número de muertos en los EEUU en un solo día superó los 2.000 por primera vez desde finales de junio y el promedio de nuevos casos alcanzó más de 165.000 en los últimos siete días. El número de pacientes hospitalizados por COVID-19 aumentó casi un 50% en las últimas dos semanas superando la cifra de 80.000 personas en los hospitales en tratamiento por la enfermedad, la mayor cantidad desde que empezó la pandemia. En 29 estados han llegado al pico más alto y se espera que en ese país haya más de cien mil nuevos muertos en lo que resta del fatídico 2020. En Italia, Francia, España e Inglaterra la situación también es dramática obligando a los gobernantes a tomar medidas drásticas para contrarrestar el avance de la pandemia.
En Colombia el gobierno nacional entendió la dimensión del problema y el peligro de una segunda ola y adoptó algunas medidas especiales que buscan mantener el confinamiento y muchas de las restricciones previamente acordadas. Lo que no es comprensible ni aceptable es haber dejado a los alcaldes en la libertad de abrir bares, discotecas y demás sitios de consumo de licor de acuerdo con sus conveniencias y percepciones. El anterior fin de semana se iniciaron en todo el país —por tradición— las celebraciones navideñas precisamente en el mismo momento en que se activó la alarma roja en muchos municipios. En Pereira colapsaron las unidades de cuidados intensivos de casi todos los hospitales mientras las cifras de contagios crecía vertiginosamente. Fue uno de los municipios que, en uso de las facultades contempladas en el decreto presidencial, distendió las medidas. En el momento más difícil y en el que mayores medidas de seguridad deberíamos tener, la gente se fue de rumba. Si en algún momento de este año le tuvimos pánico al coronavirus y entendimos la urgencia de encerrarnos y de hacer más estrictos los protocolos de cuidado, deberíamos comprender que en este momento corremos el más alto riesgo de contagio desde que existe esta calamidad. La que está de rumba es la Parca.
Me gustan sus opiniones doctor Zuluaga, muy objetivas, la forma como escribe las disfruto.