Hoy, querida amiga, tengo una profusa necesidad de exteriorizar mis costras metafísicas, contarte que todo se exacerbó después de mi viaje a Bogotá, con sus instrumentos de aceleración y productividad. Sin embargo el encuentro de Relata, su intercambio de experiencias sobre la escritura creativa en este país inescrutable y sorprendente, fue también un milagro.
El taxista que me regresó al lugar donde me hospedaba y su desahogo sobre su malogrado matrimonio por la actitud ambiciosa de su mujer,- me decía – como si hubiese percibido en mi a una terapeuta, mientras dilataba el viaje y me daba vueltas innecesarias, dejando una huella alterada, de esas que te abren un portal como si te clavaran alfileres en las uñas..
Presentarme en la Fundación Contrabajo, con su ardua labor de creación de público, generando muchas emociones y una conexión, solo explicable desde los confines inconmensurables de la poesía.
Reunirme con mi amigo Romel Borray, después de la función en Soacha, peregrina, en esa ciudad fría, infernal, agitada por el desamparo donde la vida y la muerte colindan, llegar a su morada, después de las 10 pm, y nadie abrir la puerta. Tocó el plan B – dijo el conductor del Uber, muy amable. Una chispa divina me ilumina y recuerdo ver en la tienda de la esquina a un anciano enjuto, inveterado, de 90 años con una barba blanca y larga, que no obstante me había llamado la atención. Pero mi amigo tiene 60 años, – pensé, no puede ser él. Si, era él. El mismísimo Romel. El profesor, alquimista, actor, coleccionista de libros, titiritero, lector, dramaturgo, pintor. El fracasado, el artista al margen, el irredento, el gran saltimbanqui, ágil, móvil, ahora inmóvil y desahuciado, pero con la dignidad y el honor intactos.
Además, quiero referirte la peripecia de un sobrino, que se accidentó en su motocicleta. Esperó tres días en una camilla de un hospital, no hicieron nada, y él, desencantado, desadaptado e impaciente, se fue a casa a exorcizar su dolor con ron y tramadol. Hay muchas formas de matar a una persona. Al decir de Bertolt Brecht.: Apuñalarla con una daga, quitarle el pan, no tratar su enfermedad, condenarle a la miseria, hacerle trabajar hasta desfallecer, enviarle a la guerra, impulsarle al suicidio. Lo sabemos en todos los tonos, aunque los medios del gran capital lo oculten: Repite conmigo: El dinero de la salud, se lo han robado, un pequeño nicho de impostores, insensatos y atrabiliarias de la codicia para llevárselo a los paraísos fiscales, a las Bahamas, para invertirlo en aviones, yates, mansiones y viajes turísticos a Marte.
Hay días en que la bella y la bestia danzan, flotan, se estrujan y parpadean sin moderación. Primero mi perro, Billy ¿lo recuerdas?, ya te hablé de él en otra carta. Plácido por la vereda, en el paseo matutino, devora un pastel que alguien deja al borde del camino. Una mujer fisgonea tras la cortina, y la confusión me obnubila íntegra, por la sensación de ser envenenado. Casos suceden en la comarca. Tal parece que no había pócima, esta vez, se salvó mi fierecilla indómita, pero yo no me libré de que me mordiera, cuando quise evitar su gran tragantona.
Al momento, me entero de la muerte de mi amigo Rommel Borray a quien quería llamar la noche anterior, pero el apremio de “tantas ocupaciones”, embelesamientos e hiperconexiones, lo postergaron hasta el más allá.
Al unísono, mi sobrino era otro número sin el Aria de flauta, que todos los seres deberíamos aprehender, a la manera de Sócrates al recibir su dosis de cicuta.
Luego la gran escena: la madre y el encuentro con su hijo muerto.
- Señorita ustedes me llamaron, yo soy la mamá de Andrés.
- Ya viene el doctor.
- Hay doctor, ¿usted si me va a operar a mi hijo? El debió haber esperado a que ustedes lo atendieran. Pero esta vez, ¿si me lo van operar? (Sus labios se contraen, sus ojos vidriosos y perdida su mirada.)
- Doctor, ¿dónde está mi hijo, puedo hablar con él?
La madre avanza hacia la bolsa negra, se arrodilla, levantándose de una brusca sacudida y estrujándose su cabello. En el mismo instante, explicable, por una conexión parental, mis piernas tiemblan, como si la tierra en que me sostengo huyera bajo mis pies y una corriente de hielo atravesara mi cuerpo.
Vez, que te lo digo, querida Giselle, conjurar la mudez y el miedo al que asistimos, en este monstruoso sistema, generador de ansiedades, máquinas de guerra, controles, desigualdades, injusticias, trampas, desilusiones, distracciones y adoctrinamientos. Aunque la iglesia, la familia, la escuela y la cultura dominante, nos inoculen sumisión y servilismo, en nuestra memoria habitan pasadizos secretos que al abrirlos como se abriría un libro que ha dormido en los repisas de la indiferencia, logra despertarnos, interpelarnos, o talvez acorralarnos en un laberinto, para que su reverso nos expulse al atributo de una tarde de verano iluminando nuestra mirada, y “esos movimientos de rebeldía que tenemos en la sangre revivan como ríos desbocados en nuestras venas” (Gloria Anzaldúa, Bordelands, la frontera).
Ahora debo consolar a mi hermana. Salvarla de ese dolor. ¿El arte nos puede salvar?
Aleida Tabares Montes
La poeta describió con palabras bellas la desatención en salud. Es un contraste grotesco y es la forma culta de decirlo. Los menos elocuentes echarán un madrazo o intentarán vengarse amenazando al autor material de los hechos. Sabemos de su origen neoliberal, sabemos de su ponente asesino en el Congreso, pero no podemos exonerar al personal de salud que se volvió indolente, ambicioso, malo, cómplice de la masacre. En pocos días persiste el gobierno popular en la reforma del sistema de salud. Felicitaciones a la poeta Aleida por provocarnos dolor y felicidad o, como diría Vallejo, tristeza y dulzura
Queridísima Aleida con tu bello y expresivo texto nos dejas una estela de dolor en nuestra piel, una aguja en el corazón y una esperanza con mayúscula con tu frase a manera de pregunta ¿El arte nos puede salvar? Si y no sólo nos salva, también nos cuida.
Leerte querida amiga fue un ver un espejo que me reflejó recuerdos de gente que se ha ido o mejor dicho, la han ido con negligencia médica, con indiferencia, con la explotación…
Hasta ahora el arte ha sido mi tabla de salvación, espero siempre lo sea.
Gracias apreciada amiga.
Querida Aleida, es impresionante como describes la vida dolorosa sin límites y nos conectas por el sufrimiento a esta fisicalidad. El arte feliz te puede salvar 😀