«Nada nos envejece tanto como la muerte de aquellos que conocimos durante la infancia», Julián Green.
La señal más clara de que estamos envejeciendo es la partida cada vez más rápida y numerosa de los seres que conocemos, aquellos con los que interactuamos desde temprana edad.
El cuerpo humano está condenado irremediablemente a la muerte aunque miles de generaciones hayan hecho hasta lo imposible por atajarla: grandes investigaciones con enormes cifras de dinero, elíxires, alimentación diferenciada, antioxidantes, ejercicios, etc.. En fin, una búsqueda incansable y estéril de la «fuente de la eterna juventud».
Debo agregar que pertenezco a una generación, quizás más ambiciosa, que se ufana de los grandes logros de la medicina moderna y de las conquistas alcanzadas con la prolongación de la existencia. La expectativa de vida nos cambió en un corto tiempo de 60 a 80 años y muchos todavía sueñan con vivir hasta los 90. En las conversaciones contemporáneas se escucha a menudo hablar de sexalescencia (una adolescencia a los sesenta), de una segunda tardía juventud o de la detención del envejecimiento. David Sinclair, un científico que tiene un doctorado de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia), un posdoctorado del Instituto Tecnológico de Massachusetts (Estados Unidos), que está a cargo de un laboratorio en la Universidad de Harvard —donde investiga por qué envejecemos— y que adicionalmente es considerado por la revista Time como uno de los 100 seres humanos más influyentes de la actualidad, afirma que «el envejecimiento no es inevitable» e incluso que «que probablemente vayamos a lograr ser capaces de revertirlo».
Los afanes en tal sentido son enormes y podemos afirmar que nos tocó el auge de la medicina estética interesada especialmente en ocultar los rastros que la vejez produce en nuestros cuerpos. No es una ciencia nueva, por el contario hay pruebas milenarias de prácticas que han buscado modificar el cuerpo humano pero casi que exclusivamente en busca de otras formas de belleza. En la actualidad un porcentaje muy alto del total de cirugías que se practican en el mundo tienen afanes estéticos y es muy difícil encontrar a alguien, especialmente en el género femenino, que no haya pasado por el quirófano.
Por lo pronto quiero agregar que los hijos son la única posible prolongación de la existencia. El ADN se va transformando con el paso de los siglos y es innegable que hay un aprendizaje enorme que se va transmitiendo generación tras generación. Todo individuo se soporta en la evolución histórica de la especie y transmite hacia adelante nueva información genética. La evolución se refiere al proceso por el cual los organismos vivos cambian con el tiempo a través de modificaciones en el genoma, dando lugar a la aparición de individuos cuyas funciones biológicas o rasgos físicos están alterados. Esos individuos, mejor adaptados a su entorno, producen más descendencia que los individuos menos adaptados. Por lo tanto, con sucesivas generaciones (que en algunos casos abarcan millones de años), una especie puede evolucionar para asumir funciones o características físicas divergentes o, incluso, puede evolucionar en una especie diferente. Lo que no satisface a la vanidad humana es que ellos tienen otra conciencia (su propia conciencia) y no la nuestra. Aunque asombra que también haya serias investigaciones orientadas a grabar la conciencia humana de cada individuo para guardarla y transmitirla. Imagínense muertos pero con la conciencia viva habitando en otro ser o quizás en una máquina. ¿Cuál es el límite?
Ante la presencia inatajable de los años les dejo esta reflexión, que bien puede servirles de herramienta:
«La vejez comienza cuando el recuerdo es más fuerte que la esperanza», *Proverbio Hindú*.
Excelentes reflexiones sobre la vida, quedan muchas preguntas por resolver: sobre el tiempo, la memoria, la capacidad física, mental y espiritual del ser humano, la calidad de vida, etc, etc, etc.
Excelente columna y magnífica reflexión Ernesto