Más allá del escándalo mediático generado por la negativa de editorial Planeta de publicar el libro, La Costa Nostra de la periodista Laura Ardila es un revelador documento sobre el modus operandi de los clanes políticos Char y Gerlein, que desde el siglo pasado son actores de poder dominante en la Costa Caribe colombiana.
Y aunque pareciera que la historia se centrara en Barranquilla y el departamento del Atlántico, la verdad es que La Costa Nostra desnuda la cada vez más refinada estructura de corrupción en donde, tras el botín de la contratación pública, convergen gobernantes, clanes politicos, contratistas particulares y, en muchas ocasiones, medios de comunicación.
¿Y qué pasa cuando una sola familia, en este caso los Char, apuntalados en el poder político económico y social, desarrollan toda “la cadena productiva” que incluye ordenadores del gasto (alcaldes y gobernadores); gestionadores de negocios (congresistas, diputados y concejales); ejecutores de los contratos (empresas aliadas con poderoso músculo financiero y pocos escrúpulos para repartir coimas); cooptación de los organismos de control ( a quienes el clan mismo elige) y generosos planes de medios y contratos publicitarios para favorecer la imagen de los mandatarios de turno?
Lo que pareciera una historia particular y anecdótica del Caribe macondiano, lamentablemente se transforma en la certeza de cómo operan carteles mafiosos de la contratación en otras regiones del país, incluyendo la nuestra.
Para no ir más lejos, el denominado cartel de las Marionetas del condenado ex senador de Caldas Mario Alberto Castaño Pérez, tiene muchas similitudes con la forma de actuar de los Char y los Gerlein, pero también lo que vemos con clanes políticos y familiares que operan también en Risaralda y hoy aparecen en primera fila con sus candidatos en las elecciones regionales.
Los Char, con sus negocios financieros, en el comercio mayorista, en la radiodifusión, en finca raíz y en el deporte y los Gerlein como contratistas de obras civiles del Estado, tenían fondos suficientes para financiar las campañas políticas de sus integrantes y aliados y hasta para pagar los mochileros ( compradores de votos).
Sin embargo, a la vez que la ambición crece, se fortalece la idea de que es innecesario arriesgar el patrimonio de la familia en avatares electorales, cuando gobernantes “bien aconductados” direccionan la contratación pública a sus socios y de allí sacan los multimillonarios recursos para financiar a los candidatos de sus afectos. Cualquier parecido con la realidad es una simple coincidencia.
En el título de esta columna, además del libro de Laura Ardila, también me refiero a unos “cachos”.
Creo que a los Char, el romance subrepticio de Alejandro con Aida Merlano, “les supo a cacho”, porque de esa relación furtiva se desencadenaron varias situaciones que tienen contra las cuerdas su imperio:
1. La medida de aseguramiento contra Arturo Char por concierto para delinquir y compra de votos, que lo tiene detenido en la cárcel de La Picota.
2. La vinculación, a través de numerosos testimonios de Alex Char en las mismas irregularidades de su hermano menor, cuando a lo largo del tiempo, “pasó de agache,” incluso cuando sus socios, los primos Nule, fueron a la cárcel.
3. La denuncia penal de Aida Merlano contra el patriarca Fuad Char y su hijo el exalcalde por los presuntos delitos de fuga de presos, secuestro, tentativa de homicidio, soborno y fraude procesal, entre otros, que se encuentra radicada ante la Fiscalía.
En resumen, el libro La Costa Nostra y el testimonio de la condenada excongresista Merlano están a punto de “llevarse por los cachos” a los Char, los dueños del Junior de Barranquilla, de Supertiendas Olimpica y una de las más renombradas familias del litoral Caribe.
Muy bueno Juanito, los Clanes de Las Nostras existen, casi en todos nuestros Deptos.