Luis García Quiroga
A la desgracia del largo letargo del debilucho sistema de salud; de las billonarias ganancias de los bancos y sus aportes-migajas en tiempos difíciles; de las ratas de alcantarilla que desde lo público en esta emergencia son capaces de robarle la leche a un pintadito, se suma el analfabetismo digital de tantos educadores, inclusive de rango universitario.
Es esta una emergencia sanitaria sin clases académicas presenciales. Y no las habrá por lo menos hasta el 30 de mayo próximo, si es que esta coronacrisis se prolonga por la doble causa de la indisciplina social y la imprevisión del gobierno, que sabía desde inicios del año que la OMS había advertido el fenómeno como pandemia y no como una gripita.
Dejar de estudiar es como dejar de comer. Un buen padre de familia siempre procurará el alimento de sus hijos. Un buen educador siempre debería procurar estar actualizado para nutrir a sus alumnos del conocimiento que lo haga mejor ciudadano, más capaz de servir a la sociedad y más idóneo para adaptarse a los cambios de los tiempos.
No son pocos los profesores de educación en todos los niveles que creyeron que jamás iban a necesitar del manejo de un computador, del acceso a internet, de la navegación en plataformas tecnológicas con nuevas herramientas para la pedagogía de doble vía enseñanza-aprendizaje. De esas y tantas otras cosas básicas y complejas de un cibermundo tan inevitable como la amenaza misma del Covic 19.
Un ex directivo universitario me cuenta que hace varios años su universidad adquirió varios portátiles para que sus docentes comenzaran a “cacharriar”. Más de uno dijo con el escudo del desprecio que esconde el miedo a lo nuevo: “Yo ya no estoy para esas pendejadas”. Pues ahora les tocó, porque el que se queda, se queda.
No son pocos los que a marchas forzadas (después de que les rogaban que construyeran sus propias aulas digitales) ahora, con la cuarentena, se están trasnochando y buscando ayuda telefónica para poder cumplir con sus alumnos y con su institución.
Está probado que no es la edad. Es la dejadez, como decía mi madre. Es la subcultura de lo fácil que resulta de hacer siempre lo mismo y estar en la zona de confort diciendo siempre lo mismo, escribiendo en el tablero siempre lo mismo, año tras año, y haciendo siempre el mismo examen con las mismas preguntas.
A esos “educadores dinosaurios” les cabe la enorme responsabilidad de ser los caciques de la tribu de los poca lucha, de ser los creadores de ese segmento generacional que no ha podido entrar en la era de la cuarta revolución industrial. Esos son los profes que están contribuyendo al atraso de esa educación y de ese país que ellos mismos tanto critican.
En contraposición, enviamos un aplauso grande y un vehemente reconocimiento a todos los profesores jóvenes y veteranos que por estos desafiantes días, están probando a la sociedad, a sus estudiantes, a sus instituciones educativas y a ellos mismos, que cuando se quiere, se puede.