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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

Actualidad“La Cordillera”, y las tales alertas tempranas

“La Cordillera”, y las tales alertas tempranas

El caso de “La Cordillera” es uno de esos temas malucos, realmente jartos de tocar en una columna de opinión. Pero ahora que hablan de “alertas tempranas”, la gente no puede menos que reírse burlonamente con un problema que tiene más canas que quien escribe.

Y no es jarto solo por el riesgo que implica para quienes solo tenemos como defensa una columna vulnerable y desprotegida cuyo interés supremo y único es ser voz de los que no tienen voz y algo de contrapoder, como postulado periodístico.

Es porque todavía está fresca la entrega voluntaria de un jefe de Cordillera que resultó ser miembro de una familia de dedo parado. Y no pasó nada. En el narcotráfico hay tantos jefes potenciales como en la política. Es cuestión de riesgo, audacia y codicia.

Y es también porque todavía tenemos en la retina que hace 10 años hubo un despliegue militar con tanquetas y tal en un barrio donde en gran medida el micro tráfico es un modus vivendi y todo el mundo lo sabe.

Y es porque en una rumba en una finca de Pereira hace unos cuatro años unos muchachos -sin alertas tempranas- se dieron un roce de locos con drogas sintéticas hasta las fronteras del paroxismo y la muerte. Y excepto el amarillismo, nada pasó.

Y es porque en Pereira y Dosquebradas hay sitios donde -sin alertas tempranas- a los jovencitos de todos los sexos les dan muestras gratis del “papelito”, un narcótico de la familia del LSD que se ponen en la punta de la lengua y los pone a viajar hasta la corona del sol donde se creía que ni la Nasa llegaría, pero acaba de hacerlo.

Y es porque en 1988 fui Premio Nacional de Periodismo con una crónica radial sobre los vericuetos y tácticas del micro tráfico para poner cocaína y éxtasis en el mercado de Pereira y Dosquebradas. Hoy, esa clandestinidad -sin alertas tempranas- se ha sofisticado al extremo que al entrar al baño de ciertas discotecas te ofrecen “la prueba blanca” como si se tratara del saboreo de una gaseosa. Eso lo sabe el ministro Palacios, porque, aunque no ha hecho nada al respecto, reconoce que el problema no le es ajeno desde que fue viceministro. Ahí está pintada la burocracia.

Y también es porque en esos años 80 lo hacían por negocio y hoy, por negocio unos, y por pura y dura necesidad otros, “porque hay que llevar comida a la casa”. Ahí tenemos una alerta que se volvió vieja como una realidad producto del mal manejo que estos gobiernos le han dado a los recursos dinerarios del Estado, tal como ocurrió en la pandemia en el 2020 cuando la platica y las ayudas sustantivas se las dieron a los que no la necesitaban, mas lo que se llevó la borrasca de la corrupción.

Hay que saber lo que pasa en la cárcel de Pereira convertida en una escuela del delito, donde un preso cuando sale a la libertad le dice a su parcero “guárdeme la cobija que ya vuelvo”.  O a La Badea, donde conocí el caso de una jovencita engañada por su novio que le daba de todo, incluso para el gimnasio y un morral divino, mismo que le pedía prestado, hasta que en una requisa del carro dijo que “ese morral es de la china. Yo no tengo nada que ver”.

Así pues, que la visita a la ciudad la semana pasada del Ministro del Interior, Daniel Palacios para hablar sobre “las alertas tempranas de la inseguridad ciudadana y del micro tráfico” parecería que mereciera un aplauso o al menos un reconocimiento por su locuaz anuncio de, “aquí tiene toda la disposición del Estado para apoyarlo en enfrentar a esa estructura de la Cordillera”. Esa fue la respuesta a la petición del alcalde de Dosquebradas Diego Ramos, cuando clamó apoyo para “desmantelar esa estructura criminal”.

Que un ministro de Estado entregue dos drones y le diga al alcalde Ramos que “no cese en su obsesión”, es ponerlo a luchar contra molinos de viento. Si no fuera tétrico y cruel, sería un chiste.

Mientras el país siga con la doble moral de la tal “lucha contra las drogas”, en la que el Estado también tiene su rédito con fuerte impacto en la economía, esta será una réplica del cuento del gallo capón (el cuento de nunca acabar).

Personalmente me asiste la convicción del libre albedrío. No habrá barreras ni talanqueras para quien quiera matarse o destruirse con las drogas oyendo rock pesado o a Vivaldi, igual que una persona se destruye o se mata de cirrosis tomando licor y oyendo a Jessi Uribe o al Caballero Gaucho. El resultado es el mismo.

La diferencia está en el negocio. Y reconozco que no es fácil entenderlo. El ministro Palacios lo sabe, pero solo puede venir a prometer “la disposición del Estado”, que es la misma que tengo yo para escribir esta columna de rechazo a esa disposición ministerial inane, trivial y gris. El tiempo también lo sabe y siempre dice la verdad.

1 COMENTARIO

  1. Mientras seamos los esclavos de los putos gringos y continuemos con la imbecilidad de perseguir la droga en vez de legalizarla, todo será un canto al arco iris!

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