Por ÁLVARO CAMACHO ANDRADE
Pocos meses llevaba de haber llegado a la bella Pereira, por esta razón todo para mí era nuevo e interesante, especialmente la catedral Nuestra Señora de la Pobreza. Alguien en esos días me contó que para la época de la violencia los clérigos habían construido unos túneles que iban de las torres menores al interior de la casa cural.

Con espíritu aventurero me puse investigar y mi propósito fue llegar a su interior y buscar esos túneles. Inicialmente logré enterarme que quién le daba cuerda al viejo reloj, guardaba las llaves y podría dejarme entrar era don Adolfo quien un día, después de timbrar en la puerta de la calle 21 me recibió muy amablemente.

Era un señor de unos 60 años, serio y de pocas palabras, pero bonachón, no sé si era sacristán, pero supe que hacía de todo, era campanero, electricista, fontanero, carpintero, pintor, mensajero, portero, restaurador de imágenes, bodeguero, relojero, jefe de mantenimiento y de logística, podía hacer un gran pesebre, vestir santos o salir a la esquina por unos buñuelos para el párroco.

Me le identifiqué como reportero gráfico de La Tarde que era el periódico más importante de Pereira y le inventé el cuento de que me habían pedido hacer unas fotos panorámicas desde los ventanales superiores de la torre central.

Tuve suerte porque ese día al parecer don Adolfo tenía tiempo, me hizo pasar y observé que por alguna razón la catedral estaba cerrada y oscura, sacó un manojo de llaves, abrió la puerta y subimos unas escalas que llevaban a lo que debió ser el coro, a pesar de la oscuridad logré ver por primera vez el entramado de madera que componía la arquitectura de la iglesia, los vitrales de colores intensos relucían en la penumbra, estábamos ubicados casi a ras del techo donde colgaban unas imponentes lámparas araña con cientos de apliques y piedras de vidrio tallado, levanté la mirada para ver la maquinaria y los péndulos del reloj al que se llegaba subiendo una escalera de madera en zigzag y que durante años fue el hijo de don Adolfo quién lo cuidaba y lo consentía como tal. No sobra decir que a todo lo que veía le hacía fotos en blanco y negro y que el amable anfitrión gozaba de mi entusiasmo brindándome la confianza de conocer el interior de su bunker. Logré llegar a la cúpula que tenía ventanas en forma de persiana en cada punto cardinal, desde donde hice fotos panorámicas de la ciudad, de la plaza de Bolívar con su estructura de antes de la remodelación y de lo que dejaban ver los edificios altos. En su interior una gran campana acostada que a cambio de badajo tenía una especie de mazo y a media altura unos parlantes antiguos que debieron haber sido importantes en algún momento. Hasta ese instante no me había atrevido a preguntarle a don Adolfo por lo de los túneles para que no pensara que lo había engañado, pero cuando bajaba, a un lado del reloj logré ver en el piso de una de las torres pequeñas un hueco de más o menos 2 x 3 mt, me acerqué y tomé unas fotos con flash, por el resplandor pude calcular que el piso estaba a unos cuatro metros abajo y a un lado se podía ver un arco de lo que podía ser un entrada. En la otra torre otro hueco similar que también fotografié. Le pregunté a don Adolfo y no supo darme razón en qué consistían o qué eran, nunca bajó ni se interesó en averiguar, salí más empolvado que un carbonero, pero con la idea de descubrir hacia donde llevaban las entradas de los huecos de la catedral.
Le conté la historia a Osvaldo Parra, periodista amigo que se interesó y decidimos bajar a los huecos con el permiso de don Adolfo, nos ayudamos de una soga con nudos y acompañados de Jaime, un muchacho todero del periódico quien bajó en primer lugar y al llegar a la entrada nos gritó –“Nos jodimos, esto está tapiado”. La otra entrada estaba igual, las habían tapado con ladrillos y cemento, no había forma de saber qué podríamos encontrar al otro lado y propusimos ir a tumbar los ladrillos pero hasta ahí llegó la paciencia de don Adolfo que nos dijo que ya no nos podía ayudar.
En el 2002 cuando trabajaban en la restauración de la catedral recordé lo de los túneles pero al ingresar a la iglesia ya no había nada que hacer, los huecos fueron tapados y desafortunadamente nunca supe del misterio de los túneles de la catedral, recordé a don Adolfo, de su destino y de su historia me quiero ocupar.
Álvaro Camacho Andrade