Como si fueran call center, desde las celdas de las cárceles, en muchos casos de alta seguridad, cientos de internos han encontrado una ocupación criminal aparentemente rentable que consiste en hacer llamadas telefónicas a ciudadanos inermes, identificándose como comandantes de un grupo armado para aterrorizar a sus víctimas exigiéndoles dinero a cambio de no atentar contra su vida.
Según investigadores de la Sijín de la Fiscalía y el grupo Gaula de la Policía Nacional, la práctica se ha vuelto común, pues cualquiera puede hacerse a una base de datos obtenida cuando se llena un cupón en una entidad pública o privada, que luego se comercializa impunemente permitiendo que se viole el habeas data o derecho a la intimidad (que por ley debería mantenerse en reserva).
Las llaman extorsiones carcelarias porque se producen desde lugares aparentemente de privación de la libertad, pero desde allí los delincuentes operan a sus anchas. El número de este tipo de delitos es proporcional al de teléfonos celulares que ingresan subrepticiamente a las celdas en la mayoría de los casos con la complicidad de las guardias y los familiares de los detenidos. No obstante, el alto grado de hacinamiento y las incomodidades al interior de los penales, les alcanzan el tiempo y las condiciones para amenazar telefónicamente a sus víctimas de día y de noche. Su discurso es amenazante. Te llena de temor e incertidumbre, el sujeto parece saber quién eres, te declara objetivo militar, te exige dinero o demanda que consigas armas o municiones y te advierte que si no cumples sus exigencias podrás pagarlo con tu vida o la de un ser querido. Si caes en su táctica te obliga a transferir dinero a una cuenta o billetera digital, que se habilita con un simple número telefónico desechable imposible de rastrear. Y cuando pones el hecho en conocimiento de las autoridades te enteras que tienen las manos atadas, porque nuestras políticas criminales y el sistema carcelario están diseñados para la represión y no para la prevención del delito.
Los cuerpos de seguridad saben de las extorsiones desde las cárceles, conocen sus modus operandi, se enteran de su incidencia diaria, pero no las evitan ni combaten con eficacia. Ni siquiera reciben las denuncias. En cambio, te dicen que no temas, que nada te va a suceder, que son delincuentes que están tras las rejas y que se van a cansar de molestarte porque, así como te han llamado a ti lo han hecho con miles de personas. Pero siempre nos quedan los temores. ¿Quién nos devolverá la tranquilidad y el sosiego después que un desconocido ha irrumpido en la paz de nuestro hogar a través de nuestro dispositivo móvil para amenazarnos? ¿Será cierto que no hay forma de combatir este flagelo?