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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

EspiritualidadLa dulce venganza

La dulce venganza

POR PADRE PACHO

Algunos consideran la venganza como un valor, y la defienden, por encima incluso, de la libertad y la paz. Quien recurre a ella, generalmente lo hace para obtener un alivio emocional, que solo demostrara la debilidad ante los demás, y la evidencia de las propias heridas, que siempre estarán abiertas y sin sanar.

Con frecuencia nos preguntamos si ¿No será que la venganza no es más que el deseo humano por impartir justicia?  Algunos investigadores neuronales han demostrado que existe placer en la venganza, con la segregación de dopamina en los neurotransmisores.

En muchas especies mamíferas, incluida la nuestra, cuando jugamos y recibimos un golpe suele emerger un deseo e instinto de devolverlo, instintos de equilibrar la situación, algo frecuente entre los primates. Aquí pueden estar las raíces de lo que denominamos venganza.

Cuando un chimpancé agrede a otro, sus cercanos toman revancha y devuelven la agresión, como ocurrió con “Fundouko”, un chimpancé tirano de Senegal, que cuando regreso de su exilio fuera asesinado, por su grupo. Algunos pájaros como los córvidos, imponen castigos a quienes les han hecho daño, lo mismos que los elefantes con su memoria prodigiosa, que nunca olvidan una ofensa. Cuando un León, mata una cría de búfalo, y se registran nuevos ataques, en muchos casos se ha encontrado que persiguen al felino no solo por sentirse acosados, sino por la agresión previa.

La gran pregunta de los etólogos es, ¿qué acciones son un acto de venganza o tan solo una reacción defensiva? No habrá allí también ¿un sentido de justicia y un deseo muy humano de equilibrar la balanza?

Algunos piensan que la justicia es la forma más refinada de la venganza, una manera de asegurarse que quien la hace la paga. En las sociedades antiguas, en aquellos sistemas de justicia natural, se permitía la venganza para reclamar justicia, en aquellas acciones que violaban el orden establecido.

En el oriente medio surgieron dos instituciones, la ley del Talión, que se utilizaba en personas que causaban un daño, con la pena de sufrir el mismo perjuicio provocado y la ley de retribución pecuniaria, para que el agraviado se olvidara de no tomar ninguna represaría.

Hoy nos encontramos con una nación, herida por un conflicto de más de cinco décadas, un odio que se ha convertido en caldo de cultivo, para otros tipos de violencia. ¿Cómo resarcir hoy tanto dolor y tantas víctimas? El camino debe ser orientado, por un impulso de venganza, maquinado por el rencor, alimentado por años, o por la vía del perdón, donde el otro sea juzgado como sujeto de misericordia.

Quien busca la venganza, se centra en la ira, permitiendo que ese sentimiento crezca paulatinamente; creando un círculo vicioso, marcado por emociones negativas. Quien intenta el otro camino de comprender el comportamiento del otro, minimiza las consecuencias de sus actos, y empieza a centrarse en la dinámica del perdón.

Quien busca el camino de la venganza, hace una apuesta perdedora, hace daño y se hace daño; quien se encamina por el perdón, no olvida la injustica, pero renuncia a la venganza, queriendo a pesar de todo, lo mejor para el otro.

Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor, porque el perdón no es un sentimiento, es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro estado psíquico; un acto eminentemente libre, donde ordinariamente el sufrimiento pierde su amargura, donde no nos quedamos pegados al pasado, perpetuándonos en el daño sufrido. No es borrón y cuenta nueva, sino un resarcir el daño desde la verdad y la justicia, donde se reconozca el mal y en lo posible sea reparado.

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