Fundado el 9 de febrero de 2020
LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadEl  monicongo: Un viejo mito cafetero.

El  monicongo: Un viejo mito cafetero.

Para descansar  de temas técnicos y políticos, contaré una historia,  que aunque no tiene  como  propósito  hablar  del  café, lo toca  tangencialmente,  pues este es  un  tema difícil  de ignorar para  los  nacidos en esta región.

Mis tíos Alfonso  y  Félix,  a pesar del sigilo  y discreción con que los padres y  mayores trataban sus temas  hogareños incluida finanzas y economía, supieron  que su  papá  (mi abuelo Pompilio Ríos)  estaba en mala situación  financiera  y tenía hipotecada la finca y, quizá oyeron de las terribles consecuencias de perder  su único patrimonio  en caso de no pagar la deuda;  siendo unos muchachos, no tenían la oportunidad de hablar con los adultos  del tema, ni  ofrecer sugerencias, ni  menos aún,  dar  ningún aporte económico  para salir del apuro.

Pues bien,  decía que siendo mis tíos dos muchachitos, sin grandes ideas para mejorar la situación económica de la familia  y habiendo  quedado impactados y muy angustiados  por la charla escuchada,  decidieron buscar la manera de ayudar a su padre a salir del embrollo, es bueno aclarar que esto ocurría  sin que mi abuelo tuviese la menor  idea que ellos sabían de la hipoteca de la finca, ni que  querían tomar cartas en el asunto.

A  la finca del abuelo, como  ocurría en toda la zona cafetera  llegaban trabajadores de varias  regiones del país, con expectativas y experiencias  diversas; en  el artículo “Los andariegos del café” , “El Tiempo” domingo 29 de Octubre de 2006 página  C3.PANORAMA, de autor  Luis Alberto Niño, cuenta  que “Todos los años , cuando llega Octubre y los granos de  los cafetales brotan tan rojos  como gotas de sangre, miles de hombres y mujeres llegan, con la puntualidad de las aves migratorias, a las montañas de Caldas  en busca de la gran cosecha del año”, estos  recolectores salían del corte a eso de las cinco de la tarde, recibían  como  comida  frijoles y  mazamorra y,  armaban verdaderas tertulias;  en una época sin luz eléctrica , televisión ni internet,  solo podían  oír  música en el  radio de pilas del abuelo,  escuchaban  Transmisora Caldas mientras  miraban  las nubes  buscando  descubrir las figuras que formaban  al ser barridas por el viento, luego por lo general relataban historias que tenían mucho que ver con  sus andanzas y  peripecias, siempre salían a  relucir  los  mitos  de nuestra zona cafetera.

La  niñez de mi hermano Gustavo y yo fue muy feliz, podíamos  visitar  la  finca de nuestros abuelos maternos  en la vereda el  Zurrumbo de  Marsella y, también pudimos  disfrutar de esas  tertulias,  cuando  ya nuestro tíos y tías eran hombres  y mujeres mayores de edad;  a nosotros nos causaban  terror las historias de brujas, lloronas, jinetes sin cabeza y otra criaturas del folclor antioqueño heredadas por nuestros  abuelos y  padres;  pero aunque  los abuelos nos mandaran a acostar, preferíamos oírlas con  ojos agrandados por el terror, y  la imaginación desbordada por el miedo, para  después pasar noches de  sustos y  pesadillas, y  lo peor, aguantar orinadas a media noche por no salir del cuarto donde dormíamos bajo la supervisión y autoridad del tío Félix, pues había que atravesar todo el patio para ir a la letrina y en ese recorrido nos sentíamos observados por todo tipo de criaturas malignas, muchas veces tuvimos que despertarnos mutuamente, para ir acompañados a desaguar nuestras vejigas, pero también muchas veces, si oíamos roncar al tío,  salíamos al balcón y orinábamos  a escondidas sobre un barranco, cosa prohibida para evitar los  olores  a “berrinche”. (El tío Félix   y la tía Odilia  eran los  solterones de  la familia y  vivían con mis abuelos;  posteriormente  mi tía se casó y tuvo 2 hijos y, mi tío  Félix , sin  renunciar  a su amada soltería  consiguió  pareja  después de cumplir  los 70 años).

Después de deliberar entre ellos, Alfonso y Félix  llegaron a la  absurda conclusión que la única manera de ayudar al abuelo era hacer un monicongo y,  se  dedicaron con cuidado  y disimulo  a averiguar las condiciones para lograr este deseo: había que ir a medianoche a un monte bien espeso,  alejado, llevar un gato negro robado y  una olla con agua, ponerla a hervir  y echar en ella al gato vivo  hasta dejarlo bien cocinado y luego sacar uno a uno los huesos preguntando ¿éste es?, hasta que  se sintiera un olor a azufre y una voz dijera  ¡ese es! , inmediatamente se salía a la carrera y sin mirar hacia atrás hasta que clareara el día. “ Más luego  uno debe comerse la carne de la presa y  el gueso, cortao en pedacitos, metelo en un muñeco  que uno mesmo hace de chonta go madera  dura y negra” (Nota 1); lo primero que  entendieron es que se requería mucha valentía hacer algo así,  pero  decidieron  intentarlo,  inicialmente para superar el miedo a la oscuridad, cada uno de ellos dejaba  escondido  algún objeto personal:  una moneda,  una canica,  una piedra de un color  o forma especial, inconfundible,  en un sitio especial  para que el otro hermano, en las horas de la noche saliera a buscarlo y  lo  recogiera, siendo  prueba de haber salido  y regresado venciendo  el  miedo;  los primeros objetos  los  dejaron  en las cercanías de la casa y, paulatinamente  fueron aumentando la distancia para ganar confianza, incluso ya ambos habían cruzado la quebrada  “El Zurrumbo” en sus correrías nocturnas; el plan marchaba viento en popa, aunque no era raro que uno de ellos llegara demudado y tembloroso de susto  porque algún búho había ululado siniestramente,  o  una gallina ciega alzaba el vuelo repentinamente,   un murciélago volara cerca de ellos, o un gato se cruzara en su camino,  haciéndole creer  que era  ”el  patas” que venía por él.

