Por: John Harold Giraldo Herrera
El trabajo, en un ideal, ha de dignificarnos. Somos una especie laboriosa, constructora, social por definición, experta en adaptarnos a las condiciones y ofrecer posibilidades ante cualquier circunstancia en la que vivamos. Cada momento histórico refleja las necesidades del modelo económico afianzado. Y se crean y al tiempo se van eliminando oficios, de los cuales viven familias, y ha sido una memoria y un proceso gestarlos. Cuando no hubo imprenta, un oficio sustancial era el de los copistas, escribas pagos por comida o a cambio de un ofrecimiento divino. Al tránsito del periodo feudal llegaron los mercaderes y en la era de las guerras actuales, ser mercenario ha sido un trabajo obligado para agenciar como protagonistas del terror.
Del trabajo, dependen las familias y las naciones para producir maneras de enfrentar retos y generar estilos propios de vida. También es una capacidad, que mientras el trabajo crea la riqueza, también la tranquilidad y el bienestar de los individuos. Aunque ha sido también otro ideal, el de poder dedicarse al ocio, como una dignificación. Hay una lucha entre quienes pueden trabajar y los que se ocupan en la diversión, la unión de ambos, supone una máxima a reunir.
Trabajo no es una palabra muy fortuita. Sus antecedentes etimológicos, nos conectan con tres palos, tripalium, tres estacas en las que se amarraba a un reo. Sus connotaciones han derivado en una actividad de sufrimiento o de tortura. Cuando mencionamos lo digno, nos referimos a un estado de satisfacción por la labor hecha y porque nuestros esfuerzos supongan un aporte a la comunidad, a un hecho de contribución social. Eso nos deja, desde luego, en apuros, porque no todos realizan actividades gratas o que se permitan ser propicias para un contexto.
La actual pandemia nos demanda una pérdida lamentable de millones de trabajos, y por ende de grandes sufrimientos. Nos encontramos, además de las muertes por hambre (una de las principales tragedias humanas) como producto de una inequidad abismal en lo económico, porque todavía se sigue botando comida y se desperdician alimentos; es decir, el hambre no es el resultado de un querer o un capricho o porque la gente no tenga, es atinente al desequilibrio de reparticiones, donde unos acumulan y derrochan y otros no cuentan ni con lo más mínimo para sobrevivir.
Se calcula en cerca de 200 millones los empleos que se han estado perdiendo en el marco de tres meses, cifra a subir si se intensifica, según la Organización internacional del trabajo. ¿Cómo superan los países tal crisis?
De paso, a ese gran crimen, el capitalismo sigue funcionando, y su válvula, que es el sistema financiero no ha presentado ninguna afectación; por el contrario, se ha visto robustecido y han sido puestos en evidencia, porque varios bancos han incrementado sus tasas de préstamos. Los más preocupados son algunos de los sectores de la producción de bienes y servicios, que han sido influenciados con bajas. No en vano, lo que habría por señalar es que un capitalista de los grandes nunca pierde. Ha acumulado más de lo necesario y si deja de ganar no le pasa nada, los afectados son los trabajadores quienes sí dejan de sobrevivir en sus condiciones acordes.
Al hacer un reparto de lo que las sociedades necesitan, antes sobra; el capitalismo ha enseñado al derroche, a un consumo desaforado. En un país como Colombia hay más pantallas que habitantes, también se produce más de la comida requerida. Antes exportamos; lo que plantea es que hay una indebida distribución.
Digamos otro dato, si los gatos y perros que consumen el 30% de toda la carne producida en Estados Unidos, y se dejara de consumir tanto cereal, los niños todos del mundo no tendrían razón para morir de inanición. Antes del Covid 19 en Colombia, según la Fao, 2.4 millones no comían los tres golpes y padecían de ese acto de terror.
Ahora la cifra pudo cuadruplicarse, porque menos son los que entran ingresos. Estar de brazos cruzados no es por voluntad. En cambio. otras actividades han doblado y hasta triplicado su quehacer laboral. Lo que hemos visto es de proporciones lamentables, al conmemorar la fecha de la clase obrera, donde se recuerda que el sufrimiento humano a causa de la producción de la riqueza no le ha permitido vivir en condiciones favorables, la consigna es mantenernos vivos, hecho que no están haciendo los gobiernos, menos el de Duque, que a costa de ello, deshojó la protección y al reactivar sectores, ojalá y no, las cifras de muertos seguirán. Como tampoco se ha hecho mucho para mitigar las secuelas de quienes no tienen un plato de comida.
El desempleo cunde; quienes no encuentran ingresos no tienen más opción que esperar una asistencia, de acceder a los derechos que el estado ha de garantizarles. La corrupción, ese otro acto de terror, impide que los recursos lleguen a las familias o al objetivo propuesto. El sufrimiento a causa del trabajo nos muestra cómo unos son quienes se benefician y la riqueza sigue intacta, cambia de manos o cobra algunas variables, la pobreza y la miseria crece, de la mano el desempleo es una pandemia en ascenso.
La dignidad nunca se nos ha otorgado, ha sido por la fuerza de la unidad, la organización y la lucha. Quienes han creído en tener empleos independientes hoy padecen, no todos, pero artesanos, sector informal, los pequeños comerciantes, el sector turismo, artistas, los dedicados a la recreación, cultura, varios administrativos, entre muchos más, se han quedado a la espera de las mutaciones. Muchos se reinventan, mientras el capital, con sus distintos nervios, no para.
Desempleados de todos los contextos, uníos, junto con quienes no poseen alimentos. La dignidad la ganamos en otro modelo, en el que vivimos, la vida es una transacción más. Cada vez que desarrollamos un trabajo, nuestro horizonte ha de ser el mantenimiento de una comunidad, de otorgarnos motivaciones por estar aportando, no sufriendo ni estando amarrados como los tres palos al capital.
Radiografía puntual, de la pandemia laboral.
Las relaciones de ética y economía, no se dan en una política globalizada, por una reflexion que no pasa por la cabeza de quienes poseen el poder, desde los diferentes sistemas económicos: capitalismo, socialismo….
Consideran al trabajador, como parte de una empresa, donde prima el negocio, la demanda, el beneficio particular, y las ganancias.
Eficiencia los sistemas, cuando aplastan derechos sociales, e injusticia legalizada en remuneración precaria.
Gracias por tu apreciación, el trabajador se da la dignidad organizándose, y reclamando, pero también propiciando el ambiente adecuado para sí mismo. En efecto requerimos un modelo social y político que privilegie la vida.