JORGE H. BOTERO
Odiar a los bancos es un deporte olímpico, en especial cuando cobran, no cuando prestan. Entender mejor el papel que cumplen tendría que mitigar ese sentimiento.
La Iglesia Católica es adversa al ánimo de lucro. El Papa Francisco ha dicho, citando a San Francisco de Asís, que el dinero es el estiércol del demonio. Por ello sostiene que las empresas no existen para ganar dinero sino para “ejercer la misericordia”; y que el crédito es “más accesible y barato para quien posee más recursos, y más caro y difícil para quien tiene menos». Si se tomaran literalmente estas admoniciones, las empresas de cualquier tipo, incluidos los bancos, no podrían subsistir. Siempre que exista un entorno de competencia adecuado, suministren bienes y servicios idóneos y cumplan la ley, los empresarios hacen bien en maximizar sus utilidades; luego deberá intervenir el Estado para redistribuir la riqueza y el ingreso.
Como los bancos gestionan una porción sustancial de la riqueza social -la que el dinero representa- de modo inconsciente se asume que ella les pertenece, cuando apenas cumplen la tarea de movilizar esos recursos desde unos agentes, los que tienen excedentes de ahorros, hacia aquellos cuyas necesidades de gasto que son superiores a la liquidez de que disponen. Así las cosas, los bancos no prestan su propio dinero sino el de sus depositantes; y de allí también que tengan que tomar tantas cautelas para entregarlo a quienes lo solicitan. No se les puede pedir generosidad, como suele suceder, sino prudencia en la gestión de lo ajeno. (Lindo sería, Su Santidad, que los tigres fueran vegetarianos).
Esto es lo que decía cuando desde el fondo del recinto una joven colérica me interrumpe para decirme que los préstamos en Colombia son demasiado caros. Demuestra su afirmación leyendo las tasas a las que los bancos prestan en un conjunto de países y en nuestro país. Las cifras, en apariencia, son atroces; abrumadores fueron los aplausos; y de hielo las miradas a este humilde profesor.
En realidad, ejercicios de ese tipo carecen de validez. Las tasas de interés, que son el precio del dinero, son diferentes en los distintos países dependiendo, entre otros factores, de la carga tributaria, de la regulación financiera, de la tasa que fija cada tanto el banco central para sus operaciones con los bancos, y de la correlación entre la oferta y la demanda de dinero.
No obstante que algunos de los estudiantes se salieron de la clase para salir a protestar (abundan los motivos; creen que es más importante protestar que estudiar) continué diciendo que existen muchas modalidades de préstamos por cuanto los costos asociados dependen de varios factores. Los principales son el dinero, el riesgo crediticio y la administración de la entidad.
El costo del dinero, o sea, del excremento diabólico (léase tasa de captación), es el mismo, no importa qué vaya a hacer el banco con los fondos captados. Respecto de los otros dos, las diferencias suelen ser sustanciales. Cuesta mucho menos administrar un solo crédito concedido a una empresa grande por un monto elevado, que mil en cuantía equivalente a pequeñas empresas. Ocurre lo mismo con el riesgo de que el deudor no pueda pagar, que es altísimo en el caso de emprendimientos recién establecidos, pero casi inexistente cuando el tomador del préstamo es una empresa con un impecable historial crediticio de media centuria. Dicho esto, el margen financiero -la diferencia entre los promedios de tasas a las que los bancos prestan y captan en los diferentes mercados- no muestra sensibles diferencias entre Colombia y otros países de la región, salvo en el sector vivienda. Quizás ello obedezca a que esas carteras, que pueden durar veinte años en promedio, aquí se financian con recursos de corto plazo; ese descalce genera costos.
Es inevitable, por lo tanto, que las tasas para unos segmentos sean más altas que para otros. Sin embargo, como queremos que se cumpla el paradigma del Pontífice, es menester otorgar subsidios o garantías para que los costos se reduzcan y, por ende, el precio de los préstamos que requieren familias pobres y pequeños negocios. Esta es tarea del gobierno, no de los bancos.
Por supuesto, queremos que los bancos remuneren mejor a sus depositantes y presten más barato. Son múltiples las acciones encaminadas a cumplir ese loable propósito. Menciono una que resulta obvia: lograr que haya un grado mayor de competencia, en especial en el sector vivienda. Las comparaciones internacionales demuestran dos cosas: (i) que la concentración de los activos bancarios en los cinco bancos más grandes del sistema es elevada; (ii) y que la concentración en Colombia no es muy diferente de la que existe en otras partes. Cabe, sin embargo, anotar que es normal una concentración alta de la banca como consecuencia de economías de escala y barreras de entrada a nuevos competidores; e igualmente, que las cifras disponibles pasan por alto que existen en nuestro país -y no sé si en otros- bancos que hacen parte de conglomerados financieros. Si ellos fueran computados como uno solo, la concentración podría resultar mayor de lo que parece.
Pese a que luego de estas explicaciones el aula estaba casi vacía, pensé que podría exponer con calma otros temas planteados por mis alumnos: “¿Hay suficiente crédito en el país? ¿Por qué los bancos me cobran por manejar mi dinero? ¿Por qué el Banco de la República regala la plata a los bancos en vez de dársela a la gente?” Entonces un grupo festivo y vocinglero, acompañado de tambores y chirimías, se hizo presente para convocar a un evento cultural. Aunque advertí que lo mío es el canto gregoriano, tanto como la lectura de Homero y Virgilio, me hicieron entender que debía participar…Ahora escribo desde la estación policial. ¡Soy inocente!
Briznas poeticas. Del poeta mexicano Vicente Quirarte. Nevó toda la noche y amanece / la tierra inmaculada. / Quién pudiera decir que bajo el manto / prepara su verdor la primavera. / Si la pureza existe, / qué semejante es a la nieve: / hoja blanca cedida por el mundo / para probar que nada permanece