(Cortometraje nominado al Premio GOYA de este año)
Los que redactan las sinopsis de las películas, o bien, a veces escriben una tontería comparado con lo que la cinta en la vida real narra y cuenta, o bien, exageran sus fantasías y contenido, sencillamente para llamar la atención del lector espectador, el que luego, al abandonar la sala donde la misma se ha proyectado, les dice infinidad de groserías a los que le metieron gato por liebre.
A raíz de esa absurda guerra que Israel le inventa de nuevo a Palestina, religiosa o política, legal o ilegal (no puede haber una guerra legal ni justa, todas son una porquería), válida o no, y desconociendo la historia (y me avergüenzo al decirlo) de verdad en casi su totalidad, me he puesto a ver algunas de las películas que ambos territorios han hecho en los últimos años y algunos cortometrajes recientes que sobre este absurdo y cruel conflicto se ha creado por mentes sucias y bárbaras, y a decir verdad, cada vez, cada que miro uno nuevo, siento que mi pedazo de corazón (creo no tenerlo entero) que queda, se va a quedar sin ganas de latir, para soportar la mirada nueva a una nueva producción cinematográfica de las tantas que nos llegan por tantos canales y plataformas.
En esta búsqueda insaciable me encontré una pequeña, que no dura ni los veinte minutos y que descubrí al terminar de verla que está nominada al Premio GOYA de España a Mejor Cortometraje en este 2023, y creo que, por todos los méritos intrínsecos y cinematográficos y humanos y políticos y sociales y religiosos, deberá ganar porque lo tiene muy merecido.
La sinopsis de la cinta dice: “Tras la última agresión israelí sobre la Franja de Gaza, una vez cesan los bombardeos, la realidad del conflicto desaparece de los medios de comunicación. El documental es un viaje a Gaza, en el que a través de diversos personajes conocemos la vulneración de derechos humanos que sufren diariamente y la situación de bloqueo y posguerra por la que trata de sobrevivir la población palestina en la Franja de Gaza. Un viaje a través de sus ciudades, sus gentes y también, de alguna manera, de su historia bajo la ocupación de Israel”.
Pero al ver tan impactante producto cinematográfico de tan poco tiempo de duración, los directores (2), liderados por Julio Pérez del Campo, nos dejan a los espectadores quietos en primera, atrapados, ensimismados, sin parpadear, porque las imágenes de destrucción, violencia, salvajismo, demencia, des humanidad e insensibilidad que no necesitan de mostrarse y percibirse a la perfección por la culpa de una perfecta actuación de un muy cotizado actor de ninguna parte del mundo, sino por las personas comunes y corrientes que sufren y viven una cotidianidad incierta y de muerte, al ser “ponchados” por las cámaras de estos realizadores, nos llegan tanto a los espectadores que hasta nos arrancan sin darnos cuenta, las lágrimas que desde hace muchos años teníamos guardadas en la parte más profunda de nuestros ojos.
No hay necesidad de mostrar un bombardeo, las ruinas ya lo explican todo; tampoco qué papel jugó este o aquel proyectil, con mostrar un inmenso casquillo abandonado en la calle hay; hacer previamente un decorado con ruinas para que el espectador crea que hubo una violentísima guerra nunca fue necesario para que se sienta el dolor que engendra la muerte de los seres inocentes, solo con un paneo de cámara por las calles abandonadas y las tierras solitarias, la explicación sobra y escuchar de las víctimas inocentes el uso reiterativo de la palabra vándalos para referirse a los israelitas, le genera a uno un nudo en la garganta que cada segundo que pasa crece, aparece, se nota, se respira.
Los niños y los adultos lo dicen todo el tiempo: “Queremos vivir”, pues lo ven imposible. El aire que poseen los palestinos arriba de sus predios tiene miedo de ver aviones sobrevolándolo, pues llevan armas mortales de todo tipo; la gente ya no habla de ir a estudiar o divertirse o soñar, pues están ocupados gastando el tiempo solo en contemplar la tristeza, mientras un par de niños juegan inocentemente a la guerra con palos, pero dos cosas si desgarran el alma y es allí donde está la esencia de la película: la primera, el relato con ira que una madre hace de cómo su hija de solo 17 años de edad, deja este mundo, pues de golpe en la calle, ella no ve cuando su hija paralítica, adherida a una silla de ruedas, a pocos metros de un soldado israelí, ve cómo le llegan las balas; una primera a una pierna, la segunda a la cabeza y una tercera, a su corazón, mientras la madre, a pesar de los gritos para que no lo hagan, solo dice a los camarógrafos, “Ustedes creen que esa gente posee una gota de humanidad?”. Por primera vez vemos en una pequeña cinta, cómo unos realizadores de cine, muestran con demasiada sensatez y sentimiento, el dolor que un ser humano experimenta describiéndolo sin extremismos ni dramatizaciones exageradas y sin elevar de manera estridente su voz, pues habla una madre con el alma puesta en su mirada humillada.
Una voz en “off” dice luego, cuando los camarógrafos hacen una toma a una escalera de una casa “Allí los israelitas mataron a una anciana”, y es la música y la soledad del entorno, le dan una fuerza abismal a la escena que no es escena.
Un hombre de paz, importante, muestra al mundo, a renglón seguido, y es la segunda cosa que impacta, desde una habitación en un Hospital nuevo donde atienden pacientes pequeños, a un niño que llora y se calma y delata con su mirada aterradora, cómo vio y ve el horror de la guerra, luego de haber sobrevivido al desplome de un edificio que lo sepultó vivo y que ya afuera, no fue capaz de saborear la vida por la inmensidad del impacto, pues las caricias que el visitante y las enfermeras que le hacían a sus mejillas, nunca le significaron nada. Esa mirada de dolor y terror de ese niño, nunca podrá explicar cuál fue el crimen que cometió para merecer dicho castigo.
No sé cuáles son los otros 32 cortometrajes que competirán con “Gaza” por el premio a Mejor, en esta versión 31 de los GOYA, pero el relato de esa madre y la mirada triste y desgarradora de este niño, merecen ser tenidos en cuenta para el bien del cine que ama la vida, en estos momentos de guerra.
Cómo sea, cualquier documental realizado de esta guerra, no deja de ser sino una apología a la muerte cruenta de seres humanos demenciales, distinta a la muerte natural. Conmovedor escrito Ossa.