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Director Fundador

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Infierno

Por: Carlos Vicente Sánchez

Frente lo sucedido en Bogotá, en el que un médico, al parecer, en legítima defensa personal, termina asesinando a tres supuestos ladrones que lo iban a atracar, se levanta ese tremendo debate acerca de la legalización del porte de armas en Colombia. Un debate bastante complejo y creería que innecesario.

Las investigaciones ya arrojarán sus resultados, para dejar ya tantas conjeturas y especulaciones. En todo caso, los medios insisten en una narrativa de muerte, mostrando en su primera plana lo que me temo es una consecuencia lógica en un país ilógico como este, en donde ya muchos empiezan a tomarse la justicia por sus propias manos alegando legítima defensa ante tanto atracador, con un público forista dispuesto a salir a linchar a cuanto atracador se le aparezca, al mejor estilo de del viejo oeste o mejor aún de esa Colombia roja y brutal que ha padecido la violencia y el conflicto por décadas sin poder dar una real solución a nuestro gen homicida y menos a nuestros problemas sociales.

En un país enfermo de violencia me asumo como defensor de la vida, y lamento que un gran número de integrantes de esta sociedad crean que la eliminación del otro, masiva o individual, selectiva o maldita, sea el camino correcto.

Puedo entender la furia que despierta un atracador que nos amenaza o se roba nuestras pertenencias (ya lo he padecido) o se convierte en un asesino potencial por solo quitar una bicicleta, incluso puedo entender la indignación y rabia que provoca un tipo como aquel enfermo miserable que torturó y asesinó a un bebé de 22 meses. Creo que él merece un castigo ejemplar, las lágrimas de un juez y su propio abogado defensor ante las cámaras de la televisión nacional, nos conmovió a todos y volvió a despertar la ira asesina del colombiano, que exige torturas indecibles e inimaginables, en vez de mayor vigilancia a la niñez, porque la imaginación del colombiano resulta ser infernal y aterradora cuando se trata de inventar formas de castigo (pregúntenle a los supervivientes del paramilitarismo y la mafia), y como decía mi madre: “De la palabra al hecho, no hay mucho trecho”, en Colombia esos atajos ya se han transitado dejando una estela de fosas comunes y crímenes  devastadores. Es como si aún no hubiéramos salido del medioevo y ese es el problema. Seguimos amarrados bajo conceptos medievales, sin creatividad para romper esos viejos esquemas de vigilancia y castigo que, en términos de Focoult, ejerce el poder. Seguimos reproduciendo las mismas conductas que a la vez reproducen los mismos crímenes, sin que, a través de la educación, o las reivindicaciones sociales, se cierre una brecha cada vez más abismal que nos sigue hundiendo en la miseria y el odio. No creo que portando armas y cargándose muertos, logremos cerrarla.

Por el contrario, es construyendo puentes, educando para la vida y haciendo valer las leyes que podemos hacerlo, porque en esta nación vengativa y furiosa, dispuesta a negar el conflicto armado, a borrar la historia y a sus líderes sociales, seguiremos matando atracadores, vecinos, amigos, socios, campesinos, indígenas, líderes, amparados en defender no la vida, sino las estúpidas cosas que conseguimos mientras la transitamos sobre tanto muerto, sin que ni siquiera importe. A eso le llamo infierno.

Original publicada en El Diario y reproducida con previa autorización del autor.

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