Por ÁLVARO CAMACHO ANDRADE
En el primer lustro del siglo XXI trabajaba como fotógrafo de la alcaldía de Pereira; durante ese 2005 me correspondió registrar la socialización con los habitantes de la invasión El Plumón y el proceso de reubicación hasta ser trasladados al barrio Tokio en Villasantana. Muchas cosas impactantes de la pobreza y miseria de sus vidas me tocaron presenciar, entre ellas la vez que pasando por una de las casuchas de guadua y techo de plástico vi un niño de unos dos años y medio sentado en el suelo de tierra, sucio, semi vestido, mocoso, llorando. La mamá, una adolescente me dijo que debía ser hambre, saqué de mi chaleco una mandarina que llevaba y se la pasé y el niño prácticamente me la arrebató y le dio un mordisco con cáscara y todo.

En diciembre del mismo año fueron entregadas las viviendas a las familias reubicadas, eran casas pequeñas, pero con servicios, dos cuartos, piso en cemento, baño, cocina, un salón y patio. Una semana después con cuadrillas de la secretaría de infraestructura visitamos algunas casas para solucionar algunos detalles y fotografiar el cambio de vida de algunas familias ya acomodadas. La gente no escondía su felicidad y agradecimiento y yo no daba abasto registrando con mi cámara esos momentos, hasta que entré a una de las viviendas de una señora que aparentaba unos cuarenta años, vivía con dos hijos, el mayor de 19 años, consumidor y sin trabajo que durante nuestra visita no se paró de un colchón tirado en el piso y una niña de hermoso rostro de 9 añitos que nos recibió con una bella sonrisa y no se separaba de su mamá. La señora estaba muy alegre, nos contó que era prostituta, que trabajaba en el parque La Libertad, que cobraba entre $2000 y $5000 y que algunos días llegaba a la casa sin un trozo de panela.

Cuando entré al patio, en un rincón vi una olla quemada sobre dos ladrillos y unos palos prendidos, en su interior algo de agua y en el centro una solitaria remolacha, le pregunté a la señora qué era eso y me dijo que era la sopa del almuerzo, la niña apenas frunció los hombros sonriendo. ! ¡No habían comido nada desde el día anterior! Se me salieron las lágrimas, tenía S10.000 en el bolsillo que le regalé. A pesar de su miseria no dejaban de sonreír. No olvido el bello rostro de la niña, ¿su futuro? !Hummm!.
ALVARO CAMACHO ANDRADE
humana y sensible reseña, ese es el pan de cada día en el país.
Ese es el sistema social: someter, explotar y llevar los níveles de pobreza a su mas mínima expresión.