Una noche muy oscura y con ráfagas de viento que  provocaban escalofríos,  Félix  tuvo  que salir a traer el objeto dejado por  Alfonso, ya  de regreso, luego  de recoger  exitosamente el encargo, sintió  que  lo  jalaban del pelo, lo  elevaban  por los aires y  lo  arañaban,  estuvo  a punto de dar alaridos de miedo,   pero  se contuvo para no revelar el secreto, e  invocó  a  Dios  para que el demonio no lograra llevárselo; fue tanta su fe, que al momento  sintió  que caía al suelo, arrancó como alma que lleva el diablo, llegó  tembloroso y  al borde de las lágrimas donde Alfonso y le contó la historia, ambos pasaron la noche en blanco, desvelados, presas del terror;  al amanecer se armaron de valor  y  salieron a recorrer el camino,  hasta  llegar al  sitio  del  supuesto encuentro  demoníaco, allí descubrieron lo ocurrido: en ese potrero había quedado un  viejo caballo de la finca destinado a  pastar en paz hasta el fin de sus días y, el tío Félix  en su miedo y angustiado  por regresar a su casa, por  no  fijarse  por dónde caminaba,  se subió bruscamente en  él, el caballo asustado, se incorporó intempestivamente,  y  lo arrimó a una mata de mora  silvestre  causante de los arañazos, al regresar a la casa, el abuelo que había notado la ausencia,  los abordó, les preguntó  a que se debía el madrugón, los arañazos y la cojera de Félix, cogidos de sopetón empezaron a  tartamudear y sin ser capaces de inventar nada le dijeron la verdad, contrariamente a lo que esperaban, el abuelo los abrazó lleno de amor  filial, los reconfortó y les explicó que el monicongo no era sino una leyenda y,  la mala  situación económica era pasajera  y  casi  algo habitual debido a problemas con el café.

Esa no fue la única vez que el abuelo estuvo en problemas por malas cosechas de café  o caídas del precio; posteriormente,  siendo el tío Félix   trabajador  de  Puertos de Colombia, en Buenaventura, se ganó un sorteo de la lotería del  Valle  recibiendo  una  buena cantidad de dinero  que entregó a su padre en  préstamo  para pagar una nueva hipoteca  y salvar la finca.  Tiempo  después,  en un año particularmente duro para mi papá,  descuadrado por enfermedad de mi mamá  y algunos de nosotros, me enviaron  a pasar la  navidad con mis abuelos, yo había  rezado y  pedido una “canoa india” que vendían en Sears que quedaba como en la catorce con octava en Pereira, y  el  niño Dios me  trajo  un pequeño perrito plástico y un jaboncito de baño tipo motel,  desilusionado  con regalos que me dieron,  los  arrojé cafetal abajo, echando madres y   vulgaridades;  me contaron que mi abuela lloró por mi  comportamiento;  tiempo  después  supe que se año  también había sido desastroso para los cafeteros, incluido mi abuelo,  por los bajos precios del grano.

También en esos lejanos tiempos los cafetales  se convertían en potreros o viceversa de acuerdo al precio internacional  del café,  y ya  mi  abuelo  hablaba  de  la necesidad de  diversificar la producción y  sembraba  frutales por toda la finca, recuerdo en especial piñas y moras, también montó un galpón llamado “Toledo”, cuyos huevos  diariamente se vendían en Marsella; poco ha cambiado el panorama del campesino cafetero. Como dijo alguien filosóficamente: ¡No hay nada nuevo bajo el sol!

Notas. 1-Colección las mejores  Leyendas de América.  “El monicongo”  Antonio Molina Uribe,  EDILUX EDICIONES  1989, Medellín, Colombia, página 24.             

6 COMENTARIOS

    • Mil saludos Fernando: relatos de una época más heróica e inocente, leyendas de nuestros abuelos y recuerdos gratos de infancias . Mil bendiciones.

  1. Gracias hija,buen pueblo que olvida su memoria está obligado a repetirla, si no preservamos nuestra cultura, solo nos conocerán por las películas gringas, o nos limitaremos a pensar que hamburguesas y peros calientes son nuestra herencia gastronómica. Mil bendiciones.

  2. Papi, gracias por contarnos esas historias que nos permiten recordar nuestras raíces y, a la vez, extenderlas hasta nuestros hijos

  3. Mil gracias por su gentil comentario. Me alegra poder evocar esas fábulas de nuestra juventud, menos tecnológicas y más humanas.

  4. Los mitos y leyendas de toda esta extensa zona cafetera, son muy diversos; quien no se desveló después de escuchar los relatos de los tíos o abuelos sobre la pata sola, la llorona, el duende, la madremonte y tantos otros personajes de la imaginación de nuestros coterráneos. Gracias Don José Danilo por refrescarnos la memoria y volver a aquellos tiempos de nuestra niñez.

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