Por: JUAN CARLOS PARRA SANABRIA
El paro nacional llegó a Colombia en el segundo semestre del año 2019 y en el primer trimestre del año 2020 fue congelado por una pandemia mundial, la misma de enfrió las manifestaciones en Chile, las protestas en Francia de los chalecos amarillos y otras ciudades del mundo, estaban en el punto de ebullición al borde de la puerta que conduce al pasillo estrecho del cambio social.
En medio de la pandemia del COVID19, las familias colombianas nos dimos cuenta que éramos pobres, que muchos ciudadanos de los que gritaban que no paraban, que ellos producían y generaban empleos y riqueza a los colombianos, apenas decretaron las cuarentenas pusieron el grito en el cielo pidiendo auxilio, porque no tenían otro ingreso diferente al producto de su actividad principal y muchos tienen que salir a la calle a rebuscar el pan de cada día, así que todos encerrados perdieron sus ingresos y como un efecto dominó se encendieron en todo el mundo las llamas de las manifestaciones populares, unas contra las medidas que dictaban los gobiernos para prevenir el contagio, otros contra la vacunación y un supuesto plan de manipulación internacional.
Esa ola de levantamientos populares llegó al año 2021, con la misma fuerza y energía que los movimientos europeos; antes del movimiento social miles de comerciantes ya salían a las calles a exigir a los gobiernos regionales, cambiar las medidas y las restricciones impuestas para evitar que los ciudadanos estuvieran en riesgo de contagio, dueños de discotecas, bares, restaurantes y otros negocios nocturnos cerraron vías y bloquearon las ciudades para exigir que se derogaran todos los decretos que prohibían abrir sus negocios.
Después, el 28 de Abril se convocó un paro nacional, fue una marcha muy concurrida y en cada una de las ciudades se fue fortaleciendo la rabia y la insatisfacción hasta convertirse en un rio fuerte, desbordando sus niveles y alcanzando otras estructuras de nuestra sociedad que nunca han sido escuchados y que encontraron en este escenario, la oportunidad de advertirle a sus gobernantes que tienen que reventar la burbuja en la que están sumergidos y permitir que miles de familias puedan disfrutar de los beneficios de ser miembros de un estado social de derecho.
El proceso deliberatorio no ha sido fácil, desde mi punto de vista el comité de paro no representa a las comunidades que están levantando las banderas en los puntos más críticos del país, por otro lado, los jóvenes y las familias de los barrios más vulnerables no tienen un líder nacional reconocido y para el gobierno es casi imposible recoger varios grupos con problemas diversos y unificar un pliego que pueda materializar en cifras cuantificables la solución a las peticiones de las comunidades que se han levantado contra todos los símbolos de autoridad de este gobierno.
Mientras más se demore el gobierno en desenredar las negociaciones con los camioneros, oxigenar la mesa de negociadores del paro y tirarle salvavidas a los alcaldes para que puedan cerrar parte de la brecha social, o por lo menos construir una agenda de emergencia para calmar los ánimos en espacios tan inciertos a donde los que asisten no tienen ni siquiera garantizada una comida al día, el conflicto seguirá escalando con graves consecuencias para todos los sectores de la sociedad y grandes grupos acéfalos sin estructuras de mando, que no acatarán negociaciones que no suplan sus necesidades básicas, crecerán como espuma y se harán más fuertes sobre el debilitamiento de toda la organización social.
El dialogo nacional es necesario, es urgente, pero debe tocar todas las estructuras corroídas de los colombianos.