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El desenfreno del capitalismo ha llegado, el G5 es su aliado

Por: John Harold Giraldo Herrera

La punta de lanza de la información es la internet; ese universo, que va creciendo, nos va construyendo como sociedad, y que nos crea tanto mundos ilusorios, como unos concretos. La velocidad, esa necesidad tan prepotente y ambiciosa, es la búsqueda de las compañías quienes prestan el servicio de conectividad. Mientras los usuarios presumen de mejorar su relación con los datos y lo que desean consumir, y esperan descargar una película que tarde entre una o tres horas, con el G5 puede ser en un minuto, las corporaciones y la geopolítica logran un nuevo escenario para alzarse con el poder. De modo que la transferencia será ágil, como ya sucede en los países, que, en plena pandemia, han proclamado ese nuevo estadio.

El G5 es el aliado mayor del capitalismo. Con su fuerza podrá librar batallas de georreferenciación y no necesitará tantos hombres en tierra, aire o agua, sino del llamado Big data. Con una precisión de detalle, de modo que, con un dron, podrá destruir objetivos con facilidad o encontrar una aguja en un pajar: léase personas, grupos y demás. El llamado Ojo de Dios de la película Rápidos y furiosos, no es tan ficticio. El capitalismo hace que tenga cada vez un botón de no apagado, aunque la dependencia a un modo de control más eficiente, puede ser su punto vulnerable.

Nos hemos acostumbrado al famoso cambio mientras pestañeamos, no ha pasado mucho desde que teníamos que instalar con cables el internet conmutado o por teléfono, hasta que un día despertamos y ya hablamos de banda ancha, fibra óptica, realidad aumentada, vídeos en tiempo real (streaming), y pronto llegará, al estilo de la película El planeta de los simios o Charlie y la fábrica de chocolates, la puesta en otro lugar de una barra de ese apetecido dulce o de un simio que cambia de espacio o tiempo. Si atendemos, yo no lo hago por tener distancias con él, con las ideas de estar involucionando y poseer pensamiento de monos, al escritor Mario Vargas Llosa en su texto La civilización del espectáculo, el 5G nos pondrá, mientras creemos en lo ágil, en una especie de más confinamiento ¿para qué salir mientras todo lo hago desde mi casa? El sedentarismo es ya casi un virus y creará una pandemia de orden planetario: la adicción a las pantallas. Así el autor coreano Byung Chul Han sobre la autoexplotación, tiene toda la razón, el capitalismo nos hace creer en independencias, y en economías naranjas, mientras somos nosotros quienes decidimos cómo y cuándo nos dejamos explotar. Cualquiera que sepa de teletrabajo o de estar pegado a las redes, ha de contar el ejemplo de lo diezmado que deja la exposición a los dispositivos móviles. De paso, el grafeno y los materiales con los que estos se hacen, son el petróleo de nuestros días.

Amanece y estamos en nuevos bríos. Las antenas, que anuncian mejores relaciones, ampliación de nuestras capacidades, velocidad, el mundo al instante, son las mismas que andan cercenando el vuelo de miles de aves, afectando a todo cuanto vive, por los altos fenómenos de radiación. La red atrapa no sólo sueños y ambiciones, sino que coarta a otros. De hecho, no quiero pensar tan sólo en el lado oscuro, que invita a que esa dicha, será una enorme frustración, porque desde luego hay muchos beneficios, que subyacen a una información y unos tejidos en red. El uso y la intención de esas antenas, no es para mejorar nuestras vidas. Los beneficiados son el G5, ese grupo de países poderosos, quienes han cercado a los demás.

El desenfreno del capital, nos hace pensar en sus crisis, y creemos en sus posibles declives, cuando en realidad se renueva y aceita sus grilletes. Ellos nunca pierden, dejan de ganar, y eso que también se pone en duda, poseen dinero suficiente, juegan dados con los humanos, y hacen añicos nuestros sueños, dejándolos en pesadillas. Ahora la piel digital será cada vez más deseada, el espectáculo forjado por el imperio del video clip, la realidad aumentada, los destellos de sonidos y luces, nos contagian de formas de desear y habitar nuestros contextos.

Encadenar, disponer de simultaneidades y de tener una aldea global, se hacen evidentes. Difuminamos de modo ficticio fronteras, nos vamos convenciendo de modo erróneo el ser un mundo homogéneo, cuando en realidad somos más diversos y plurales. Esas dos virtudes corren riesgo al uniformar, porque no es lo multicultural, ni las diferencias, lo que reinan en las redes y en el flujo de la información con la que interactuamos. El reciente ejemplo de China, con su manejo del Covid, fue producto de cercar, sabiendo muy bien cómo se movían los individuos y podían leer el virus y sus desplazamientos sólo empleando big data, al contar con una población hiperconectada. Quienes dominen el 5G serán los portavoces, contarán con el artificio y la mediación de ser los árbitros y dueños de las avenidas de la información y de las arterias del capital.

Las organizaciones que han revirado o puesto alertas, como ambientalistas y grupos políticos y sociales sobre el G5 y sobre todo de las antenas, no han sido escuchadas, en plena etapa de encerramiento, la humanidad recordará también esta fecha por la instauración de esa tecnología. La experiencia del tiempo, a modo de viaje, de dominarlo, es la creación de una máquina virtual (ya no la de Wells), con el G5.

Los recorridos, ya no son tan fascinantes como pisar la luna o viajar a Marte, podemos también ingresar a lo más profundo del océano, ese inhóspito lugar del que poco sabemos y donde pueden estar nuestros orígenes. La dosis mínima ha surtido efectos de embriaguez y un tanto de estupidez, si con el G4 hay unos enormes pasos de atleta por esa autopista, con el nuevo modo, serán saltos, luego vuelos. Enumerar de 1 hasta 5, nos deja un poco la imaginación lo que vendrá, mientras se acomoda lo que ha llegado.

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