POR GERMÁN A. OSSA E.
Varias cosas. El cine argentino, en su mayoría, me ha gustado casi que todo el tiempo. Recuerdo que hasta en el Cine Club que tuvimos en Comfamiliar de la quinta, hace ya muchos años, varios fueron los ciclos que del mismo hicimos y que satisficieron el gusto de nuestros exigentes seguidores. Hasta las películas dirigidas por Leonardo Favio, que dejando a un lado su espectacular balada “Fuiste mía un verano” y sin salir en pantalla, nos dejó ver en más de una oportunidad su “Crónica de un niño solo”, su “Romance del Aniceto y la Francisca” y su “Crónica de un niño solo”, en más de una oportunidad, las cuales nos dejaron apreciar en toda su dimensión, su extraordinaria mano como director de cine.
En materia de arte, esta es la otra cosa que deseo tocar, el tema es impresionantemente atractivo, para ser tenido en cuenta en una historia contada en una pantalla, con imágenes en movimiento.
Y la otra, es que toda la vida, desde que me conozco, desde cuando experimenté que el cine era lo que más me gustaba en la vida (y me gusta), he sido muy respetuoso con las recomendaciones que los amigos me hacen, cuando ven una película cualquiera y gracias a que los ha asombrado, y deseando que yo experimente lo mismo, después de recibir su invitación para ver determinada cinta, me animo a mirarla con mucha atención y respeto. Independiente de que quien me recomiende algo, sea o no un experto en cine. (Chucho Navarro entre otros muchos, sabe a qué me refiero).
Y una más, me encanta todo aquello que tiene que ver con el fraude en el arte. La fantasía que se vive al interior de ese mundo, que genera día a día, siempre, desde hace muchísimos años, en todo el ambiente de los artistas y las obras de arte y esta película, no está ajena al tema.
NOTA AL MARGEN: Mucha gente ha disfrutado por ejemplo la magnífica experiencia de haber visto de cerca y en persona “La Gioconda”, esa bella obra del Maestro de maestros Leonardo Da Vinci, y es muy probable que les hubiese tocado ver una copia (muy parecida, casi exacta) de la misma, en el tiempo que esta fue robada o mientras los dueños del Museo que la posee, le hacía tratamientos de restauración o manipulaciones para su conservación.
Pero vamos al grano.
“Mi obra maestra” es una película que cuenta la historia de Guillermo Francella, llamado Arturo en la historia y quien es el dueño de una pequeña galería de arte, y Luis Brandoni, quien hace de Renzo, un excéntrico pintor caído en desgracia, incapaz de vender una obra. A ambos los une una añeja amistad, un vínculo que derivará en todo tipo de situaciones.
El mundillo de las exposiciones en galerías, los museos y las pinturas, parece una locación ideal para desarrollar esta historia. Andres Duprat, guionista habitual de esta dupla de actores extraordinarios, es además el director del Museo Nacional de Bellas Artes, por lo que conoce el paño a la perfección, permitiéndole cargar al argumento la ironía, los clichés y la farsa que muchas veces rodea a los «artistas de moda».
El dúo Francella – Brandoni funciona a la perfección: el primero, como el pensante, el que conoce de manera sobrada los caprichosos cambios del mercado, y el segundo, como el anárquico, nostálgico y estereotipado artista que se siente incomprendido, rebelde, extraño y hasta mítico hacedor de insinuantes obras de arte. Juntos hacen fluir un argumento en el que los diálogos mordaces, las secuencias que apelan al ridículo y los giros dramáticos construyen un sólido retrato dividido en tres actos claros: una comedia casi costumbrista que deriva en un drama cargado de melancolía para finalizar en una estafa con aires reivindicatorios.
El pequeño pero efectivo elenco secundario también cumple con todos los requisitos con creces: el español Raúl Arévalo como símbolo de cierta juventud idealista y utópica, y sobre todo Andrea Frigerio, caracterizada como una galerista top en una performance divertida que parodia el snobismo de ciertos personajes relacionados con el negocio del arte.
Técnicamente impecable, Mi obra maestra presenta gran parte de sus escenas como si fueran pinceladas de una gran muestra, apelando a colores vivos y estridentes, de hecho, muchos de los fotogramas funcionan como cuadros en movimiento. Algunas escenas en Río de Janeiro y sobre todo las que están rodadas en la inmensidad de las montañas jujeñas, tienen una clara influencia pictórica.
La película que tiene una cierta intervención de talento español (que la refuerza en gran medida), resulta por momentos algo previsible, pero funciona, entretiene y se disfruta.
El espectador llevado y traído al capricho de su guionista, su director y esos dos talentosos actores, es adormecido, embolatado, engañado, y cuando despierta, el asombro con lo que muestra su desenlace, le da una nueva lección sobre aquello que debemos tener en cuenta siempre, que no debemos creer que lo que pensamos que va a pasar, es lo que va a suceder.
Genial.