En la pasada columna se hizo referencia a la situación esperada, con el descolgamiento del PIB retratado por el Dane en condición de efecto estadístico pero real y sensible en dirección a la desaceleración de la demanda de bienes y servicios y la contracción de la inversión, lo que ahoga la concurrencia a un mercado que por ello comienza a desajustarse con muchas secuelas que inciden en el desempleo, la escasez, el aumento de los precios, la inflación, el déficit fiscal, la competitividad, la inseguridad, la diáspora educativa, la caída de la inversión y la adquisición de maquinaria y equipo para el aumento de la productividad.
Lo dicho en la ocasión editada, era el temor a entrar en recesión en el caso de darse otro resultado negativo, ya que de modo inmediato y sucesivo se llegare a dar el escenario, según el concepto generalmente aceptado por los tratadistas, ubicarían la conjetura en precariedad con todas sus consecuencias. Lo cierto es que a futuro cercano no se alcanza a divisar una recuperación que difumine ese fantasma, sino se toman acciones de choque a trote rápido, pues, se repite, no hay esperanza de buenos indicadores. Hay estamentos que hoy gozan de gran salud como las actividades artísticas, de entretenimiento, recreativas, de administración pública, educación, explotación de minas y canteras, lo mismo que temas financieros y de seguros; información y comunicaciones, que en conjunto con los que se podrían mejorar, si recibieren estímulos para constituir calificación global, se superarían cifras degradadas del total, así sea en cuantías más bajas a la del año 2022, pero no calificativas para el hundimiento denominativo. El cuadro de resiliencia inspira a los empresarios a pedir un frente con el gobierno como el actor principal del restablecimiento tanto en lo macro como en los torrentes que empujen la salida del fatal cunetazo. La pérdida del empleo socialmente puede constituir adversidad feroz, y si sigue la caída se desplomaría el solo dígito que hoy muestra. Ello también frenaría la lánguida producción y el incierto comercio exterior, incluyendo la transición energética y la actual disponibilidad de los combustibles, que sumirían al país en una crisis inimaginable.
La recuperación debe ser previsible y planeada: En primer lugar, la confianza en calidad de ambiente respetuoso, es la actitud mutua del interés superior; en segundo tema, la inversión privada, la reducción de las tasas de intervención del Banco de la República para propiciar un definitivo motor de la economía que es el gasto de hogares, la concreción de la reindustrialización, el impulso a la vivienda que en escalada promueve otros renglones; la seguridad vial contra piratas de los caminos y el abominable secuestro.
En su reciente Congreso, la Andi indicó: “Somos un empresariado dispuesto a jugársela por Colombia”. De igual manera los demás gremios lo han proclamado sin ánimo retaliativo. Por su lado, Jorge Iván González, jefe nacional de Planeación, expresa: “Es el momento de pensar cómo el Estado puede contribuir a la reactivación y en ese sentido el presupuesto de la Nación es fundamental en programas de política pública” en línea hacia la vivienda, la infraestructura, a subir el PIB con algunas metas inmediatas del PND y empujar el Catastro Multipropósito para la mejora del sector agrario.
Los pronósticos de crecimientos formulados para finales del 2023 por distintos analistas, fluctúan entre el 0.5 y el 2.2% (este último del Minhacienda). La mayoría lo sitúa en 1% que impactaría adversamente la generación de empleo y de nuevos proyectos de inversión productiva, comprometiendo el porvenir. Aumentar y diversificar las exportaciones, debe estar en las prioridades. No hay que olvidar que la economía tiene un alto costo-país, los trámites son engorrosos y sin políticas industriales audaces, la tarea es difícil pero no imposible.
En secuencia, si tantos deseos concomitantes pasan por los que “balancean” las decisiones de interés general y se va manos a la obra, será posible salir del crucial entuerto. ¿Barajarán de nuevo?