POR ERNESTO ZULUAGA
Hay muchos significados en el triunfo de Joseph Biden en las elecciones de los Estados Unidos. En primer lugar puede afirmarse que representa una enorme revancha para el expresidente Barack Obama quien regresa al poder de una manera indirecta pues quien tomará posesión el próximo 20 de enero como el 46º mandatario del país del norte es la persona que lo acompañó como vicepresidente durante los ocho años de su gobierno. Adicionalmente la misma fórmula de Biden fue Kamala Harris, el sello de la victoria.
Ella fue la Fiscal de California para la misma época y senadora demócrata durante el gobierno de Trump. Muy cercana a Obama, Harris es la primera mujer afroamericana, la primera estadounidense de origen hindú y la tercera de su género en ser elegida como candidata a la vicepresidencia en la fórmula de un partido importante.
Aunque parezca temprano podría vaticinarse, desde ahora, que Harris será la próxima presidente de los EEUU, un país tradicionalmente reeleccionista. Es difícil imaginar a Biden lanzándose de nuevo dentro de 4 años pues se convertirá en la persona de mayor edad en la historia de ese país en posesionarse como presidente el 20 de enero de 2021, a los 78 años; tendrá 82 al concluir su período, el que algunos sospechan no logrará terminar.
Sorprende que una persona de esa edad haya sido capaz de enarbolar la figura del cambio y derrotar al presidente titular después de 28 años desde que el demócrata Bill Clinton derrotó al republicano George W. Bush en las elecciones presidenciales de 1992. Pero también sorprende que un presidente mentiroso, fanfarrón, ególatra, racista y sexista haya alcanzado más de setenta millones de votos e incluso hubiese estado cerca del triunfo. La sociedad estadounidense está enferma. Una brutal polarización la divide y no pareciera que las cosas fueran a cambiar en los próximos años.
Volverán entonces el “Obamacare”, el reingreso de los EEUU al Acuerdo de París y a las negociaciones climáticas y ambientales de las Naciones Unidas, el apoyo financiero a la OMS, el aumento del gasto en infraestructura que propuso Obama, una actitud firme frente al racismo, los subsidios al transporte público, la reducción del gasto militar y el mejoramiento de las relaciones internacionales. De cierta manera y a la inversa se repetirá lo que aconteció con Trump una vez alcanzó la presidencia: “borrón y cuenta nueva”. A deshacer todo lo que se hizo en los cuatro años anteriores.
Apreciaremos también una nueva, refrescante y mucho más contundente respuesta del gobierno federal de los EEUU frente a la pandemia del COVID19. Un aumento de las pruebas para el virus, un suministro constante de equipo de protección personal, la distribución de una vacuna y recursos para que las escuelas adelanten sus actividades con menor riesgo. Biden prometió la movilización de 100.000 estadounidenses para crear un “cuerpo de empleos de salud pública” que ayuden a rastrear y prevenir brotes. Todos nos beneficiaremos.
En lo político, el triunfo de Biden significa también una puñalada a la derecha extrema en el mundo democrático. Un mensaje que deberán entender Brasil, Filipinas, Hungría, Turquía, Bolivia, Colombia y muchos otros países que juegan en esos linderos. Quizás el “centro” vuelva a ser una opción política menos fanática y divisionista. Todos sabemos que el partido demócrata está lejos de representar las banderas de la izquierda y que las acusaciones de castrochavismo y otras ridiculeces de origen latino no eran más que estrategias electorales que funcionan muy bien en las democracias de América Central y Suramérica y obviamente en el creciente electorado de los Estados Unidos con ese origen.