En mi época de dirigente estudiantil de la UTP durante los años 70 del siglo pasado (XX), era frecuente escuchar la palabra cliché. Esta se le asignaba a un contrario en un debate para descalificar o minimizar sus argumentos. Igual hacían los contrarios. Al final los unos y los otros terminábamos inmersos en discusiones insulsas y reduccionistas en argumentos de fondo
Era la época en que la izquierda representada en todos los grupos y sectores ideológicos existentes, nos enfrascábamos en tratar de convencer a un grupo de asistentes a las asambleas de quién tenía las mejores propuestas, utilizando para ello largas disertaciones, unos con mejor relato y dicción que otros; pero al final todos resultaban interminables y aburridos sin excepción. Lo determinante era que todos empezaban con una frase de cajón, para que no quedara ninguna duda de qué grupo ideológico se trataba. Si la frase o consigna era: “El pueblo unido jamás será vencido”, indiscutiblemente se trataba de la juventud comunista. Y el contrario decía: otra frase de cajón, el mismo cliché, falto de argumentos. Igualmente sucedía con los activistas que se decían socialistas o maoístas. La constante eran los clichés, que a fuerza de repetición perdían interés y originalidad.
Actualmente esa forma de debatir sobre los temas del país quedó atrás. Los debates del congreso se pueden presenciar masivamente en los diferentes medios de comunicación en vivo y en directo; aunque la esencia siga siendo la misma. El lector o televidente espera que su gurú diga algo sobre un determinado tema, para salir a repetir como un loro, amplificando y exagerando los dicho por su mentor. Una sola frase es suficiente para que se convierta en doctrina incuestionable por esa masa ignorante de seguidores. Ya no es necesario oír más, y menos leer. Es más, no se quiere escuchar a nadie más. Esa será siempre su consigna. Es lo que sucede con la masa receptora de mensajes incompletos que no quieren siquiera dudar de lo que escuchan o leen, sea verdad o no. Si su jefe o su ídolo lo dice, así es y punto.
Esta masa de seguidores doctrinarios se convierte en el palo en la rueda que impide todas las formas de avanzar con verdaderos argumentos de lo que más le conviene al país, para sacar políticas públicas en beneficio de toda la sociedad. Estos doctrinarios son movidos por el odio que los lleva a actuar emotivamente. Su mayor argumento es una sola palabra de descalificación o de aceptación para tranquilidad de su conciencia. Su mayor arma es el grito y el insulto; si leen, los comentarios agresivos y amenazantes son su mayor y mejor fortaleza. En ningún caso se va a aceptar alguna expresión que conduzca a reconocer el argumento o iniciativa del contrario. Esto se consideraría entre sus pares como un sacrilegio y una falta gravísima de alta traición.
Mientras sigamos pensando y actuando, a la espera de lo que escriba o diga nuestro gurú, cada vez, sin pensarlo estaremos haciendo parte de una masa doctrinante, irracional y enajenada que de asimilar tanto veneno va a terminar asfixiada en sus propios elementos naturales.
JAIRO ARANGO GAVIRIA
Enero 2024