Por ERNESTO ZULUAGA RAMÍREZ
Revisé la nota periodística del fin de semana pasado según la cual un medio de comunicación (US News), a través de una encuesta, afirmó que Colombia ocupa el primer puesto en el mundo en materia de corrupción. Me parece una insensatez y también una estupidez establecer parámetros de corrupción con base en encuestas de opinión o en percepciones ciudadanas. Si se quiere medir el nivel del problema debería hacerse siempre sobre pruebas concretas, hechos delictivos, cifras u otros elementos que puedan ser corroborados.
Sin embargo a raíz de esa noticia muchos colombianos se han dado golpes de pecho y se han lamentado de la situación. Que nos destacamos y que ocupamos los primeros lugares en esta materia es algo que todos admitimos porque lo vivimos y lo padecemos diariamente. Pero ser el primero, el segundo o el quinto en el ranking da la misma cosa; lo que debe importarnos realmente es que la corrupción permeó todos los estamentos sociales y todas las institucionales del país. Asumir una actitud contestataria y actuar de frente contra la corrupción no debe ser la consecuencia de una noticia tan banal ni de un chisme de medios de comunicación sino una acción valerosa de toda la sociedad frente a su problema más grave y urgente.
No comparto la simplista posición de afirmar que la causa de la corrupción radica en la existencia de cuatro o cinco cortes (tribunales) en el poder judicial. Con una, con dos o con cinco la corrupción seguirá siendo igual si no la combatimos desde sus verdaderos orígenes. Debemos empezar por reconocer que este es un problema endémico insertado en el ADN de los colombianos. Existe desde la conquista y la colonia. Siempre fuimos «tierra de nadie». Los primeros pobladores en la época hispánica fueron todos los presos y bandidos liberados por la corona española a cambio de su exilio en América; tuvimos por siglos una ausencia permanente del Estado de derecho en la mayoría de los rincones de la patria —situación que permanece hasta el día de hoy—. A este panorama podemos agregarle que nuestras normas jurídicas después de dos siglos de independencia y de vida republicana sólo conducen a la más rampante impunidad: no tenemos justicia.
En suma, la educación que brindan nuestras instituciones poco contribuye a la creación de un sano nacionalismo y a combatir el creciente espíritu individualista de los colombianos quienes priorizamos nuestros intereses personales por sobre los colectivos. En nuestra patria prevalece la ley del más fuerte, hace carrera que el que no roba es un bobo y el que no se lucra de las mieles del poder es un tarado y en contravía, que el que hace fila en el banco o en el paradero del bus está «out». Adicionalmente tenemos una democracia falsa en la que los elegidos son siempre los dueños del dinero —obtenido en su gran mayoría con actividades ilícitas—, inversionistas que convierten las instituciones en sus negocios particulares. Hemos construido también una mecánica electoral orientada a elegir individuos sin ideas y programas, a darle prevalencia a las vanidades de las personas por encima de los partidos. Carecemos de mecanismos adecuados de control ciudadano, tenemos un Congreso desprestigiado que aunque nosotros mismos lo elegimos no nos representa, que carece de legitimidad y que goza de ser la institución más desacreditada de la nación. Con todos estos elementos el reto de combatir la corrupción se hace enorme y casi inalcanzable. Más de veinte generaciones que nos anteceden en esta lucha han fracasado estruendosamente y no parece que la nuestra vaya a producir algún quiebre que nos deje ver una luz al final del túnel.
De acuerdo, y aunque bastante desalentador, todos los días tenemos muchas oportunidades para dar esa necesaria batalla, dentro de todos está el poder de decidir actuar de una u otra manera. Ojalá personas como tú, con influencia, que conoces también a otros tantos con influencia, se animen a hacer algo que signifique un punto de quiebre hacia el cambio que , aún creo, podemos dar. Yo también me involucraría!
La rediografia muestra lesiones en todos los órganos.
Les quitamos a los chapetones la encomienda para convertirnos nosotros en encomenderos. Pero la mentalidad es lo que esta mal. Todos a enriquecerse rápido a costillas de alguien pero principalmente del fisco, y otros a desquitarse de la sociedad injusta. Nuestro congreso está lleno de pillos y el ejemplo es que el pillaje si produce. Los magistrados se venden por 150 años de salarios mínimos, por caso, porque los jóvenes han de conformarse con un sueldo de juez?
Gracias Ernesto por tu artículo, esa es la gran batalla que hay que dar.
Lo más triste es no sentirse responsable pensando que es un problema ajeno, sin pregunternos como podemos ser factores determinantes para luchar por el cambio y quitarnos de encima este estigma.
Posiblemente empezar a participar responsablemente cuando elegimos y quitarnos de la cabeza el miedo al cambio.
Los colombianos actuan comodamente cuando venden su voto a promeseros corruptos que venden miedo y odio sin ofrecer el más mínimo respeto por el futuro de Colombia sin corrupción.
Un abrazo Juan.