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LUIS FERNANDO CARDONA
Director Fundador

ActualidadLa utopía y la distopía  

La utopía y la distopía  

Dice el diccionario de la RAE que utopía es un «plan, proyecto, doctrina o sistema ideales que parecen de muy difícil realización«. Bajo esta premisa, los principales valores de la humanidad, por los que todos decimos trabajar y alrededor de los cuales se articulan todos los discursos, serían utópicos.     

Aunque son ostensibles los avances de la humanidad, si comparamos el presente con cualquier momento de la historia, debería uno concluir que la paz, la justicia, la equidad, la dignidad humana, la armonía y la buena salud del medio ambiente son imposibles o, por lo menos, nunca llegaremos a cerrar las brechas que impiden que el mundo sea mejor, o, en otras palabras, que el mundo está condenado y que no podrá ser salvado.   

Dice el mismo diccionario que distopía es la «Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana«. Aunque utopía y distopía son palabras antónimas, dudo mucho que hace 100 o 200 años se hablara mucho de cosas distópicas, por aquello de que todo tiempo pasado fue mejor, o porque nunca como ahora tuvimos la capacidad de entender la paradoja del ser humano, en un mundo en el que gracias a la tecnología todo es más fácil y la calidad de vida es mejor, aunque no sea para todos y aunque, con base en los mismos progresos, la sociedad se degrade y se aproxime más a su destrucción.   

Para ilustrar el fondo de esta reflexión hay muchos opciones y ejemplos, pero por lo reducido del espacio me referiré sólo a una situación, la forma en que nos entretenemos.    

Hace tiempo vengo con la morriña sobre la crudeza de algunas series de dibujos animados de televisión y de streaming y la forma en que se dan sus narrativas y sus diálogos. Quienes tenemos más de 40 años nos inquietamos y hasta nos escandalizamos por formatos disruptivos como el de los Simpson, en el cual se abordaban temas sociales y políticos de una manera directa, sin adornos, a través de personajes políticamente incorrectos, que nos mostraban que el mundo real no es perfecto, ni es un poema, ni una ensoñación.  

Pero luego vinieron otros programas, como South Park, Los Padrinos Mágicos, El increíble mundo de Gumball y otros que se me escapan, que nos han mostrado que en materia de diálogos y parlamentos explícitos y bruscos no lo hemos visto todo.   

Y uso la expresión «tocar fondo» porque esa la sensación que me genera ver los contenidos actuales.  Me molesta oír y ver tanta grosería, me irrita la velocidad, el frenesí y el sinsentido con los que hablan los muñequitos que nuestros hijos ven sin parpadear en las plataformas y en la televisión; me pregunto qué les pasa por la cabeza a los libretistas que grafican cada vez con mayor detalle la violencia y la maldad.   

Unos amigos me dicen que no me preocupe por los niños, que ellos vienen con otro chip, que, de hecho, si tuvieran que crecer viendo La Abeja Maya o José Miel, no aprenderían, se desconectarían y se deprimirían, porque se han formado a otro ritmo.   

Otros me dicen que no me preocupe por la violencia y por lo incorrecto de los nuevos contenidos, porque, además de ser populares y de vender mucho, lo que dicen es cierto, porque así somos, porque la humanidad abandonó el romance y la utopía, porque el mundo se volvió distópico.  

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