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PolíticaMiscelánea - Una orden a Pedro, para que la cumpla Juan.

Miscelánea – Una orden a Pedro, para que la cumpla Juan.

Por JAMES CIFUENTES MALDONADO 

Nos obligan a entender la pandemia desde lo normativo, pero la realidad es que la pandemia no se entiende, SE SIENTE, desde el estómago y el bolsillo. Frente al hambre, el encierro y la muerte, para los pobres, e incluso para los ricos, cualquier tumba es igual. 

Cada vez son más los contagiados y los muertos, aunque aritméticamente los porcentajes de casos positivos sigan siendo aparentemente insignificantes, contrastados con el total de la población mundial y aunque la letalidad del Covid-19 en cifras duras sea comparable o incluso esté por debajo de otros males como el cáncer, el VIH y hasta de la gripa común, que por los cuidados se ha vuelto rara. 

La diferencia entre los males de antes y esta cosa extraña llamada Covid-19, al parecer solamente radica en la velocidad; esa cosa que aún no sabemos si  tiene nombre masculino o femenino, que no tiene patrones que nos permitan cantar victoria y decir que algunos estamos a salvo; esa cosa que le da a dos personas aparentemente iguales en condición física y de salud pero a una la mata y la otra ni siquiera se entera por ausencia de síntomas, lo que propicia que el monstruo siga su camino, invisible, imperceptible, de mano en mano, en cada tos y en cada rezongo e incluso en cada lágrima. 

El acumulado en el mundo por SIDA va en 78 millones de contagiados y 39 millones de muertes, en un periodo de 40 años, frente a los 95 millones de positivos y 2 millones de muertes que el Covid-19 ha cobrado en un año, lo que nos indicaría que el problema de ahora no es más grave, salvo como ya he sugerido, por la velocidad, que puede tomar una tendencia geométrica si no se controla, lo que nos lleva a la otra diferencia: la disponibilidad de los recursos para una y otra enfermedad, que ha hecho que la emergencia hoy se mida en el número de camas UCI ocupadas y que con base en ello todos los días nos cambien el decreto y nos digan si podemos salir o no de la casa. 

El presidente hace recomendaciones con 46 excepciones que al final dejan a toda la gente en la calle con cualquier excusa; el gobernador insta a los alcaldes a cumplir lo que dicta el presidente y los alcaldes se juegan la subsistencia de los ciudadanos y su propia popularidad haciendo los cálculos sobre las implicaciones de expedir el decreto un lunes y no un viernes. Estamos como el perro que da 3 vueltas para finalmente echarse en el mismo punto, en una cascada de normas, de responsabilidades y de miedos que se torna más compleja en la medida que aterrizamos en la vida real: las necesidades de la gente que no se pueden resolver en el encierro y que el Estado es incapaz de solventar. 

Por pragmático y odioso que suene, no es razonable paralizar el planeta para evitar la intubación del 2% de los contagiados. Si ya sabemos que la clave está en las UCI, y que la dificultad está en que no sabemos a quién le va a tocar, evitarlas y no desbordarlas es una responsabilidad individual, más que del gobierno, que se asegura con un tapabocas, algo de distancia y algo de conciencia y jamás con el confinamiento. 

¿Qué hubiera pasado, si en los peores momentos del SIDA, en lugar de promover el uso del condón hubiéramos cerrado para siempre las piernas y clausurado todos los establecimientos? 

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