Por JAMES CIFUENTES MALDONADO
Uno ve el canal regional de televisión y escucha las noticias locales porque es la manera más inmediata de mirarse al espejo como sociedad, más que de informarse; ver y sentir lo local, para bien y para mal, es una forma de reconocimiento, de reafirmación cultural, de identidad y de pertenencia.
En nuestra cotidianidad nos reflejamos en la ciudad en la que vivimos, en los comportamientos de su gente, en su queridura o en su grosería, en su nobleza o su mezquindad; nos vemos en las vías, en la movilidad, en cada trancón, en la arquitectura, en los edificios antiguos o en los nuevos, en los barrios bonitos o en los barrios feos, en los sectores tranquilos y en los inseguros, en cada parque con niños o sin niños, con gente haciendo ejercicio o drogándose; en cada cuadra popular o de estrato 6, en las calles ruidosas y en las calladas.
En fin, lo que quiero decir, es que, aunque, el presente antropológico y sociopolítico de la humanidad ha estado muy centrado en lo individual, en el realce de los derechos personalísimos, lo cierto es que, sin que nos percatemos de ello, pesamos mucho como colectivo, y como colectivo tenemos imaginarios, visiones, sueños cumplidos y sueños rotos, juntos tenemos dichas y tenemos frustraciones.
Todo este carretazo, para decirles que estoy muy impactado por lo que se ha venido ventilando últimamente en los medios de comunicación y en las redes sociales, por el que podría significar el cierre y liquidación de LA 14, que, además de ser un almacén monumental, fue un centro de encuentro, el epicentro comercial de Pereira, que, en su momento, nos sacó de la parroquialidad del comercio de la séptima y la octava y de San Andresito.
En La 14 merqué 15 años de mi vida, cada 8 o cada 15 días dando mi cédula religiosamente para la rifa que nunca me gané; en La 14 compré mi primer teatro en casa, en La 14 compré los regalos de Navidad, la ropa de los chicos, los útiles escolares y las primeras herramientas para hacer trabajos en casa, antes de que llegara Home Center. En La 14 almorcé, tomé café y me encontré con amigos; En La 14 alimenté la vista, viendo muchachas bonitas en las pasarelas de sus amplios pasillos; entre góndola y góndola, antes de que las estrecharan, coqueteé y hasta me enamoré.
Pero nada es para siempre y pareciera que La 14 se acaba; los motivos los desconozco, dicen unos que, por peleas de familia y malas decisiones entre los herederos del dueño; otros que por no haberse adaptado a las nuevas realidades y las nuevas formas de vender bienes y servicios. Ya no importa, lo relevante y lo triste es que ese referente de ciudad y de progreso posiblemente ya no estará y desde ya siento un gran vacío y una tremenda nostalgia.
Con algo de morbo pasé por La 14 esta semana, para comprobar que de lo que fuera la gran tienda por departamentos no queda sino un montón de estanterías amontonadas, con los pocos artículos que aún se ofrecen al público.
La luz de La 14 se apaga, y quizás yo mismo sea el culpable, o los responsables sean los Santo Domingo o Jerónimo Martins, porque le di la espalda a ese gran almacén, que era más que eso, para entregarme a los placeres de comprar cosas, prácticamente todos los días, en los D1 o en los Ara, estratégicamente desperdigados por toda la ciudad.
A última hora se ha sabido de los esfuerzos de los dueños, del empresariado del Valle del Cauca e incluso del gobierno nacional, para salvar La 14, pero quién sabe si esas tratativas alcancen a llegar a Pereira y quién sabe si estemos a tiempo, … lo dudo.
Relato veraz