Por ERNESTO ZULUAGA RAMÍREZ
La constitución política de 1991 se equivocó en su pretensión de mejorar la democracia colombiana. Los afanes individualistas de varios de los actores de aquella época, entre ellos quienes militaban en el M-19, insertaron en la mecánica electoral colombiana la posibilidad ilimitada de crear partidos y movimientos políticos y vino la debacle. En un país miserable en el que el voto está amarrado a los favores clientelares y en el que la pobreza desdibuja cualquier posibilidad de un sufragio culto, maduro y consciente bastaron veinte años para que nos llenáramos de colectividades amorfas y egoístas. Hoy existen en Colombia más de una docena de seudopartidos que pugnan por el poder pero que son en la realidad instrumentos mecánicos que facilitan las pretensiones personales de «dirigentes» que se mueven al vaivén de intereses particulares. Algunos de ellos, que ofrecen engañosamente la opción de amparar la lucha por la defensa de las minorías étnicas, han sido secuestrados y manipulados por personas inescrupulosas que no tuvieron acceso a espacios representativos y de poder en los tradicionales.
El liberalismo y el conservatismo fueron masacrados literalmente por otros partidos creados por militantes disidentes que abandonaron filas inconformes con los mecanismos internos o con el pretexto de abanderar nuevas y mejores ideas. En la actualidad estas dos colectividades tienen una muy pobre representación en el Congreso de la República pues consiguieron solamente el 28% de los escaños del Senado y el 33% de la Cámara de Representantes. Sumadas sus caudas electorales no alcanzaron en las últimas elecciones de cuerpos colegiados ni la mitad de los votos totales del país y para completar el desolador panorama y la crisis que atraviesan basta apreciar que ninguno de los dos candidatos presidenciales que pugnaron en la segunda vuelta de la última contienda, en el 2018, los representaban. Hoy los partidos tradicionales son solo historia.
Ahora bien, su agonía no es la expresión de renovación y cambio en la democracia colombiana. Por el contrario estas colectividades son como «zombies» que se resisten a morir y que sobreviven en el espectro al amparo de estrategias puramente mecánicas con las que enfrentan cada contienda electoral y que no desaparecen exclusivamente porque al frente tienen contendores mediocres y egoístas que lideran colectividades que carecen de banderas y de ideologías y que hieden a la misma carroña de sus predecesoras.
El panorama es desolador. Del liberalismo se fueron Galán, Cristo, Gómez Méndez, Serpa, Vivian Morales y muchos más. El conservatismo fue permeado por el Centro Democrático que lentamente se chupa su sangre. De Cambio Radical salieron Rodrigo Lara y Carlos Fernando Galán. De la U se retiraron Benedetti y Roy Barreras, de Colombia Humana se fue Ángela María Robledo y las huestes verdes divagan entre Petro y los «independientes». Todos huyen en desbandada para liberarse de las ataduras de sus partidos y de sus enclenques estructuras amorfas que carecen de mecanismos democráticos internos. ¿Qué tenemos entonces? Una jungla en la que reinan el desorden y la anarquía. No son los partidos políticos los que lideran a Colombia sino unos individuos vanidosos y ególatras como Uribe y Petro que ejercen dictaduras brutales en el seno de sus rebaños o como Fajardo y Peñalosa que solo «fungen» pero nada ejercen.
En medio de todo este caos lo que sigue siendo un axioma que sí se cumple es: «divide y reinarás». Los del Centro y la Izquierda (dos simbolismos que intentan agrupar a la oposición) se dividen de manera frenética mientras la Derecha (otro simbolismo para los contrarios) se une en torno a las migajas del poder. No es difícil adivinar lo que viene.
Por esto y por mucho otro necesitamos impulsar a toda máquina procesos de relevos generacionales donde surjan nuevos líderes con nuevas ideas y que interpreten de manera clara la verdadera necesidad de Gobernar bien este Pais.
Siempre ha sido así, don ERNESTO FUE CANDIDATO Y ALCALDE de Pereira, usando las mismas tácticas del clientelismo.
En resumen las ratas de política colombiana son tan cochinas ayer como hoy, la diferencia es que envés de vivir en dos madrigueras ahora lo hacen en muchas.
Porque es malo el cambio? Porque el robo es más disperso y hay menor tajada por los que antes repartían la torta?
Sí, realmente desolador. Pobre País; demalas nosotros los colombianos.