«EN TIERRA DE CIEGOS EL TUERTO ES REY»

Al contrario de lo que muchos piensan el poder no reside solamente en el conocimiento sino —y por el contrario— también en el desconocimiento. A través de la historia las élites han ejercido su dominio sobre las mayorías con base en la ignorancia. Una herramienta fundamental para ejercer ese poder ha sido el diseño y monopolio de tecnologías científicas que mientras más complejas y difíciles más ajenas son para el vulgo. A menor conocimiento mayor fácilidad para subyugar las masas y dominarlas.

Los sacerdotes cristianos y de las demás religiones han ejercido por siglos un poder «superior» sustentado en dogmas misteriosos, casi secretos y ocultos para las mayorías. Solo hasta hace muy pocos años el mayor contenido de esas doctrinas se destaparon y algunas pasaron del latín a las diferentes lenguas del mundo. Al desaparecer los secretos las religiones poco a poco fueron perdiendo peso en el ejercicio del poder.

El oscurantismo y los altos niveles de analfabetismo en la edades antigua y media originaron tabúes y misterios que dieron lugar a la brujería, la magia, la alquimia y muchas otras «ciencias» ocultas que servían para dominar y ejercer el poder. Los desarrollos científicos y tecnológicos de la época moderna han ido levantando velos hasta desbocar el materialismo atávico que domina a la humanidad de hoy.

El ejercicio del poder ha sido complejo. Los chinos, los egipcios y quizás los hindúes inventaron la escritura logográfica, jeroglífica y pictográfica y después los persas crearon la escritura cuneiforme, origen de los alfabetos modernos. Estos «inventos» alejaban las élites del pueblo pues solo las clases dominantes tenían acceso a estas técnicas que cimentaban para ellas su dominio y su poder. Otra herramienta importante fue la divinización de los gobernantes. Reyes, faraones, y emperadores «adquirieron» la condición de dioses y simultaneamente surgieron mitos como el de la inmortalidad. Las gigantescas pirámides egipcias no solo eran tumbas sino vehículos que conducían a la vida eterna. Primero como un privilegio de los faraones a quienes momificaban para preservarlos para la otra vida, en otra dimensión.

La ciencia cumplió su papel. En todas las culturas y durante milenios el poder lo ejercieron los guerreros, los más fuertes. Pero con la modernidad el poder se fue trasladando hacia quienes dominan el conocimiento, la ciencia y la información. Las armas, que han sido el principal instrumento de dominación, han evolucionado de manera asombrosa gracias a la ciencia. Detrás de ellas ha surgido una ingeniería que ha llevado a descubrimientos asombrosos. Los chinos descubrieron la pólvora y cuando se aplicó a las armas de fuego el mundo cambió las lanzas, las espadas, los arcos y flechas, las catapultas y demás armas existentes por pistolas, fusiles, cañones y misiles, todos cada vez más letales. Luego vino la bomba atómica, tan devastadora que su potencial uso nos acerca a la extinción. En los últimos años han aparecido otras armas, superiores quizás, que amenazan con eliminar la hegemonía de las anteriores. Las armas químicas y biológicas, los virus tecnológicos, los drones (asesinos inteligentes) y la desinformación.

Desde que los árabes descubrieron las matemáticas y los egipcios la astronomía se crearon castas dominantes. Las masas desconocedoras e incultas caían en los entramados verdaderos o falsos que fabricaban los dueños del conocimiento. La alquimia, la medicina, la astrología y las demás ciencias instrumentalizaron el poder.

Es claro que una estrategia ancestral de la humanidad para ejercer el mando es no educar y por el contrario desinformar. Mientras más ignorante sea la población más fácil será ejercer sobre ella pleno dominio. La historia no cambia. Es igual hoy que hace cincuenta siglos.