Por: Juan Guillermo Ángel Mejía
Estamos saturados del virus, cada día es noticia cuántos seres humanos han contraído la enfermedad, cuántos han fallecido, qué tienen en común las víctimas, cómo afecta el confinamiento tanto a las personas como a sus derechos, en fin. ¿Qué tal la pregunta de cómo esta pandemia ha vulnerado los derechos democráticos y ha empoderado a los gobernantes quienes, dado el peligro del contagio, han asumido roles que van más allá de los que permite el estado de derecho?.
Pero si bien esto nos afecta a todos, hay quienes resultan más golpeados que otros; el sector turístico está herido, como ejemplo citamos el llamado angustioso que los taxistas de San Andrés le hacen al presidente Duque. Ellos viven exclusivamente del turismo y si bien entienden que la solución no es abrir el aeropuerto y por lo tanto incrementar el riesgo sí solicitan que se les tienda la mano ya que la ausencia de viajeros dura demasiado y ellos, como trabajadores independientes, no tienen fuente diferente de ingresos. Hay muchos otros que requieren de ayuda de carácter urgente, el dilema entre quienes sostienen que abrir la economía es abrir los sepulcros y quienes sostienen que las muertes, como consecuencia del confinamiento, pueden ser superiores a las causadas por el virus, es un debate sin fin, en el cual cada uno de los bandos tiene razones de peso.
No hay respuestas categóricas sobre cómo actuar, de un lado hay países que han sorteado el problema con mayor éxito que otros a pesar de haber permitido el desarrollo casi normal de todas las actividades; otros por el contrario, al imitarlos han disparado el contagio a punto de hacer colapsar las instalaciones y los recursos médicos. Colombia ha estado del lado de los que mejor han manejado el problema pero los últimos datos nos muestran que el mal no está controlado, por el contrario ha adquirido una dinámica muy complicada, tanto desde punto de vista de la salud como en el de la salud de la economía.
Las obras públicas se ven afectadas no solo por los protocolos de seguridad que encarecen la construcción sino, esto es nuevo, por la falta de recursos; los más grandes contratistas, los gobiernos, han comprometido enormes recursos en atender a los enfermos, en prevenir la plaga y en socorrer a los más necesitados pero eso no ha sido gratis, y ahora empiezas a faltar dinero para atender a las obras públicas así que lo que viene no es mejor, puesto que el remedio, el trabajo remunerado, se empieza a afectar por la falta de recursos.
Lo que pasó en el día sin IVA es algo que debemos mirar con cuidado, de un lado se favorecieron muchos compradores y vendedores, del otro el fisco recibió un duro golpe, del orden del billón de pesos, y para completar el cuadro, muchos piensan que el virus tendrá una explosión dada la aglomeración de compradores.
Hacemos votos para que, quienes advierten que tendremos muchos enfermos como consecuencia del experimento, no hayan presagiado una dura realidad; y de otra parte este, que era un proyecto anunciado desde mucho antes de que el coronavirus pusiera patas arriba todo, ya se dio y la evaluación del mismo, de manera serena, y sin toques de politiquería barata, de la que hacen uso quienes hablan post facto, será indispensable para decidir si se debe repetir y, si así se hace, qué medidas deben adoptarse para evitar lo malo y conservar lo bueno de esta experiencia que busca favorecer tanto el bolsillo de compradores como los recursos de los vendedores y fundamentalmente, para dar un respiro a todo lo restrictivo y maluco que estamos viviendo.
Publicada en El Diario y reproducida en El Opinadero, con autorización expresa del autor.