Para descansar de temas técnicos y políticos, contaré una historia, que aunque no tiene como propósito hablar del café, lo toca tangencialmente, pues este es un tema difícil de ignorar para los nacidos en esta región.
Mis tíos Alfonso y Félix, a pesar del sigilo y discreción con que los padres y mayores trataban sus temas hogareños incluida finanzas y economía, supieron que su papá (mi abuelo Pompilio Ríos) estaba en mala situación financiera y tenía hipotecada la finca y, quizá oyeron de las terribles consecuencias de perder su único patrimonio en caso de no pagar la deuda; siendo unos muchachos, no tenían la oportunidad de hablar con los adultos del tema, ni ofrecer sugerencias, ni menos aún, dar ningún aporte económico para salir del apuro.
Pues bien, decía que siendo mis tíos dos muchachitos, sin grandes ideas para mejorar la situación económica de la familia y habiendo quedado impactados y muy angustiados por la charla escuchada, decidieron buscar la manera de ayudar a su padre a salir del embrollo, es bueno aclarar que esto ocurría sin que mi abuelo tuviese la menor idea que ellos sabían de la hipoteca de la finca, ni que querían tomar cartas en el asunto.
A la finca del abuelo, como ocurría en toda la zona cafetera llegaban trabajadores de varias regiones del país, con expectativas y experiencias diversas; en el artículo “Los andariegos del café” , “El Tiempo” domingo 29 de Octubre de 2006 página C3.PANORAMA, de autor Luis Alberto Niño, cuenta que “Todos los años , cuando llega Octubre y los granos de los cafetales brotan tan rojos como gotas de sangre, miles de hombres y mujeres llegan, con la puntualidad de las aves migratorias, a las montañas de Caldas en busca de la gran cosecha del año”, estos recolectores salían del corte a eso de las cinco de la tarde, recibían como comida frijoles y mazamorra y, armaban verdaderas tertulias; en una época sin luz eléctrica , televisión ni internet, solo podían oír música en el radio de pilas del abuelo, escuchaban Transmisora Caldas mientras miraban las nubes buscando descubrir las figuras que formaban al ser barridas por el viento, luego por lo general relataban historias que tenían mucho que ver con sus andanzas y peripecias, siempre salían a relucir los mitos de nuestra zona cafetera.
La niñez de mi hermano Gustavo y yo fue muy feliz, podíamos visitar la finca de nuestros abuelos maternos en la vereda el Zurrumbo de Marsella y, también pudimos disfrutar de esas tertulias, cuando ya nuestro tíos y tías eran hombres y mujeres mayores de edad; a nosotros nos causaban terror las historias de brujas, lloronas, jinetes sin cabeza y otra criaturas del folclor antioqueño heredadas por nuestros abuelos y padres; pero aunque los abuelos nos mandaran a acostar, preferíamos oírlas con ojos agrandados por el terror, y la imaginación desbordada por el miedo, para después pasar noches de sustos y pesadillas, y lo peor, aguantar orinadas a media noche por no salir del cuarto donde dormíamos bajo la supervisión y autoridad del tío Félix, pues había que atravesar todo el patio para ir a la letrina y en ese recorrido nos sentíamos observados por todo tipo de criaturas malignas, muchas veces tuvimos que despertarnos mutuamente, para ir acompañados a desaguar nuestras vejigas, pero también muchas veces, si oíamos roncar al tío, salíamos al balcón y orinábamos a escondidas sobre un barranco, cosa prohibida para evitar los olores a “berrinche”. (El tío Félix y la tía Odilia eran los solterones de la familia y vivían con mis abuelos; posteriormente mi tía se casó y tuvo 2 hijos y, mi tío Félix , sin renunciar a su amada soltería consiguió pareja después de cumplir los 70 años).
Después de deliberar entre ellos, Alfonso y Félix llegaron a la absurda conclusión que la única manera de ayudar al abuelo era hacer un monicongo y, se dedicaron con cuidado y disimulo a averiguar las condiciones para lograr este deseo: había que ir a medianoche a un monte bien espeso, alejado, llevar un gato negro robado y una olla con agua, ponerla a hervir y echar en ella al gato vivo hasta dejarlo bien cocinado y luego sacar uno a uno los huesos preguntando ¿éste es?, hasta que se sintiera un olor a azufre y una voz dijera ¡ese es! , inmediatamente se salía a la carrera y sin mirar hacia atrás hasta que clareara el día. “ Más luego uno debe comerse la carne de la presa y el gueso, cortao en pedacitos, metelo en un muñeco que uno mesmo hace de chonta go madera dura y negra” (Nota 1); lo primero que entendieron es que se requería mucha valentía hacer algo así, pero decidieron intentarlo, inicialmente para superar el miedo a la oscuridad, cada uno de ellos dejaba escondido algún objeto personal: una moneda, una canica, una piedra de un color o forma especial, inconfundible, en un sitio especial para que el otro hermano, en las horas de la noche saliera a buscarlo y lo recogiera, siendo prueba de haber salido y regresado venciendo el miedo; los primeros objetos los dejaron en las cercanías de la casa y, paulatinamente fueron aumentando la distancia para ganar confianza, incluso ya ambos habían cruzado la quebrada “El Zurrumbo” en sus correrías nocturnas; el plan marchaba viento en popa, aunque no era raro que uno de ellos llegara demudado y tembloroso de susto porque algún búho había ululado siniestramente, o una gallina ciega alzaba el vuelo repentinamente, un murciélago volara cerca de ellos, o un gato se cruzara en su camino, haciéndole creer que era ”el patas” que venía por él.
