La muerte se les presentó a más de 200 niños en forma de sacerdote, de discapacitado o de vendedor ambulante. El asesino serial Luis Alfredo Garavito se disfrazaba para lucir inofensivo. Abordaba a los jovencitos en la calle y con su verbo de culebrero y falsas promesas los convencía de acompañarlo. Una vez a solas, los torturaba, violaba y mataba.
El delincuente obraba con frialdad ante sus víctimas. Su único objetivo era satisfacer sus bajas pasiones en los cuerpos inocentes de quienes tuvieron la desgracia de cruzarse en su camino. En alguna entrevista afirmó que estaba poseído por el Diablo; lástima que el Diablo no pueda ser juzgado y encerrado en una celda.
Su frialdad desapareció cuando tuvo conocimiento de que se avecinaba su propio fallecimiento.
La “bestia”, como se le apodó tras la captura, cumplía 40 años de prisión en la Cárcel de Valledupar. Sólo purgó 24; es decir, escaso mes y medio por cada homicidio. Al parecer, por haber cumplido tres quintas partes de la pena habría podido salir dentro de unos meses, pero la justicia de la naturaleza se lo impidió a la edad de 66 años.
El cáncer le destruyó parcialmente el rostro y la paranoia lo despojó de la tranquilidad. Según informes de prensa, en sus últimos meses el monstruo buscaba la soledad; lo perseguía el miedo a que lo asesinaran. Pero al final fue la vida misma y no sus fantasmas quien lo ejecutó.
Los verdugos despiadados como Garavito son cobardes cuando se trata de su propio final.
Sus delitos cometidos en la década de los 90 abarcó once departamentos colombianos y posiblemente a Ecuador.
Como testimonio del sangriento capítulo de la historia criminal permanecerá el terreno en la vía Pereira-Marsella, en cercanías al sector de Turín, donde fueron encontradas varias de sus víctimas; lo llaman “Parque de la Vida”, pero deberían re-bautizarlo como “Parque de la Muerte”.
Pero queda un gran sinsabor: 40 años de cárcel, con posibilidades de salir mucho antes, fueron poca cosa para ese sádico. Por suerte, el universo o la justicia divina o como sea que se le quiera denominar, lo ajustició con el sufrimiento que merecía.