La comparación teológica entre Horus, una deidad egipcia, y Jesús de Nazareth ha sido objeto de debate e interés tanto en estudios religiosos como en círculos académicos. Si bien existen algunas similitudes superficiales en las historias míticas de ambos personajes, sus significados dentro de sus respectivos contextos culturales y religiosos son profundamente distintos.
La leyenda egipcia de Horus cuenta que nació mágicamente de la Virgen Isis; el parto fue anunciado por una estrella y atendida por tres hombres sabios. De niño fue un maestro prematuro en el templo; bautizado a los 30 años. Horus tenía 12 discípulos; realizo muchos milagros y resucito a un hombre llamado “El Azar Us”. A Horus se le conocía también como: La luz, el Mesías, el ungido de Dios, el hijo del Hombre, el buen pastor, el Cordero de Dios, La palabra. A Horus se le relacionaba con el Cordero, el León y el Pescado. El Epíteto de Horus era “el hijo siempre sentado al lado de “Ptah” A Horus se le llamaba fonéticamente también como Krst o el primer ungido.
Su historia se centra en la lucha contra Seth, el dios del caos, por vengar la muerte de su padre. Horus representa el ciclo de vida, muerte y renacimiento, vinculado a la estabilidad del reino y la victoria del bien sobre el mal. Horus pierde su ojo en su lucha contra Set, pero este es restaurado por Thoth, el dios de la sabiduría. El ojo de Horus es un símbolo poderoso en la mitología egipcia, asociado con la protección, la curación y el bienestar.
Jesús, es considerado en el cristianismo como el Hijo de Dios y el Salvador del mundo. Su misión es redimir a la humanidad del pecado y vencer la muerte a través de su resurrección. Jesús también es visto como un símbolo de la lucha entre el bien y el mal, donde su sacrificio en la cruz y posterior resurrección representa la victoria definitiva del bien sobre el mal.
Jesús, según la tradición cristiana, nace de una virgen, María, por obra del Espíritu Santo, lo que enfatiza su naturaleza divina. Jesús busca la salvación de la humanidad, ofreciendo su vida para redimir a la humanidad de sus pecados. La cruz, en el cristianismo, es el símbolo del sacrificio de Jesús y su triunfo sobre la muerte.
La comparación entre Horus y Jesús nos lleva a reflexionar sobre la universalidad de ciertas preguntas humanas: ¿Qué es el bien y el mal? ¿Qué significa redención? ¿Cómo se experimenta el ciclo de vida, muerte y resurrección? En muchas culturas, estas preguntas dieron origen a mitos y creencias que buscaban dar sentido a la experiencia humana. Sin embargo, en el cristianismo, Jesús ofrece una respuesta profundamente personal y trascendente: el amor incondicional de Dios que, a través de Cristo, nos ofrece la posibilidad de la redención y una relación eterna con Él.
Desde una perspectiva teológica cristiana, Jesús no es simplemente un personaje mítico, sino una figura histórica y divina cuyo sacrificio tiene una implicación soteriológica única y definitiva. Mientras que Horus era un dios que representaba la realeza y la continuidad del orden terrenal, Jesús es visto como el mediador entre Dios y los hombres, ofreciendo la vida eterna más allá de este mundo.
En última instancia, aunque existen paralelismos simbólicos entre las narrativas de Horus y Jesús, la teología cristiana ve en Jesús una figura única, no simplemente mitológica, sino histórica y divina, cuya resurrección transforma la existencia humana y ofrece esperanza a toda la creación.
Padre