Una noche muy oscura y con ráfagas de viento que provocaban escalofríos, Félix tuvo que salir a traer el objeto dejado por Alfonso, ya de regreso, luego de recoger exitosamente el encargo, sintió que lo jalaban del pelo, lo elevaban por los aires y lo arañaban, estuvo a punto de dar alaridos de miedo, pero se contuvo para no revelar el secreto, e invocó a Dios para que el demonio no lograra llevárselo; fue tanta su fe, que al momento sintió que caía al suelo, arrancó como alma que lleva el diablo, llegó tembloroso y al borde de las lágrimas donde Alfonso y le contó la historia, ambos pasaron la noche en blanco, desvelados, presas del terror; al amanecer se armaron de valor y salieron a recorrer el camino, hasta llegar al sitio del supuesto encuentro demoníaco, allí descubrieron lo ocurrido: en ese potrero había quedado un viejo caballo de la finca destinado a pastar en paz hasta el fin de sus días y, el tío Félix en su miedo y angustiado por regresar a su casa, por no fijarse por dónde caminaba, se subió bruscamente en él, el caballo asustado, se incorporó intempestivamente, y lo arrimó a una mata de mora silvestre causante de los arañazos, al regresar a la casa, el abuelo que había notado la ausencia, los abordó, les preguntó a que se debía el madrugón, los arañazos y la cojera de Félix, cogidos de sopetón empezaron a tartamudear y sin ser capaces de inventar nada le dijeron la verdad, contrariamente a lo que esperaban, el abuelo los abrazó lleno de amor filial, los reconfortó y les explicó que el monicongo no era sino una leyenda y, la mala situación económica era pasajera y casi algo habitual debido a problemas con el café.
Esa no fue la única vez que el abuelo estuvo en problemas por malas cosechas de café o caídas del precio; posteriormente, siendo el tío Félix trabajador de Puertos de Colombia, en Buenaventura, se ganó un sorteo de la lotería del Valle recibiendo una buena cantidad de dinero que entregó a su padre en préstamo para pagar una nueva hipoteca y salvar la finca. Tiempo después, en un año particularmente duro para mi papá, descuadrado por enfermedad de mi mamá y algunos de nosotros, me enviaron a pasar la navidad con mis abuelos, yo había rezado y pedido una “canoa india” que vendían en Sears que quedaba como en la catorce con octava en Pereira, y el niño Dios me trajo un pequeño perrito plástico y un jaboncito de baño tipo motel, desilusionado con regalos que me dieron, los arrojé cafetal abajo, echando madres y vulgaridades; me contaron que mi abuela lloró por mi comportamiento; tiempo después supe que se año también había sido desastroso para los cafeteros, incluido mi abuelo, por los bajos precios del grano.
También en esos lejanos tiempos los cafetales se convertían en potreros o viceversa de acuerdo al precio internacional del café, y ya mi abuelo hablaba de la necesidad de diversificar la producción y sembraba frutales por toda la finca, recuerdo en especial piñas y moras, también montó un galpón llamado “Toledo”, cuyos huevos diariamente se vendían en Marsella; poco ha cambiado el panorama del campesino cafetero. Como dijo alguien filosóficamente: ¡No hay nada nuevo bajo el sol!
Notas. 1-Colección las mejores Leyendas de América. “El monicongo” Antonio Molina Uribe, EDILUX EDICIONES 1989, Medellín, Colombia, página 24.
Excelente viaje por los caminos de ese hermoso e inolvidable pasado…👏🎂
Mil saludos Fernando: relatos de una época más heróica e inocente, leyendas de nuestros abuelos y recuerdos gratos de infancias . Mil bendiciones.
Gracias hija,buen pueblo que olvida su memoria está obligado a repetirla, si no preservamos nuestra cultura, solo nos conocerán por las películas gringas, o nos limitaremos a pensar que hamburguesas y peros calientes son nuestra herencia gastronómica. Mil bendiciones.
Papi, gracias por contarnos esas historias que nos permiten recordar nuestras raíces y, a la vez, extenderlas hasta nuestros hijos
Mil gracias por su gentil comentario. Me alegra poder evocar esas fábulas de nuestra juventud, menos tecnológicas y más humanas.
Los mitos y leyendas de toda esta extensa zona cafetera, son muy diversos; quien no se desveló después de escuchar los relatos de los tíos o abuelos sobre la pata sola, la llorona, el duende, la madremonte y tantos otros personajes de la imaginación de nuestros coterráneos. Gracias Don José Danilo por refrescarnos la memoria y volver a aquellos tiempos de nuestra niñez.