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CulturaEl día en que conocí a Comala

El día en que conocí a Comala

Por: Jerson Andrés Ledesma

El día en que conocí a Comala de la mano de Pedro Páramo el dolor de los recuerdos bajaba con pesadez por mi garganta y luego llegaba a los pulmones para difícilmente exhalar el sonido de alguna palabra extraída de su ardiente deseo.

No ha habido libro que queme las manos o los pies de tan acelerado despecho por caminar en la vida o mejor por caminar en sus calles, en las cuales están todos pero a la vez no hay nadie, porque en Comala habitan son las sombras de los ayeres, el calor que envidian los avernos y los pasos de quienes aún se resisten en su marcha.

El silencio de sus personajes, el misterio de sus apariencias, todo parece que se suscribe a través de un blanco y negro fascinante, envolvente; difícil de olvidar, ¿alguien sabe de Pedro Páramo? El hombre que retuerce el galopeo de los caballos, el que evoca la inicial voz de la madre, el que aviva el recorrido de sus hijos por las polvorientas montañas, difícilmente pueda ofrecerse una respuesta; pero si hay algo que endurece el corazón son los motivos para pensar en Susana, un ávido recuerdo que devora la carne humana, aun cuando de Susana no existe la mínima referencia o tal vez… tal vez pueda identificarse su forma cuando todo haya terminado.

Solo quedan algunos retazos de frases perdidas en momentos de un amor infantil, un amor donde las manos volaban con papalotes e inundaban el cielo con una esperanza desbocada. Susana San Juan, el alma en pena que construye un simbolismo entre el olvido y la sagrada tierra que inundan los recuerdos, por tal razón, desde que recorrí Comala nunca pude ser el mismo, no quise ser el mismo debido a que las cosas lúgubres guiaban mis pasos, era imposible vivir sin la nostalgia que emana el calor de sus viejas casas; dicen que su efecto es tan poderoso, que de allí nació Macondo, otro fantasmal lugar que se lleva por delante la descripción de un mundo paralelo entre la fantasía y la realidad. ¿Qué sería de la vida sin Comala? Comala está a la vuelta de la esquina, Juan Rulfo la presenta para atarla como un ancla en el lecho de nuestros sentidos, en el quehacer fugaz de nuestros tiempos perdidos.  

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