
Con mi hermana Luz Alba, mi madre, Doña Aliria y Rubén Darío, mi hermano el menor, ibamos cada ocho días a cine. Al Karká unos años y después al Capri, que eran salas de los Botero Cabal, socios que nos dejaron ver muchas fantásticas cintas que jamás olvidaremos.
Siempre, y era el programa, lo hacíamos a las 3 de la tarde, lo llamaban matinée y eran tandas de dos películas semanales, lo que significaba intermedio, para comer crema y/o crispetas. O ambas.
Allí vimos todo lo de Jerry Lewis, el cómico inigualable del Profesor Chiflado que no hace mucho falleció y que el Festival de Cine de San Sebastián, uno de los más importantes del mundo, le hiciera un homenaje hace muy pocos años, a su vida y obra. Y allí conocimos a Kirk Douglas, Sophía Loren, Marcelo Mastroianni, Alain Delón, Tony Curtis, Victor Mature, Anthony Queen, Charles Bronson, Gina Logobrigida, Gregory Peck y otros dioses del celuloide, que también se quedaron para siempre en nuestra frágil memoria.
Allí vimos “Espartaco”, la película de Stanley Kubrick, sí, donde apareció muy pinta además, Don Kirk Douglas, el papá de Michael, el Famoso que hace poco vino a Colombia y quedó con ganas de Volver.
De ellos es la cinta que ahora nos ocupa.
Spartacus
El camino que llevó a Issur Danielovitch Demsky, el hijo de un trapero alcohólico de ascendencia ruso judía de Nueva York, a convertirse en Kirk Douglas, ícono del Hollywood más clásico y venerado, define una realidad que ya no existe.
Era un momento donde las estrellas no se fabricaban todavía en el Actor´s Studio. Llegaban a la pantalla tras una experiencia vital que impregnaba cada uno de sus personajes. La muerte de Kirk Douglas, a sus 103 años, nos retrotrae a ese momento. Al escribir su primera autobiografía, Kirk Douglas reconocía haber descubierto que “tenía mucha rabia en mí. Estoy enfadado con cosas que ocurrieron cuando era pequeño”. Confesando que “esa furia ha sido mucho del combustible que me ha ayudado a hacer lo que hecho. Ha sido algo positivo”.
Furia es quizá la mejor palabra que define a Kirk Douglas como actor. La sentimos en cada escena, cuando él aparece en pantalla. No solo está servida por un físico imponente. Sino también por una forma de estar en escena. Algo que desprendía un magnetismo especial, que aun en un plano amplio con múltiples personajes hacía dirigir la mirada del espectador allí donde él estaba. Y porque, con la sola presencia de Kirk Douglas presentimos a una fuerza de la naturaleza siempre, incluso en los momentos de paz, a punto de estallar.
Kirk Douglas nos ha entregado un ramillete de poderosas interpretaciones, a través de las cuales podemos acercarnos a algunas de las mejores películas de la historia del cine. Personajes heroicos enfrentándose al poder, desde el coronel Dax de “Senderos de gloria” al líder de las rebeliones de esclavos en “Espartaco”. Consiguiendo entrar en la mente perturbada y creadora de Van Gogh en “El loco del pelo rojo”. O metiéndose en la piel de canallas oscuros, como el gánster de “Retorno al pasado”, el despiadado productor de “Cautivos del mal” o el periodista que ya basaba el poder de los grandes medios en la creación de “fake news” en “El gran carnaval”.
Y en su filmografía encontramos un “tour de force”: las siete veces que coincidieron en la pantalla Kirk Douglas y Burt Lancaster. Amigos, integrantes de la misma saga de poderosas presencias, arrolladoras y sin doble fondo, que el mejor cine clásico norteamericano nos ofreció, y miembros de una izquierda que también dejó su huella en Hollywood. Los vemos rememorando el duelo en el OK Corral en “Duelo de titanes”, un extraordinario western crepuscular. O en una hiperactual cinta política, “Siete días de mayo”, que indaga en el oscuro poder del complejo militar industrial en la política norteamerica.
Germán Ossa
La magia para describir y evocar , la simplicidad y profundidad critica, frente a lo significativo e impactante del arte cinematográfico.Felicitaciones.