Advierto que me parece estúpida y suicida la animosidad con que muchos quieren que al gobierno le vaya mal.
Haciendo uso de las herramientas tecnológicas modernas escuché tardíamente —cuarenta días después— el discurso del presidente de la República en la 42° vitrina de Anato el pasado 22 de febrero en la ciudad de Bogotá, a la que asistieron más de 30.000 empresarios y profesionales del turismo. En mi condición de ciudadano del común y despojado de cualquier interés que pudiera tener frente a esta industria quiero expresarles el desasosiego que me produjo. Lo leí de nuevo en la página oficial de la Presidencia de la República para verificar si mis percepciones y conclusiones pudieran estar sesgadas, pero pude corroborar que el rumbo que advierto para el sector es simplemente el abismo.
Con una retórica dogmática digna de un atril «veintejuliero» y del fragor de una campaña electoral el presidente sepultó el entusiasmo que habían despertado sus palabras en el discurso de posesión cuando afirmó que la industria del turismo estaba llamada a producir las divisas que se perderían con el freno que se le impondría a la explotación del petróleo y del carbón en Colombia. En los albores del mandato se escucharon del gobierno algunas cifras arrolladoras que parecían producto de la ingenuidad, pero que despertaban un inmenso frenesí entre los empresarios como aquella de que durante estos cuatro años vendrán a Colombia 12 millones de turistas extranjeros y que elevaremos el ingreso anual de divisas de cinco a quince millones de dólares.
Sin una agenda de proyectos y propósitos que demostraran una política clara sobre el tema o una estrategia concreta para alcanzar las metas y cifras propuestas, el primer mandatario soltó varias cargas de profundidad que seguramente estallaron como bombas en los oídos de los asistentes. La mitad de su discurso fue para insistir en la urgencia de disminuir los combustibles fósiles y exaltar los esfuerzos por la paz total, pero sobre el tema del evento apenas críticas mordaces a lo que hoy tenemos.
Estos fueron varios de sus comentarios: «en el corto plazo en Colombia el turismo es fundamental, pero en el mediano y en el largo plazo en el mundo está cuestionado», «yo no quiero el (turista)que llega hoy a Cartagena», «el turista que puede venir es un turista depredador», «no nos sirven esos dólares porque nos destruye nuestra propia sociedad. Que incluso para volverla a recuperar podría costarnos mucho más que lo que deja el turismo». Y estos otros: «nuestro turismo no tendría otra opción más que el avión o algo el mar. Y el avión es, como todos sabemos, una de las ramas, la aeronáutica mundial, que está en cuestión por su impacto en la emisión de gases efecto invernadero».
¿Acaso cree Petro que sembrando angustia y haciendo críticas sarcásticas el turismo va a reaccionar? Todos sabemos que tenemos problemas y que deben crearse controles para no afectar nuestro entorno pero expresar todo lo anterior, emitir conceptos despiadados sobre el turismo en Cartagena y Santa Marta y alusiones al choque entre la explotación del carbón y la comunidad Wayú es un despropósito. No creo que haya quedado un solo empresario del turismo a gusto con el gobierno o sintonizado con su discurso.
Es urgente desatar el futuro del gremio de la descarbonificación de la economía. Una cosa es pretender que el sector contribuya al reemplazo de las divisas perdidas y otra dejarles esa responsabilidad a los empresarios. Y Petro debiera entender que el turismo es en gran parte sicología, confianza y percepción y que no basta con que Colombia sea el país de la belleza.
La más cercana y urgente esperanza que tengo en lo que se refiere a petro (minúscula adrede), es que termine su mandato y no vuelva al poder ni siquiera en cuerpo ajeno. Y que conste que mi único interés es que al país le vaya bien.
Otra esperanza importante que guardo es que los votantes de petro hagan un «mea culpa» y reconozcan el estado de inconciencia en el que estaban al momento de elegirlo. No tienen que expresarlo con el mismo ahínco con el que lo eligieron, puede ser algo discreto, pero que nos permita a los demás observar un poco del regreso del sentido común a sus conciencias. Se han ido ganando mi admiración especialmente los congresistas que públicamente están cuestionando lo que pasa con el gobernante, admiro la sensatez.
Una última esperanza que guardo y por la que oro, es que todos los habitante de Colombia, de todas las generaciones, volvamos (y practiquemos todos los días), a los valores estructurales que sostienen un país próspero, libre y en paz como queremos que sea el nuestro. Hay con qué.