POR ERNESTO ZULUAGA
Las sociedades de todo el mundo han tenido profundas divisiones en torno a su manera de concebir el Estado y sus formas de gobierno. Estas divergencias han sido el motor de todas las guerras intestinas que han surgido a través de los tiempos. Hago referencia a los conflictos internos y no a aquellos que se han dado entre países o naciones y que se originan en otros intereses de carácter territorial, religioso o imperialista.
Con la consolidación de la “democracia” como esquema de gobierno preferido en la mayoría de los países las diferencias ideológicas y las polarizaciones se han resuelto en las urnas. Es el principio básico: las mayorías fijan el rumbo en cada proceso electoral. La aparición progresiva de este contrato social se afianzó a partir del siglo XX con la conquista del sufragio universal, la abolición de la esclavitud, la igualdad legal de las mujeres, el fin del colonialismo, el reconocimiento de los derechos de los trabajadores y las garantías de no discriminación para las minorías étnicas y religiosas.
En el ejercicio de este modelo y a través de los años se ha hecho evidente una tendencia generalizada: los cambios de rumbo. Las sociedades se cansan de sus sistemas de gobierno y dan un viraje hacia el extremo contrario. Durante varios años la “derecha” impone sus criterios hasta que la misma sociedad la depone y le entrega los espacios de poder a la “izquierda” que a su vez implanta sus muy diferentes conceptos y viceversa. Es un vaivén cíclico que podemos apreciar en Inglaterra, España, Alemania, Italia, EE.UU, Brasil, Argentina, Venezuela, Colombia y en general en todas las democracias modernas. Estos giros son aceptados y resultan positivos en tanto las conquistas sociales que soportan la democracia y que mencionamos atrás no se pongan en juego.
La democracia está en peligro. En todo el planeta las distintas sociedades se han polarizado al extremo de poner en riesgo sus soportes. En años recientes dos factores han contribuido a ello: la tecnología con sus redes sociales y la descomposición de los medios de comunicación que tomaron partido a favor de una u otra postura. Las plataformas más grandes han reconocido contribuir a la generación del problema, “encerrando” a las personas en círculos donde solo reciben la información que les conviene. Si alguien hace clic a una noticia –así sea falsa– el algoritmo bombardea a esta persona con el mismo tipo de información modificando su percepción de la realidad. En el plano electoral se han “militarizado” las rivalidades con el patrocinio de los políticos quienes buscan incentivar las “rabias” y sacar provecho de estas divisiones. Siembran desconfianza y se pierde la fe en las instituciones.
Que pase en Colombia no es de extrañar pero en los Estados Unidos de América, la que se supone la democracia más sólida del mundo, es aterrador. En el actual proceso electoral el señor Trump ha expresado una posible no aceptación de los resultados electorales si le son adversos. En un país donde cada ciudadano tiene un arma no es exagerado afirmar que la pólvora está lista para que estalle un conflicto bélico y desde ahora se advierten la génesis de grupos paramilitares que podrían coartar a los electores y una postura pública de la jefatura militar sobre su deber constitucional de sacar del poder a un presidente que no quisiera dejarlo. Se muere la democracia. Pero más grave: con el beneplácito de algunos.